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17 de mayo de 2011

Asesinando la espontaneidad



Es sabido que el afán por tenerlo todo controlado nos puede. Esa necesidad la manifestamos en casi todos los órdenes de la vida hasta el punto de que lo predecible lo empaña todo. Trabajamos muy bien evaluando las probabilidades de que algo suceda y ajustamos nuestros comportamientos a esa hipótesis. Es el esquema de funcionamiento táctico, que implica qué hacer cuando sabemos (más o menos) lo que va a suceder. Y en el caso de que no suceda lo que esperamos no hay problema, también somos muy buenos improvisando soluciones alternativas y cuando no las improvisamos es que las prevemos, en cuyo caso a eso le llamamos plan de contingencia.

La espontaneidad la valoramos en momentos muy tempranos de la vida (infancia) o en órdenes periféricos (manifestaciones artísticas, por ejemplo) pero raramente en aquello en que nos jugamos los garbanzos. Con alguna excepción, pero pocas. No toleraríamos que un cirujano nos operara espontáneamente o que se dejara llevar en ese trance “por lo que le pide el cuerpo”, ni tampoco llevaríamos bien que el piloto del avión en el que viajamos fuera “creativo” en la planificación de la ruta o las maniobras. Ahora bien, todo eso cambiaría si en la mesa de operaciones surgiera una complicación o si los sistemas de navegación del avión fallaran. Entonces nos felicitaríamos por la “espontaneidad” de nuestro facultativo o piloto. Es así.

En estos días estamos asistiendo a un fenómeno todavía en estado muy embrionario que ya se conoce como “Democracia Real Ya” que supone una manifestación espontánea del hartazgo de una parte de la ciudadanía respecto a nuestra clase política. Como no podía ser de otra forma, surge a través de las redes sociales y asoma en cincuenta ciudades simultáneamente. Lo raro es que, a la vista de lo que está sucediendo con la evolución de la crisis, no hubiera aparecido antes. La primera aparición pública de ese movimiento se produjo el 15 de mayo y sólo un día después nuestra clase política se empezó a palpar la camisa y a sentir sudores fríos porque la pregunta que todos se hicieron en plena campaña electoral fue cómo nos afecta en nuestra intención de voto.

Si eso hubiera sucedido un solo día después de las elecciones no preocuparía nadie y se dejaría diluir como un azucarillo pero no, ha tenido que ser justo en el ecuador de una campaña electoral en la que unos se juegan mucho y otros aspiran a pillar cacho. Casualmente, los únicos que han saludado la iniciativa –con la esperanza de arrimar el ascua a su sardina-ha sido IU que da la razón a las motivaciones de esa explosión espontánea por considerarlas justas.

Asusta tanto la espontaneidad porque desconcierta las tácticas, cualquier tipo de táctica y especialmente el cálculo político. Lo espontáneo escapa al control y eso la hace intolerable. Sin embargo, motivos para este tipo de manifestaciones no faltan. Cinco millones de parados, record de ejecuciones hipotecarias, salarios recortados, precariedad laboral, inflación desbocada, perspectivas negativas en prácticamente todos los sectores, política sindical con bajísimo respaldo como se demostró en la última huelga general, ajustes draconianos en sanidad, educación y obras públicas. Motivos no faltan, pero sobre todo, que nada escape al control, nada de que alguien corra la banda.

La espontaneidad deja inerme a la clase política, de la misma forma que nos deja indefensos a cada uno de nosotros en cuanto algo rompe lo previsible. Puede que alguien piense que eso es porque tenemos abiertos tantos frentes en nuestras vidas que lo menos que podemos pedir es que no nos crezcan los enanos. Quién podría negar eso, pero en el fondo subyace algo más. La espontaneidad es una fuerza generativa de primera magnitud, algo que no se sabe cómo empieza ni cómo termina. Cualquier tipo de espontaneidad tiene como enemigo común el status quo, los paradigmas que tienen mucho de conservadurismo en su esencia, por eso asusta y por eso se combate con virulencia. Preferimos las aguas mansas a las bravas, lo previsible a lo imprevisible.

Añoramos el mayo francés del 68 porque es algo que ya está muerto. Nos pone que estuviera a punto de cargarse la V República francesa, pero nos pone más que no lo lograse. Quién no se sabe algunas de sus consignas y las recuerda con añoranza pero quién las ha hecho suyas. Nos sentimos solidarios con la revolución espontánea tunecina pero sólo porque se produjo allí y no dentro de nuestras fronteras.

Ahora la espontaneidad está llamando a nuestras puertas en forma de plataforma amorfa y desorganizada. Y no olvidemos que uno de los bestseller del momento se llama “¡Indignaos!” y está escrito por un anciano de más de 90 años. Para ponerse a pensar.

14 de abril de 2011

La insoportable levedad y el determinismo



Al parecer nos hemos equivocado. Lo realmente interesante, donde están todas las respuestas es en el otro lado, no en este. Ya lo habían advertido los físicos cuánticos y les habíamos tomado por chiflados: existen más de tres dimensiones, en realidad ni sabemos cuántas.

Los dejà vu, esos sucesos que cuando pasan por primera vez ya tenemos la sensación de haberlos vivido antes, no son algo fortuito sino fruto de ese vivir varias vidas en planos simultáneos. Menuda complejidad si eso te pilla con una hipoteca en más de una dimensión.

Lo que falla en esto es que si una de esas vidas corre prácticamente en paralelo a la otra, no haya forma de comunicarme el número de la lotería que tocará mañana o mejor, dónde se producirá una desgracia en la que podría verme afectado. Lástima que no nos hablemos más incluso entre nosotros. Se confirma que los problemas de comunicación son endémicos y que nos hacemos trampas en el solitario.

Esto de las dimensiones y las vidas paralelas viene a cuento porque ya empiezo a estar harto de escuchar por ahí “no, si esto ya se venía venir” “no me sorprende en absoluto” o “si me hubieras preguntado ya te hubiera dicho”. Lo que más me molesta es que quien viene con esas tenga a su vez alguien cercano que le diga lo mismo a él. Y así sucesivamente.

