
Es sabido que el afán por tenerlo todo controlado nos puede. Esa necesidad la manifestamos en casi todos los órdenes de la vida hasta el punto de que lo predecible lo empaña todo. Trabajamos muy bien evaluando las probabilidades de que algo suceda y ajustamos nuestros comportamientos a esa hipótesis. Es el esquema de funcionamiento táctico, que implica qué hacer cuando sabemos (más o menos) lo que va a suceder. Y en el caso de que no suceda lo que esperamos no hay problema, también somos muy buenos improvisando soluciones alternativas y cuando no las improvisamos es que las prevemos, en cuyo caso a eso le llamamos plan de contingencia.
La espontaneidad la valoramos en momentos muy tempranos de la vida (infancia) o en órdenes periféricos (manifestaciones artísticas, por ejemplo) pero raramente en aquello en que nos jugamos los garbanzos. Con alguna excepción, pero pocas. No toleraríamos que un cirujano nos operara espontáneamente o que se dejara llevar en ese trance “por lo que le pide el cuerpo”, ni tampoco llevaríamos bien que el piloto del avión en el que viajamos fuera “creativo” en la planificación de la ruta o las maniobras. Ahora bien, todo eso cambiaría si en la mesa de operaciones surgiera una complicación o si los sistemas de navegación del avión fallaran. Entonces nos felicitaríamos por la “espontaneidad” de nuestro facultativo o piloto. Es así.
En estos días estamos asistiendo a un fenómeno todavía en estado muy embrionario que ya se conoce como “Democracia Real Ya” que supone una manifestación espontánea del hartazgo de una parte de la ciudadanía respecto a nuestra clase política. Como no podía ser de otra forma, surge a través de las redes sociales y asoma en cincuenta ciudades simultáneamente. Lo raro es que, a la vista de lo que está sucediendo con la evolución de la crisis, no hubiera aparecido antes. La primera aparición pública de ese movimiento se produjo el 15 de mayo y sólo un día después nuestra clase política se empezó a palpar la camisa y a sentir sudores fríos porque la pregunta que todos se hicieron en plena campaña electoral fue cómo nos afecta en nuestra intención de voto.
Si eso hubiera sucedido un solo día después de las elecciones no preocuparía nadie y se dejaría diluir como un azucarillo pero no, ha tenido que ser justo en el ecuador de una campaña electoral en la que unos se juegan mucho y otros aspiran a pillar cacho. Casualmente, los únicos que han saludado la iniciativa –con la esperanza de arrimar el ascua a su sardina-ha sido IU que da la razón a las motivaciones de esa explosión espontánea por considerarlas justas.
Asusta tanto la espontaneidad porque desconcierta las tácticas, cualquier tipo de táctica y especialmente el cálculo político. Lo espontáneo escapa al control y eso la hace intolerable. Sin embargo, motivos para este tipo de manifestaciones no faltan. Cinco millones de parados, record de ejecuciones hipotecarias, salarios recortados, precariedad laboral, inflación desbocada, perspectivas negativas en prácticamente todos los sectores, política sindical con bajísimo respaldo como se demostró en la última huelga general, ajustes draconianos en sanidad, educación y obras públicas. Motivos no faltan, pero sobre todo, que nada escape al control, nada de que alguien corra la banda.
La espontaneidad deja inerme a la clase política, de la misma forma que nos deja indefensos a cada uno de nosotros en cuanto algo rompe lo previsible. Puede que alguien piense que eso es porque tenemos abiertos tantos frentes en nuestras vidas que lo menos que podemos pedir es que no nos crezcan los enanos. Quién podría negar eso, pero en el fondo subyace algo más. La espontaneidad es una fuerza generativa de primera magnitud, algo que no se sabe cómo empieza ni cómo termina. Cualquier tipo de espontaneidad tiene como enemigo común el status quo, los paradigmas que tienen mucho de conservadurismo en su esencia, por eso asusta y por eso se combate con virulencia. Preferimos las aguas mansas a las bravas, lo previsible a lo imprevisible.
Añoramos el mayo francés del 68 porque es algo que ya está muerto. Nos pone que estuviera a punto de cargarse la V República francesa, pero nos pone más que no lo lograse. Quién no se sabe algunas de sus consignas y las recuerda con añoranza pero quién las ha hecho suyas. Nos sentimos solidarios con la revolución espontánea tunecina pero sólo porque se produjo allí y no dentro de nuestras fronteras.
Ahora la espontaneidad está llamando a nuestras puertas en forma de plataforma amorfa y desorganizada. Y no olvidemos que uno de los bestseller del momento se llama “¡Indignaos!” y está escrito por un anciano de más de 90 años. Para ponerse a pensar.