Era imposible que P. fuera visto en todos los lugares que se indicaron porque permanecía en la isla. En sus frecuentes visitas a la punta norte, lugar al que acudía para pintar pero sobre todo para estar a solas consigo mismo, hacía tiempo que había descubierto que algunos pájaros marinos se dirigían hacia él como si estuvieran dispuestos a chocar contra el muro de roca, y de hecho, eso parecía que hicieran. Aunque no era así sino que simplemente se borraban del arco visual reapareciendo al cabo de un rato volando en sentido contrario, esto es, adentrándose de nuevo a mar abierto y a una velocidad considerable, lo que alimentó la curiosidad de P.
Uno de esos días y pocas semanas antes de la fecha de su misteriosa desaparición, decidió averiguar qué era lo que hacía que aquellas aves se comportaran de esa forma tan enigmática y para ello tuvo que armarse de valor para descolgarse por la pared lisa de caliza blanca en la que apenas crecían unos pocos y ásperos matorrales a los que poder asirse durante el descenso. De hecho, las esperanzas de poder regresar escalando por ellos eran casi nulas, así que pensó que si tenía que morir en el empeño de subir o bajar por el acantilado, eso no sería peor que pudrirse en aquel lugar dejado de la mano de Dios.
Tras descender unos pocos metros resbaló peligrosamente pero logró sujetarse a tiempo a una de aquellas matas resecas mientras se repetía que estaba cometiendo una locura. A punto estuvo de quedarse allí muy quieto a la espera de que los guardas, extrañados por su ausencia, acudieran en su busca gritando si era preciso para que advirtieran dónde se encontraba, eso si no acababa despeñándose al vacío. Pero por alguna razón que nunca sabremos decidió proseguir el descenso. En un momento dado, advirtió que su pie era sujetado por una fuerte mano y entonces una pavorosa sacudida de terror le paralizó por completo porque sencillamente, allí no podía haber nadie más, aunque en eso se equivocaba.
Tras esa mano había un hombre robusto, negro como un tizón, que miraba hacia arriba escrutándole con los ojos pensando si sería alguien de la guarnición y en ese caso tirar de él hasta precipitarle por el acantilado, pero al instante se percató de que P. era un preso como él. Ayudándole como pudo y de un solo impulso le atrajo hacia sí y durante una fracción quedaron mirándose el uno al otro como una pareja de enamorados en un baile y fundiéndose luego en un emocionado abrazo.
Lo que descubrió al instante siguiente fue una pequeña oquedad apenas visible desde el mar que se iba ensanchando hacia adentro hasta convertirse en una bóveda oscura y fresca. Ese era el secreto que encerraba el vuelo de pájaros, un lugar protegido en el que poder descansar antes de reemprender sus vuelos. El hombre le interrogó de camino a las profundidades de la cueva y así descubrió quién era P., de la misma forma que P. supo que aquel hombre era otro de los presos que, una vez desaparecido, los guardas habrían reportado como
muerto por el mal de la isla.Aquella misma tarde, trazaron un plan y el hombre negro como un tizón le guió por una estrecha chimenea natural que daba al exterior y a pocos metros de distancia del borde del acantilado. Desde allí, a la caída del sol, P. regresó a la hora de la cena con su caballete sobre el hombro y su taburete rudimentario. En el siguiente envío a través de la barcaza recibió un nuevo lienzo en blanco y mandó a tierra otro especialmente emborronado que a punto estuvo de no superar la “entendida” crítica de arte del responsable de la guarnición al considerarlo, como le dijo a P., una auténtica basura de manchas oscuras como cagadas de cabra en un balde de leche. Sin embargo, en ese
bodrio artístico estaba contenida la estratagema de huida que debería ser descifrada en tierra.