Al mismo tiempo que me digo estas cosas reflexiono acerca de la levedad del ser, ya se sabe, esa vena filosófica que nos sale a algunos cuando nos da por reflexionar sobre qué hacemos aquí, qué pintamos y qué probabilidades hay de que las cosas salgan medio bien. Pero claro, si resulta que no hacemos más que dar vueltas en círculo pasando de una dimensión a la siguiente –por favor, no confundir con la reencarnación- tendremos que empezar a creer seriamente en el determinismo, esa escuela de pensamiento que dice que hagas lo que hagas acabará sucediendo lo que tenía que suceder.

En mi caso, la cosa apenas ha mejorado desde que veo Fringe, esa serie de culto – y hasta hace poco minoritaria- que trata sobre esos temas de los mundos paralelos. Aquí lo interesante es que unos pocos saben lo que sucederá porque están conectados con el otro lado (uno solo, pero muy potente) y sacan provecho económico de ello a través de la corporación Massive Dinamyc, una empresa biomédica para la que las inversiones en investigación e innovación son absolutamente innecesarias porque ya saben las respuestas de antemano.

Me imagino en la posición de la semi-biónica directora general de Massive Dynamic quien, a fuerza de saber lo que los demás todavía no sabemos, tiene completamente anulada su capacidad de sorpresa. O en la de la esforzada investigadora del FBI Olivia Dunham, proveniente ella misma de la otra dimensión pero que no recuerda nada de esa experiencia y que lucha episodio tras episodio por desvelar con los medios de hoy los retos del mañana que se empeñan en aparecer sin aviso y con gran consternación general por los alrededores de Massachusetts semana tras semana con la única ayuda de un sabio loco que cabalga entre ambas dimensiones y que precisamente porque está loco hay que andar con mucho cuidado con él para evitar que por quererte hacer una gracia no acabe sacándote un ojo.

Qué dilema. Saber o no saber. La insoportable levedad de ser o el determinismo ilustrado. Cierto que aún nos queda el libre albedrío y la responsabilidad pero no sé si serán éstas armas suficientes.

Y para rematar la jugada leo hoy en el periódico que el señor Watanabe, un anciano de 78 años vecino de un pueblo peligrosamente cercano a Fukushima, ha decidido que no se auto evacúa de la zona radiactiva porque considera que morirá antes de viejo que por contraer un cáncer que, por otra parte, admite como inevitable si no sale de ahí pitando. Y me pregunto, eso qué es ¿determinismo o la aceptación de la levedad del ser? Quizá es que también ve Fringe y ha llegado a alguna conclusión. Quién sabe.

6 de marzo de 2011

Stand by me

Con mucho gusto de poder compartirlo con todos vosotros. Una entrada diferente.



Todo está para ser notado

3 de marzo de 2011

Imágenes de una época


En cada época hay unos cuantos hechos trascendentes que la explican. Pero indefectiblemente, esos hechos arquetípicos sólo son reconocibles después de muchos años. Recuerdo cuando iba al colegio y nos explicaban Historia. Las épocas se sucedían unas a otras y cada una de ellas venía ilustrada por un hecho significativo. Por ejemplo, la Edad Moderna se ilustraba a partir del descubrimiento de América, y en clave local, por la toma de Granada. Todo lo demás parecía no tener apenas significación.

Me pregunto qué hecho crucial ilustrará el tiempo que nos ha tocado vivir, aunque hablar en nuestro caso de una sola época quizá sea reducir mucho dado que en los últimos diez o quince años parece que han pasado más cosas significativas que en muchas otras épocas de la humanidad. Leía el otro día que la historia parece un vehículo conducido a veinte kilómetros por hora hasta hace cincuenta años en los que se pisó el acelerador.

Nadie puede siquiera imaginar cuál será la imagen icónica de la nuestra y sin embargo existirá. ¿Qué aprenderán los niños en el colegio cuando hablen de nosotros? No lo sé. Quizá que nos tocó vivir una parte de la historia en la que hubo de todo, pero eso pasa en todas, así que no lo veo probable. Aventuro algunas hipótesis por las que seguramente muchos apostarían:

- La última generación que vivió en la Tierra antes de hacerlo en colonias siderales por haber agotado los recursos del planeta.
- La primera generación que aprendió que los gobiernos mandan menos que los mercados.
- La última generación en la que se hablaba mayoritariamente inglés antes de que se adoptara el chino mandarín como idioma universal.

No me seduce ninguna de ellas. Algunas son meras proyecciones y otras son vehiculares, es decir, que en sí mismas no significan nada si no se ponen en relación con algo mayor.

De todas formas, seguro que lo tenemos delante de las narices y no nos damos cuenta. El otro día salía una señora en el telediario quejándose amargamente de que ella trabajaba en AENA y que había escogido ese trabajo porque eso la convertía automáticamente en empleada pública (evitó decir funcionaria que tiene mala prensa con la que está cayendo) y que ahora con la privatización pasaría a manos privadas, cosa contra la que se manifestaba. Pobre señora, qué angustia. Eso significa que podría ser despedida, por ejemplo por baja productividad o si se decide que su puesto de trabajo ya no es necesario. Eso sí que marca el cambio de una época y no que China pase a ser potencia hegemónica de facto.

Otra posible imagen nos la ofrece el Magreb. Resulta que justo debajo de nuestros pies unos cuantos millones de musulmanes que tienen menos de veinte años de edad media, cultos pero obligados a una vida miserable, se rebelan contra los sátrapas que les han gobernado toda la vida utilizando para su movilización esos inventos del diablo como son Facebook y Twitter. Y además eso se produce sin que nuestra querida Europa, principal cliente de sus recursos naturales, se haya olido la tostada. Todo por culpa de un ingeniero informático tunecino que le dio por prenderse fuego en protesta por el trato vejatorio al que le sometía las autoridades de su aldea y dijo basta.

Ya está. La imagen de nuestra época será pues el efecto mariposa que preconiza que el aleteo de uno sólo de estos insectos puede producir cambios a miles de kilómetros de distancia. Veis. Lo teníamos delante de nuestras narices y no lo veíamos.

