
En un reciente seminario sobre estilos sociales algunos de los asistentes mostraron extrañeza por algunas características de su perfil social. Les costaba asumir que ante determinadas circunstancias sus comportamientos esperados fueran los que se describían. Como eso sucede más a menudo de lo que parece, el seminario se acompaña de un informe de feedback que no menos de seis de sus compañeros han hecho sobre la persona, de forma que puede demostrarse que, a menudo, uno mismo no es el más indicado para conocerse o que vive una fantasía respecto a cómo es.
Una de las cosas que más chocan es el grado de distorsión entre lo que uno dice y lo que hace. Parecería que ahí no podía haber grandes diferencias porque, más o menos, todos pensamos que hacemos lo que decimos que vamos a hacer y sin embargo, no siempre es así sino que hay una cierta desviación y en algunos casos ésta es muy acusada. Entonces la pregunta surge de inmediato ¿quiere eso decir que soy un mentiroso, que no soy de fiar?
La respuesta es que, según de qué se trate, todos mentimos un poco o mejor dicho, nos mentimos. Y lo hacemos para no entrar en contradicción con nosotros mismos. Es un poco complejo pero voy a tratar de explicarlo.
Cuando digo que voy a hacer algo, normalmente llego a esa conclusión utilizando la parte racional del cerebro. Es decir, ante una determinada situación en la que tengo que tomar una decisión llego a discernir lo que debería hacer utilizando la lógica. Yo sé que si tengo sobrepeso debería ponerme a dieta y no sólo para tratar de adelgazar sino para evitar enfermedades cardiovasculares, por ejemplo. Ahora bien ¿significa eso que me ponga a ello?
Las decisiones tomadas no se implantan sin más sino que son tamizadas por un montón de filtros internos que poco tienen que ver con mi parte racional sino que, por el contrario, están construidos sobre mi parte emocional. Mis creencias son emocionales, mis sentimientos también, mis actitudes lo son sin duda. Dicho de otra forma, si mis manifestaciones racionales no están alineadas con mis emociones, malo. Diré lo que sea, pero acabaré haciendo o no haciendo otra cosa.
Los estilos sociales no son determinantes por sí de que diga y haga lo mismo pero sí condicionan. Las personas más orientadas a tarea son en este sentido más de fiar, mientras que las que están más orientadas a personas lo son un poco menos. No es de extrañar. Unos y otros simplifican o complican sus decisiones en función de su impacto real o supuesto en terceros o en uno mismo.
Si necesitamos ayuda para hacer una mudanza y se la pedimos a cuatro personas de estilos sociales distintos y todas aceptan, lo que pasará será que sólo una de ellas acudirá a la cita a la hora convenida, una de ellas vendrá pero llegará “cuando pueda”, otra no vendrá porque se le habrá olvidado y una última sólo aparecerá si no le ha surgido un contratiempo inesperado.
Algunas expresiones coloquiales tienen algo que ver con esto. “Perro ladrador, poco mordedor”, “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”, “consejos vendo, para mí no tengo”…
Las cenas de Nochevieja son un buen ejemplo. Todos nos conjuramos para dejar de fumar, aprender inglés y adelgazar pero pocos nos ponemos en marcha y aún menos los que culminamos este tipo de propósitos. Por algo será. Quizá porque no tenemos el suficiente compromiso, quizá porque no nos conocemos lo suficiente, a lo mejor porque en el fondo no lo deseamos.
Pero sobre todo porque no somos conscientes de cuánto pesa nuestra parte emocional, esa que a menudo pasa en transparencia. Si me pongo el objetivo de escalar una montaña tarde o temprano caeré en la cuenta de que necesito estar en una determinada forma física, comprar material, disponer de unos días libres, etc. Pero al mismo tiempo, puede que me asalten más dudas ¿por qué me voy a complicar la vida?, ¿qué pasará si me lesiono?, ¿puede que me pille un día de ventisca?, ¿quién me acompañará?
Cuantas más preguntas me haga más me alejaré del objetivo de escalar la montaña. Dije que lo haría pero el tiempo pasará y alguien me preguntará. Lo que no faltará será una buena excusa pero lo que quedará es que ni hice lo que dije.
No es que seamos mentirosos compulsivos sino que no nos hacemos cargo de que siempre hay una parte de nosotros que juega en otro equipo. Y a veces, nos gana.