En la fecha prevista, P. pidió permiso para ir a pintar a la punta norte que, como ya sabemos, le fue concedido. Se ofreció a que le acompañaran y como también sabemos, la desidia hizo que ninguno de sus guardianes estuviera dispuesto a ello, de forma que P. se alejó tranquilamente hacia el acantilado al que llegó a tiempo para montar su caballete, colocar sobre él el lienzo en blanco y pintar su carta de despedida:
No me esperéis para la cena. Volveré tarde. P., hecho lo cual dejó pasar las horas esperando ver asomar la cabeza del negro tizón por la convenientemente camuflada entrada de la chimenea.
Los dos meses siguientes los pasaron allí dentro, primero conociéndose y luego trabando una fuerte amistad que les unió durante el resto de sus vidas. El negro tizón le contó cómo había dado con la entrada a la cueva y decidido esconderse en ella
a la espera de acontecimientos que, en este caso, había superado ya los tres años. Le recriminó que casi se hubiera despeñado por el acantilado, se felicitó de haber podido socorrerle a tiempo y le hizo mil preguntas de todo tipo a las cuales P. fue respondiendo con calma y a todas horas. Mataban el tiempo dedicándose a lo que hacen todos los que tienen que sobrevivir escondidos, esto es, a hacer lo menos posible para no despertar sospechas. Un poco antes del amanecer el par de sombras salía a cazar lagartos, recoger bayas y frutos silvestres, y en general, hacían acopio de todo lo que pudiera ser remotamente comestible para regresar a su refugio antes de que el sol despuntara. Algunos días también pescaban al anochecer y para ello se valían de un artilugio que el negro tizón había inventado. Por el agua no tenían que preocuparse porque dentro de aquellas cuevas había suficientes acuíferos de lluvia que empleaban bien para beber o para asearse.
Con todo, lo que más agradeció el negro zumbón fue que P. hubiera tenido la precaución de traerse con él unas cuantas cajas de fósforos porque a él hacía mucho tiempo que se le habían agotado y se veía obligado a comerse crudos o secos los peces y lagartos, aunque con el paso del tiempo ya se había acostumbrado o eso pensaba, pues la primera vez que volvió a probar el sabor a las brasas se puso a llorar de felicidad.
El plan era tan descabellado como sencillo y básicamente consistía en que dejarían pasar dos meses hasta que el revuelo de la misteriosa desaparición de P. se hubiera calmado y luego, una noche sin luna, llegaría alguien al rescate en un bote. El negro tizón nunca llegó a entender cómo P. había podido dar todas esas instrucciones y coordenadas a través de sus pinturas pero como no estaba en disposición de ser tan quisquilloso con quien iba a sacarle de aquella maldita isla lo dio por bueno, pero conforme se iba acercando la fecha prevista y el cuarto menguante iba venciendo, en cuanto se hacía de noche se encaramaba al balcón del acantilado, allí por donde entraban y salían las aves y se pasaba las horas muertas escrutando el mar esperando ver aparecer cualquier cosa que flotara en dirección a ellos.
P. trataba de permanecer todo lo tranquilo y relajado que podía, a pesar de que tenía sus dudas pues sabía que no bastaba con que sus instrucciones fueran comprendidas sino que también hacía falta que otros las hicieran viables. De la misma forma que desconocía si sus novelas habían sido descifradas, aunque siempre mantuvo la esperanza que así fuera, ahora confiaba en que sus amigos les sacarían de allí. Y así fue. La segunda noche de luna nueva, mientras caía un fuerte aguacero y el mar estaba revuelto vieron un punto de luz que se encendía y apagaba muy cerca del acantilado y sin pensárselo dos veces, P. y el negro tizón se agarraron de la mano y sin decir palabra saltaron al vacío en caída libre rumbo a la libertad.
Y hasta aquí la historia del preso de Polé. Ahora bien, esta historia también está llena de metáforas que seguro que a alguien tan sagaz como tú no se le habrán escapado y que quizá quieras compartir… o no.
Hola Josep:
ResponderEliminarMagnífica historia. No había leido la primera parte, cosa que he hecho después de leeer esta y me ha parecido un relato fantástico. Como metaforra te diré que yo veo que la voluntad , la preparación y determinación son fundamentales cuando estás en una situación compleja, también que hay cosas que se nos pueden escapar por no pensar en otras posibilidades, y también que en los momentos difíciles siempre hay alguien dispuesto a echarnos una mano.