Cuando se explique la historia a los nietos de nuestros nietos, quizá no sea tan relevante las consecuencias catastróficas de una recesión económica sin precedentes como lo que un solo y desesperado joven fue capaz de propagar con un bidón de gasolina y una cerilla. Un cambio trascendente al precio de diez euros, todo lo más. Una inversión super-hiper-rentabilizada que dejará en ridículo la forma en que Rockefeller compraba y vendía cerillas hasta que se hizo uno de los amos del mundo.

Colón descubrió América con una inversión más que considerable y marcó una época sin saberlo y ahora Mohamed Bouazizi lo ha hecho con muchísimo menos dinero. ¡La cantidad de consecuencias que de ello podrá extraerse en las escuelas de negocio del mundo entero cuando ese hecho apenas comprensible a día de hoy sea estudiado como caso de todos los casos por parte de sesudos profesores!

Claro que para muchos de nosotros, que tenemos mucha menor visión histórica por ser coetáneos a los hechos, ese suceso determinante en grado superlativo igual no pasará de ser una de las muchas noticias que se produjeron en el tercer año de las vacas flacas del inicio de milenio.

Espero que, llegado el momento, algún arqueólogo tecnológico rescate este post para poder entender que a alguno no se nos pasó desapercibida semejante señal de los cielos. Al fin y al cabo, es lo que le pasó a un montón de sabios griegos cuyo mayor mérito fue que su obra no fuera pasto de las llamas o de los saqueos.

2 de julio de 2010

Cuando los pájaros mamen


Las cosas “no son” en un único sentido analítico o aséptico, sino que sólo son en la medida y en la forma en que cada uno de nosotros las interpretamos. Basta hacer un pequeño experimento para comprobarlo. Si reunimos a un grupo de personas y les preguntamos de qué color es un objeto obtendremos tantas respuestas como a personas preguntemos. “Fucsia” dirá uno, “coral” dirá otro, “fresa” un tercero. Y todas tendrán razón porque cada cual lo asociará a su propia experiencia.

Las cosas sólo son, por tanto, la proyección de nuestra experiencia. El ser humano no es una víctima inocente de sus experiencias en su vida sino su propio artífice, de la misma forma que no somos, en modo alguno, la última pasada de la urdimbre del telar sino, por el contrario, una larga pieza de tela que sigue creciendo mientras vivimos y actuamos. Lo último, comparado con el todo, es un mero accidente, pero eso no impide que seamos responsables de la pieza entera.

Sin embargo, hay que entender que somos instrumentos musicales permanentemente desafinados. Lo somos porque nuestras experiencias nos van separando o acercando a nuestras convicciones creándonos grandes o pequeñas contradicciones. Si viéramos en perspectiva nuestra propia tela (vida) nos daríamos cuenta de que el dibujo se distorsiona continuamente, igual que sucede con las buenas alfombras hechas a mano en las que esas imperfecciones nunca son valoradas como taras. He aquí un dato interesante.

Nos vamos transformando constantemente y la verdad es que no sabemos quiénes podemos llegar a ser a pesar de que no escasean visiones reduccionistas acerca de nuestras verdaderas potencialidades. La religión y la creencia en el destino, por ejemplo, son de lo más limitativo, por no citarnos a nosotros mismos, que no somos mancos. Visiones deterministas en las que "mejorar" es lo máximo a lo que podemos aspirar. Pero es que no se trata tanto de mejorar como de transformarse.

Transformarse implica avanzar hacia el futuro que deseas, no en alejarte del presente que no te satisface, que es en lo que consiste la mejora. Si avanzas hacia el futuro que deseas es que estás tratando de cumplir una aspiración, mientras que si te alejas de lo que no te gusta, nada hace suponer que a dónde llegues vayas a sentirte más cómodo, y en todo caso, nada impide que pudieras llegar a cualquier parte que no desearas porque no sabes a dónde querías ir.

El límite lo marca nuestro compromiso, aunque decirlo es mucho más sencillo que ponerse en marcha, así que todos contentos. Cuando falleció François Miterrand, un hombre netamente contradictorio durante toda su vida y que -guiños de la historia- ganó las elecciones presidenciales francesas con el lema “la fuerza tranquila”, el director de Le Monde le dedicó un panegírico que siempre me ha parecido sumamente ilustrativo. En él le describía como un hombre que fue capaz de aguantar estoicamente las tormentas en el puente de mando de la nave y llevando el timón, de soportar todos los contratiempos, etc. Ahora bien, concluía, era incapaz de aguantar una pequeña china en su zapato.

Así que todos tenemos limitaciones que están muy por debajo de nuestras capacidades, y aún así, conforman mejor que nada la realidad de cada cual. Diríamos que las cosas se expresan mejor por los detalles, si puede ser gráficos mucho mejor. Y la china en el zapato de Miterrand me parece muy gráfica.

No existen realidades absolutas en el sentido de que no sean interpretables. Cuando sólo era un jovenzuelo mi jefe me mandó a preguntar a un empleado cuándo tendría listo un trabajo que le había encargado. El tipo, que se apellidaba Carrique, me miró con condescendencia y me dijo, dile a tu jefe que no tenga tanta prisa, que la están peinando. Ya, repuse, pero es que espera una respuesta concreta. Entonces dile que estará cuando los pájaros mamen.

Cuando regresé y le di esa respuesta a mi jefe se quedó perplejo. Cogió el teléfono y llamó a Carrique quien le contestó que la cosa iba para largo por culpa de no recuerdo qué contratiempo y que lo que me había contestado “sólo era una forma de hablar” (léase una expresión de relación temporal inconcreta).

Y aun así, los pájaros no maman y de momento, no piensan hacerlo. Una de las pocas realidades inmutables.

3 de junio de 2010

Suma cero

La principal diferencia entre un inventor y un investigador reside en la gestión del principio de incertidumbre que aplican a su trabajo. Mientras que el inventor persigue la innovación, hacer aquello que no se hizo hasta ahora con independencia de que sus resultados gocen de aceptación o sean viables desde el punto de vista de coste, fabricación, distribución y aceptación en el mercado, al investigador le mueve el principio de incertidumbre, es decir, no saber si alcanzará la meta perseguida por muy concienzudamente que desarrolle su trabajo. Unos se imaginan una utilidad novedosa, otros, por el contrario, buscan soluciones a preguntas todavía sin respuesta.
Los procesos que rigen la investigación son similares a los del trabajo “en caja negra” que se aplica en otros ámbitos y que consiste en ejercer control sobre los inputs pero no sobre los ouputs que inevitablemente se producirán como resultado final del proceso. Así, se denomina “caja negra” a todo aquello que sucede como parte del proceso intermedio sin que, por el momento, se sepa determinar su comportamiento. El ansia de todo investigador consiste en reducir ese margen de incertidumbre, aún a costa de pretender integrarla hasta vivir absolutamente inmerso en ella.
Sin embargo, los inventores e investigadores tienen en común el uso del método prueba/error aunque no compartan la gestión de la incertidumbre. Uno de mis clientes se dedica a la investigación sobre aleaciones ligeras. Su objetivo es conseguir que las cosas que se construyan con esas nuevas aleaciones pesen menos pero que sean igual de resistentes o más que los materiales ya conocidos. Y eso qué es ¿invento o investigación? Ellos no dudan en llamarse investigadores porque conocen muy bien la diferencia con los inventores: el principio de incertidumbre.
La experiencia demuestra que los grandes descubrimientos han sido realizados por investigadores (que no pueden llamarse descubridores hasta que dan con lo que están buscando) pero que se han apoyado en inventos. El descubrimiento de una nueva galaxia no sería posible sin el invento de telescopios muy potentes; el descubrimiento de una bacteria tampoco podría realizarse sin el invento del microscopio, etc.
La incertidumbre es abstracta y por tanto no motiva nada a los inventores que a cambio destacan por su capacidad de imaginar aplicaciones funcionales a cosas que todavía no existen. Ellos piensan en la utilidad de algo incluso antes de ponerse a diseñarlo. No todos podríamos hacer eso.
Haciendo una traslación a conceptos emocionales, diríamos una vez más, incluso abusando del uso de esos términos, que unos viven en el qué y otros en el cómo y eso condiciona enormemente sus enfoques. Serían dos polos opuestos en los que ambos aplicarían estilos sociales completamente distintos. Vaya, de nuevo los estilos sociales.
Como curiosos empedernidos, los inventores y los descubridores son grandes observadores si bien lo que les distingue es su enfoque bien hacia el proceso o bien hacia el procedimiento que, como puede imaginarse, son cosas muy distintas, lo que demuestra que unos necesitan de los otros como simbióticos que son.
Igual sucede con el resto de los mortales, que buscamos desesperadamente la complementariedad, el balance, el punto cero o casi cero, si bien no hay que olvidar que lo complementario es aquello que no está en nosotros ni lo echamos en falta muchas veces... pero nos atrae. ¿Un misterio? No, una condición intrínseca de la atracción.
Es probable que a quien le guste las rubias se acabe casando con una morena. Es posible que aquello que no está en nosotros o que incluso detestamos se convierta en virtud cuando lo vemos en alguien por el que nos sentimos atraídos.
Ese es el valor de la emocionalidad o más concretamente de la inteligencia emocional, que consiste en admitir que unos no existiríamos si hubiera de los otros. La cosmovisión, el yin y el yan así como otras escuelas filosóficas no occidentales admiten esto con total normalidad por mucho que nos empeñemos en declararnos proclives a una serie de comportamientos y opuestos a otros muchos que quisiéramos ver desterrados por no decir desaparecidos.
Los estilos sociales explican esto con suma claridad expositiva, que los inventores y los descubridores sean al mismo tiempo tan opuestos y complementarios, que los pioneros y los granjeros tengan comportamientos tan dispares pero se necesiten unos a otros, que los hinchas de un equipo necesiten ser “anti” de otro no solamente para poder poner en valor su filia sino para que exista un contrario por el que sentir fobia.
Lo dicho, el mundo sigue existiendo porque entre todos conformamos un sumatorio tendente a cero. Si esto funciona a grandes números también lo hace a pequeña escala porque si no fuera así haría mucho tiempo que hubiéramos desaparecido de la faz de la Tierra, a ver si lo aprendemos.