Un abrazo y feliz regreso
No descansas, pese a que algunos lo pretendan....Algún día tenemos que escribir una novela negra a duo, eso sí, ambientada en la Barcelona canalla.
ResponderEliminarCuidate
Metáforas aparte,veo que te has incorporado en plena forma.
ResponderEliminarDetecto en tu personaje, inteligencia para aprovecharse de sus habilidades, imaginación, constancia, y el suficiente arrojo y curiosidad pa tirar palante. Y como la oportunidad, aún en medio de la dificultad extrema, la pintan calva! pues adelante con los faroles! Y una mano amiga, o pedir ayuda es medida sabia en los atolladeros.
Buen desenlace. Abierto a la aventura y con la inquietud de la incertidumbre... por más que apriete la situación, la crisis... o lo que sea... todos son etapas y pasan. Real como la vida misma.
Otra cosa es lo que nos cuesten los errores y lo que dejemos por el camino. Habrá que confiar en aprender de las equivocaciones y de esa resiliencia que se va desarrollando a lo largo de los años y los "paños". ¿Continuará?
Esteee, si hay novela dual sobre la Barcelona canalla, a ver si es coral. Yo también quiero.
MUA!
Hola Fernando:
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado el relato. Lods cuentos también son magníficas herramientas de reflexión y si no que se lo cuenten a los niños.
Mi impresión respecto a lo que añades es que todas esas cualidades son ciertas y de ella destacaría dos: determinación y ayuda inesperada. Lo que uno solo no puede hacer, a menudo lo pueden hacer dos, por muy distantes que sean las capacidades de uno y otro.
Muchas gracias y un abrazo.
Hola JLMON:
ResponderEliminarTe tomo la palabra y si además podemos contar con Cristalook estoy seguro de que será un novelón y puede que hasta sea canalla.
Un abrazo.
Hola Cristalook:
ResponderEliminarBueno, no te creas. Esto de la reincorporación siempre me cuesta un poco aunque a la fuerza ahorcan.
Agradeciendo los elogios y valorando tus conclusiones, del desenlace destacaría la acción de P. contra la inacción de sus guardianes que es lo que permite no que nuestro protagonista piense sino que actúe. Diríamos que ese es un partido ganado por incomparecencia del rival, que es como se resuelven muchas cosas de la vida, más de las que nos imaginamos. Por otra parte y como bien apuntas, la desesperación también es un arma poderosa porque nos impele(aunque ya en el límite) a salir de nuestra zona de confort y arriesgar. En este caso, a descolgarse por un muro vertical picado por la curiosidad y aún a riesgo de su vida. Y es precisamente en este acto "poco seguro" donde encuentra la solución de sus problemas. Qué paradoja.
Lo de la novela coral me lo apunto. Si JLMON y tú estáis metidos en esto, la cosa promete.
Besos.
Un cuento super entretenido y plagadito de metáforas.
ResponderEliminarPara mí la más importante es que cuando todo parece que va a ser siempre igual y nada va a cambiar en tu vida. Cuando estás atrapado y no encuentras la salida y te has resignado a seguir igual, aparece algo que te indica que algo hay diferente en tu entorno.
El curioso, el inconformista sigue la pista y encuentra.
Siempre pasa algo cuando nos movemos.
Muchas gracias!
Susana
Hola Susana:
ResponderEliminarAnte todo, sé bienvenida. Me alegro que al cuento le hayas visto trasfondo. Me ha gustado leer eso de que "el inconformista sigue la pista y encuentra. Siempre pasa algo cuando nos movemos."
Tienes toda la razón. La realidad es aquella desde la que el observador la mira. Si cambia su perspectiva, también cambia la realidad y aparecen nuevas oportunidades.
Muchas gracias. Y espero volver a verte pronto por aquí.