21 de mayo de 2010

La fábula de Aspa


Cuenta la leyenda que en un lejano país hace muchos años nació un enano con cuatro piernas. Tal asombró causó entre los lugareños este prodigio que, lejos de aislarle y tratarle como a un leproso, vieron en él una señal de cielo y le colmaron de todos los honores imaginables. Sus padres, que habían pensado seriamente en estrangular al recién nacido para que no supusiera una carga inútil y una boca más que alimentar, se vieron inesperadamente recompensados con todo tipo de agasajos de los lugareños hasta el punto que incluso costearon para ellos una vivienda dentro de las murallas de la ciudad que, si bien no era lujosa, al menos era sobradamente digna si la comparamos con el chamizo donde vivían a orillas del río.
En su nueva morada, la madre del niño raro le sacaba todas las tardes al balcón para mostrarlo a sus vecinos y que se extasiaran viendo como gateaba con soltura o trepaba a la silla de su madre con pasmosa facilidad incluso antes de dar sus primeros pasos. Cuatro piernas son de mucha ayuda para semejantes proezas, se decían unos a otros y empezaron a llamarle Aspa.
Así transcurrió su infancia, a la vista de todos. Conforme fue creciendo estaba tan acostumbrado a ser el foco de atención que no se le hacía raro ver congregada a la muchedumbre bajo su balcón todas las tardes hasta la caída del sol o incluso más tarde. Si por casualidad el frío o la lluvia impedían esa cita diaria, el niño se impacientaba y refunfuñaba a su madre que también lo lamentaba, porque junto a las visitas recibía constantes regalos de comida, telas y otros enseres de forma que, a pesar de no tener dinero, no les faltaba de nada e incluso les sobraba.
Al llegar a la edad en que los niños dan el tirón él se quedó corto porque para eso era enano. Al principio no fue un problema porque nadie le hacía de menos, pero pronto se dio cuenta de que él era distinto, y no por tener cuatro piernas cuando los demás tenían sólo dos, sino porque debía acostumbrarse a mirar hacia arriba, ahora ya no sólo a los adultos sino también a los niños que hasta hacía poco eran de la misma o parecida altura. Antes de eso no se había sentido distinto a nadie a pesar de que lo era y mucho.
Conforme Aspa crecía –es una forma de hablar- su carácter iba tornándose cada vez más retraído. Ya no le apetecía mostrarse en el balcón ni tampoco quería salir a la calle sino que pasaba las horas muertas en su habitación sin dedicarse a nada útil, dejando pasar el tiempo hasta que llegaba la cena para luego acostarse y así un día tras otro.
Un día de principios de verano llegó una terrible noticia. Mientras el rey se encontraba de visita en un reino vecino con el que había firmado una alianza, un ejército enemigo sitió la ciudad que sólo contaba con una pequeña guarnición para su defensa. Si no se daba aviso al soberano para que regresara cuanto antes con sus tropas todo estaría perdido. El único recurso era que alguien pudiera salir sin ser visto y corriera tanto como pudiera en busca de ayuda.
Los miembros del consejo se reunieron para deliberar pero no contaban con que Aspa se presentara voluntario para la peligrosa misión porque era menudo y podría camuflarse entre la hierba alta y además estaba muy bien dotado para la carrera gracias a sus cuatro piernas. Aspa era la solución.
Avanzada la noche metieron al enano en una cesta que deslizaron con una cuerda por la parte más agreste de la muralla. Aspa se sentía muy animado a pesar de los peligros que corría pero sentía que el destino de su pueblo estaba en sus manos así que, en cuanto tocó tierra, echó a correr sin desmayo tanto como le daban sus menudas piernas hasta que unas cuantas horas más tarde pudo pedir ayuda a un caballero para que le acercara donde estaba su rey.
El rey escuchó el mensaje que Aspa le traía y sin perder un instante se puso en marcha con su ejército al que se unió el de su aliado derrotando por completo al enemigo al cogerle por sorpresa. Una vez estuvo la ciudad a salvo se hizo una gran fiesta en la que Aspa fue el principal protagonista, esta vez porque gracias a su arrojo les había salvado de una derrota segura. En un momento dado, uno de los nobles se acercó al enano y le pidió que le acompañara porque el rey quería hablar con él en privado. Aspa se sorprendió de que el rey le llamara pero accedió cómo iba a negarse a la voluntad de un rey victorioso.
Te debemos mucho, empezó diciéndole, porque si no hubiera sido por ti hoy estaríamos llorando la derrota. Pero no es menos cierto que lo que te hizo providencial no fue lo que creías tu fortaleza, sino por el contrario, aquello que vives como una debilidad hasta el punto que te tiene amargado: tu corta talla. Tus cuatro piernas nunca te han hecho sentir raro porque todos vemos en ellas un prodigio y porque nadie más es como tú en eso. Además de fama, te dan agilidad y velocidad, es cierto, pero no aceptas tu condición de enano y debes darte cuenta de que para salvar la ciudad del asedio no bastaba con que pudieras correr mucho, también era necesario que nadie te viera para llegar hasta donde yo estaba.
Tus piernas te hacen sentir especial porque todos las admiramos, pero tu talla es un prodigio todavía mayor y te convierten en un ser doblemente especial. Tú crees que no eres como los demás pero te corrijo, somos los demás los que no somos como tú. Sin la suma de estas dos cualidades hoy estaríamos enterrando en lugar de celebrando.
¿Te gustaría ser rey? No, respondió Aspa con determinación. Yo sólo aspiro a ser un buen vasallo. Entonces, debes entender que tus cualidades no son las mismas que las mías y a pesar de que soy el rey nunca podré competir contigo. Eso es lo que te hace especial, no lo olvides.

14 de mayo de 2010

El circo de las mariposas


Para ponernos en situación, hay que imaginar que estamos a punto de iniciar un merecido fin de semana. Esta, en concreto, ha sido de aúpa, así que no está de más que nos concedamos un merecido descanso sobre todo de alma.

Os propongo que veamos una peli que dura veinte minutos. Si no disponéis de ese tiempo os pido que no iniciéis la proyección y que lo dejéis para mejor ocasión. Si tenéis niños en casa invitadlos a que os acompañen, apagad las luces y si además podéis conectar vuestro equipo con una tele de gran formato o si tenéis un proyector, mucho mejor. El vídeo viene en formato de alta calidad, así que todo tiene su importancia.

No tengáis prejuicios porque la peli sea en versión original y esté subtitulada. Es una de esas pelis cuyo mensaje podría entenderse incluso si se tratara de cine mudo, tal es su fuerza.

Y cuando acabe la proyección y si os apetece, continuad leyendo.




Espero que os haya gustado.

Vivimos tiempos turbulentos en los que subimos y bajamos crestas como si fuéramos montados en una montaña rusa desbocada. Así son las cosas siempre que algo se mueve para dejar paso a una nueva realidad, a un segundo nacimiento, de la misma forma en que una oruga pasa a ser una mariposa.

Aceptamos que estamos ante un ciclo de crisis económica, pero nos cuesta más admitir que también estamos asistiendo al inicio de una nueva vida de la que hemos de ser los protagonistas.

“El circo de las mariposas” cuenta una historia que enternece pero cuya principal virtud es que habla de todos y cada uno de nosotros. ¿Quién eres tú? ¿Will que no tiene brazos ni piernas, uno de esos niños que le lanzan tomates, Méndez que es capaz de ver lo que otros no ven, el forzudo ex pendenciero, el niño que no sabe que todo capullo encierra una mariposa, el padre que da confianza a su hijo para que de mayor sea lo que quiera, el niño aquejado de polio o su madre?

Tenemos un poco de todos ellos ¿no?

Esta pequeña joya es un regalo que yo recibí y que comparto. Otros muchos lo hicieron antes y hoy es una referencia a la que se ha encontrado muchas aplicaciones. Al coaching, por ejemplo, porque explica cuál es su esencia: todos tenemos una potencialidad infinitamente mayor que la que nos concedemos, de la misma forma que una bellota contiene una encina. Todo está en nuestro interior pero necesitamos que alguien crea en nosotros, empezando por uno mismo.
Otros han usado esta película para ilustrar en qué consiste el liderazgo inspiracional. Yo diría que incluso el liderazgo a secas, porque se observa lo que distintos líderes pueden conseguir con la misma materia prima. No falta quien ha visto en ella la clave de la superación de sus adversidades y también tienen razón, pero lo más importante es lo que hayas visto tú.

Seguramente no te habrás quedado indiferente y si mañana o la semana que viene te apetece volver a verla te animo a que lo hagas. Es probable que, por el mismo precio, veas cosas nuevas.

Buen fin de semana.

19 de enero de 2010

Sorpresas te da la vida

El pasado sábado asistí temprano a la sesión de GobCamp siguiendo la invitación de dos colegas y amigos de Cloud Consulting. A priori, este evento tenía algunas características a las que no estoy acostumbrado. La primera, que no hay un orden del día establecido y son los mismos asistentes los que pueden actuar como oyentes o ponentes alternativamente y a su elección. La segunda, que el nivel de los asistentes era desconocido, sin que haya que anotar ninguna reserva en ello. Al fin y al cabo, lo desconocido es un valor a descubrir, no una carencia. Conforme avanzaba la sesión fui sacando algunas conclusiones (ajenas al objeto específico de la jornada) que quisiera compartir con vosotros, adelantando de entrada que mi papel fue el de mero espectador y observador.
Lo más importante fue, desde mi punto de vista, ver la pasión con que los ponentes (en realidad, los líderes de proyecto) exponían sus experiencias. Ni uno solo utilizó el “yo” sino el “nosotros” incluso cuando su papel resultaba obvio que había sido determinante para el impulso del proyecto en cuestión. Buen dato.
Otra cosa que me llamó la atención fue que allí había mucho conocimiento y ninguna prevención por compartirlo. Mejor dato.
Una cosa más. Todos veníamos de una historia en la que las cosas se habían hecho tradicionalmente de forma completamente distinta y habíamos evolucionado con naturalidad. Extraordinario dato.
Y por último, que el último ponente de la sesión de la mañana, un verdadero experto internacional en la Gestión del Cambio (así, con mayúsculas), pedía colaboración abierta para adaptar su entorno de negocio a las nuevas tecnologías de las que él era un neófito. Toda una lección de humildad que levantó los aplausos de la audiencia.
De vuelta, reflexioné un poco sobre la experiencia. ¿Qué me había aportado la sesión, qué había aprendido? Respecto a la primera cuestión, mucho, respecto a la segunda, menos y en todo caso, cosas inesperadas. No me extrañó llegar a esta conclusión y eso que no soy un experto en la materia tratada, pero la conjunción de inteligencia emocional estaba servida y aquí os la presento en forma de preguntas.
¿Cuántos de nosotros necesitamos tener el estímulo de saber con certeza a quién vamos a escuchar y de qué tema va a tratarse para decidirnos a sacrificar una sacrosanta mañana de sábado y levantarse a las siete de la mañana para llegar puntual a la cita? Si a mí me lo hubieran propuesto hace un tiempo ni siquiera hubiera considerado mi presencia.
¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a exponer ante otros que desconocemos por completo algo que nos interesa mucho pero que no sabemos cuánto puede interesar a terceros hasta el punto de aceptar ser sometido a un juicio que podría implicar silencio o indiferencia como toda respuesta? Yo no, por supuesto.
En el caso de que sí hubiera interesado ¿Cuántos habríamos hinchado el pecho para que no pasara desapercibida nuestra mano detrás de lo que estamos contando dando a entender que somos los padres de la criatura? No estoy seguro de la respuesta.
¿Cuántos habríamos tenido la humildad de reconocer que, a pesar de ser unos expertos en nuestra materia, no sabemos apenas nada de cosas mucho menos complejas y pedir ayuda con verdaderas ganas de ser ayudados? ¿?
Y por último ¿cuántos de nosotros habríamos hecho todo eso que ahí se hizo de forma natural? Ese es el aprendizaje que obtuve, que hay que ser de una pasta muy especial para contestar correctamente a las cuestiones planteadas en esta entrada y que todas ellas tienen que ver con la gestión de nuestra emocionalidad, no con nuestro talento.
No pude quedarme por la tarde y, según me cuentan, la audiencia declinó en esa parte, pero a mi modo de ver se habían cumplido todos los objetivos y me fui a casa satisfecho porque, de una u otra forma, se había demostrado que cuando se lo propone, el hombre es capaz de hacer cosas maravillosas.

Y dejo para el final un apunte para romper esquemas: los ponentes procedían o estaban relacionados con la Administración Pública, ojo al dato.

12 de enero de 2010

¿Dónde está Wally?

Seguramente muchos recordaréis un programa de televisión llamado ¿Quién sabe dónde? que, básicamente, consistía en la búsqueda intensiva de personas desaparecidas que, las más de las veces, no tenían ningún interés en ser encontradas. La fórmula empleada para esta especie de búsqueda por rastreo se basaba en un antepasado de las redes sociales. Alguien conocía a alguien que a su vez… y así hasta que daban con el desaparecido, estuviera éste vivo o muerto.
El funcionamiento de las redes sociales que hoy conocemos sigue un esquema similar, con la única salvedad de que el “desaparecido” ha de haber dejado rastro digital, lo cual cada vez es más probable porque entre los que ya usan medios digitales o lo harán en corto plazo estamos hablando del 70% de la población. Vivir en lo digital es lo que tiene, que dejas rastro y tarde o temprano acaban dando contigo, lo quieras o no, aunque por lo general, todo el mundo quiere, por no decir que aspira o desea.
Las redes sociales acortan el camino y, sobre todo, eliminan pasos intermedios. Si en cualquier momento de la Historia una persona ha estado a sólo seis pasos de alguien a quien por supuesto ni conocía y daba igual que estuviera en las antípodas, hoy en día esa búsqueda se ha convertido prácticamente en instantánea. Los hábitos sociales caminan en esa dirección y si lo hacen, arrastran tras de sí modelos completos de entender y vivir la vida. Ahora mismo hasta ya empiezan a arrastrar la forma en que se hacen los negocios afectando a los costes, los márgenes y cualquier otro elemento que pueda cuantificarse económicamente, actuando en esto como un fiel aliado del fenómeno de la globalización. Y más que lo harán en el futuro inmediato.

Hoy en día ya hay suficientes ejemplos de ello. Por citar estrategias de marketing de una sola agencia sabemos que el fenómeno Susan Boyle, el patito feo que cantaba como los ángeles y que ahora ya vende discos como rosquillas, es el resultado de una acción de marketing viral que arranca como consecuencia de que Andrew Lloyd Weber, el famoso compositor y productor de musicales estaba preocupado por el descenso de público en sus espectáculos a causa de la crisis. La aparición de Susan interpretando la canción emblemática de Los Miserables por tanto, no fue una feliz casualidad, como tampoco lo fue que se convirtiera en uno de los videos más visitados en You Tube.
O la preocupación de la productora de Gran Hermano ante el escaso éxito de su último casting, resuelto a base del lanzamiento de una campaña específica a través de Facebook, por citar sólo dos ejemplos. Aquí el medio utilizado fue el de las redes sociales y el éxito en ambos casos se debió a su enorme poder de convocatoria, impensable hasta hace muy poco. El único requisito es que un solo emisor haga lo necesario para acceder a un (potencialmente hablando) infinito número de receptores y que una porción de estos se sientan interesados.
Conecto en esto con el post que ha escrito mi amigo Agustí Brañas en el que establece la relación matemática que se produce entre emisores y receptores de mensajes. A mi modo de ver, el problema no es la cantidad, sino la calidad de los mensajes (lo que a cada cual le interesa) y para eso hace falta utilizar criterios de segmentación para separar el grano de la paja. Creo que en eso es realmente necesario mejorar ya mismo y que lo será mucho más en el futuro.
Las empresas se están empezando a dar cuenta de la potencia de los social media. La semana pasada aparecía uno de los primeros artículos en la prensa genérica que hablaba del significativo ahorro de costes de este tipo de campañas y su cuantificación en términos de ROI (retorno de la inversión). En consecuencia, está claro: es momento de ponerse a ello y de hacerlo en serio aunque sólo sea para enterarse sin intermediarios de lo que piensan los consumidores de un determinado producto o cuál es nuestra reputación social.
La social media (conjunto de herramientas al efecto) crea un fantástico impacto emocional, siquiera potencialmente. Esto que escribo será visible no sólo para mis seguidores habituales u ocasionales sino por todo el mundo que haga una simple consulta sobre mí en Google y estoy seguro de que cuando analice mis estadísticas veré que será leído por personas de al menos tres continentes y no menos de quince países. Y ya no te digo nada si doy el aviso a través de Twitter o Facebook.
El poder de estas herramientas es considerable. Hace un par de meses un amigo mío que busca cambiar de trabajo me pedía que le aconsejara sobre cómo hacerlo. Date de alta en Xing y Linkedin y apúntate a comunidades profesionales, le aconsejé. No digas que buscas trabajo, no es necesario. Hoy me ha mandado un correo diciéndome que la semana que viene tiene dos entrevistas. Asusta un poco, pero es así.
Cristalook dejaba un comentario en mi post anterior en el que, entre otras cosas, decía que “aunque defiendo al 100% la inocencia de la ciencia y de cualquier tecnología que represente un avance social, faltará determinar los usos maliciosos que generará este, quizás, exceso de información”. No le falta razón y es también una de mis preocupaciones. Aunque el principal uso malicioso que adivino es la manipulación de voluntades, porque ya digo que esto de la social media tiene una fortísima carga emocional y en eso, somos frágiles y desde luego, muy pero que muy vulnerables.


Pero a lo que íbamos ¿Que dónde está Wally? Chupado. Ahora mismo te contesto.

24 de noviembre de 2009

Empresas listas, empresas tontas

Siguiendo una sugerencia de mi colega de Cloud Consulting ;-) Astrid Moix y a raíz de un comentario que dejé en su blog, aquí me tenéis tratando de explicar las diferencias que hay entre empresas listas y empresas tontas aclarando, antes que nada, que el hecho de que una empresa pertenezca a cualquiera de esas dos clasificaciones no condiciona apenas nada su éxito empresarial, como explicaré con ejemplos empezando por este.
Hace unos años se produjo una fusión, perdón, una absorción que resultó famosa. Me refiero a la compra de Compaq por HP. Compaq era mayor que HP pero siendo una empresa de éxito se durmió en los laureles y así HP algo más pequeña la compró, la integró, la digirió y después de todo eso fue capaz de hacer que la marca perviviera. Todavía hoy se puede comprar ordenadores Compaq. Está claro que HP fue mucho más lista que Compaq.
Pero antes de continuar, permitidme que aclarare qué entiendo por empresa lista y tonta.
Empezando por esta última defino como empresa tonta a aquella que, debido al sector al que pertenece, mercado en el que opera, competencia a la que se enfrenta, orientación estratégica, estilo de dirección etc. echa un poco para atrás. Diríamos que sería un tipo de empresa a la que nadie o casi nadie (porque hay gustos para todo) le gustaría trabajar si pudiera escoger, claro.
Pondré dos ejemplos de estas. Uno de ellos se refiere al último banco en el que trabajé y otro a una empresa que conozco.

Ejemplo 1

Banco regional con una red de oficinas suficiente y de distribución racional, desacreditado por la competencia por anticuado, con un consejo de administración compuesto por empresarios conocidos por todos, una alta dirección aceptable y con una plantilla poco profesionalizada, muy antigua y poco reciclada. Multiculturalidad cero. Imagen corporativa buena, calidad de servicio y de oferta mediocre, adolece de un endémico problema de mala organización interna que hace que, por ejemplo, a pesar de haberles avisado media docena de veces que me cambié de domicilio todavía recibo los extractos de cuentas en el anterior. Continuamente en los mentideros “por estar en venta” pero con unos resultados netos moderados aunque estabilizados. En esta situación de crisis financiera no está pasando especiales dificultades, que yo sepa.

Ejemplo 2

Empresa de ámbito nacional con clientela sujeta a la necesidad de contratar sus servicios por imperativo legal (es decir, clientela cautiva), competencia muy atomizada, con tasas de crecimiento anuales exponenciales pero no debidas a crecimiento orgánico sino a absorción de competidores mejor implantados geográficamente. Desastrosa desde el punto de vista organizativo, ha sido incapaz de digerir ni una sola de las empresas absorbidas, todas ellas de menor tamaño. Muy apalancada financieramente y con eternos problemas por impagos de sus clientes minoristas y demoras en el pago a sus proveedores. Consejo de administración procedente de “familias empresariales”, dirección con muchos master pero divorciada en su discurso de su plantilla voluntariosa aunque no excesivamente formada ni motivada. Existe multiculturalidad pero procedente de países con altas tasas de emigración. En estos momentos está en fase de concurso de acreedores, vamos, en quiebra.

Sigamos ahora por las empresas listas. Como en el caso anterior, defino como tales a aquellas que debido al sector al que pertenecen, mercado en el que operan, competencia a la que se enfrentan, orientación estratégica, estilo de dirección etc. a la gente se le hacen los ojos chiribitas con sólo oír hablar de ellas en cuanto las describes. En contraposición a las anteriores diríamos que sería un tipo de empresa en la que a todo el mundo le gustaría ser admitido aunque fuera para barrer el suelo.
Como en el caso anterior, también pondré dos ejemplos, uno de una empresa para la que trabajé y otro de otra empresa que conozco.

Ejemplo 1

Consultora multinacional de reconocido prestigio. Personal titulado en un 80% de los casos, con el inglés como segundo idioma en el 60% de la plantilla (no en vano el 25% de los profesionales procedían de otros países) así que muy buena tasa de multiculturalidad y plurilingüismo. Buena reputación en el mercado, algo escorada en su oferta de servicios hacia los de cariz tecnológico aunque con una de oferta global correcta, con unos costes de servicio situados en la gama medio-alta, muchísimas políticas implantadas de satisfacción laboral (buenos salarios, planes de carrera, de formación, de conciliación familiar, etc.). Consejo de administración sin formación en gestión empresarial, dirección colegiada (modelo partnership), plantilla guay y cool donde las haya. Fue vendida en el año 2003 por un euro a una empresa competidora de muchísimo menos nivel y no queda ni rastro de ella.

Ejemplo 2

Empresa unipersonal de ámbito provincial dedicada al servicio técnico de maquinaria expendedora de bebidas (vending). Cuarenta personas en plantilla con unos salarios por encima del sector y con una buena política de incentivos por cumplimiento de objetivos mensuales (reparación, mantenimiento, etc.) Estilo de dirección personalista del estilo “conmigo o contra mí”. Apenas existe multiculturalidad (menos del 10% de la plantilla). Enorme capacidad para alcanzar acuerdos de subcontratación de servicios con otras empresas. Clientes multinacionales y con alta volatilidad en la renovación de contratos, lucha feroz entre competidores por precios. Este año en el que la crisis ha hecho que se vendan muchos menos refrescos, ha logrado unos resultados superiores en un 40% a los del año pasado.

Como puede verse a través de los ejemplos propuestos, el hecho de que las empresas sean “listas” o “tontas” no tiene que ver necesariamente con los resultados que obtienen ni con el perfil profesional de sus integrantes sino con otros factores entre los cuales destaca por encima de todos la necesidad de gestionarlas de acuerdo a cómo son y no de forma distinta o contraria.
Los estilos de dirección siempre deben ser eficaces por encima de todo pero es imposible que lo sean si no están alineados con la realidad, con el medio en el que se desenvuelve la actividad, haciendo las cosas como las personas a su cargo puedan entenderlas mejor y eso sí que es verdaderamente determinante para su éxito o fracaso.
La globalización en la que estamos inmersos parece que prima unos nuevos comportamientos estándar en los que el arquetipo viene determinado por la existencia de multiculturalidad que adquiere carta de naturaleza y castiga a quien no está en esta onda. No me opongo a entender la enorme riqueza que eso aporta, pero sí a que la catalogación de empresas "listas" y "tontas" se rija por este patrón aspiracional.
Por el contrario, pienso que hoy se hace más necesario que nunca aquel adagio que decía “piensa globalmente, actúa localmente”. No parece demostrado que el hecho de que una empresa cuente con más o menos titulados, se hable o no idiomas, esté situada en un sector más o menos competitivo o exista más o menos multiculturalidad sea determinante para su éxito, al menos por el momento.
Lo que marca la diferencia es ser una empresa lista en el sentido de que sepa entender qué conviene hacer en cada momento. Y para ello cada uno de los integrantes del consejo de administración, la dirección, los mandos intermedios y los operarios debe saber lo que tiene que hacer. De momento, conformémonos con esto.

6 de noviembre de 2009

Me gusta cómo piensas

En estos tiempos se habla mucho de la diversidad. Todo el mundo quiere diferenciarse, lo cual parece lógico. A quién le interesa un producto o un servicio que no esté pensado “sólo” para él. A casi nadie, siempre que hablemos de eso, de productos y servicios. Hace muchos años que la banca y la industria trabajan bajo premisas de segmentación de clientela = diversidad, tantos, que sin habernos dado cuenta han pasado más de treinta años desde que este concepto de marketing impregna todo lo que consumimos.
No es nada nuevo que en función de que hablemos de empresas o particulares, y dentro de éstos dependiendo del patrimonio que se tenga, acudamos a una sucursal u otra del mismo banco o a bancos distintos. Tampoco es novedoso el hecho de que los fabricantes de automóviles pinten los coches de unos colores u otros en función del país donde vayan a venderse. Nada tiene de especial que cuando uno va a comprarse un traje a El Corte Inglés la misma talla tenga tres largos distintos y así en tantas y tantas cosas. Eso no nos molesta, todo lo contrario, porque asumimos que todos ellos tratan de adaptarse a nuestra "propia” diversidad y a veces hasta lo consiguen.
La diversidad se ha instalado en nuestra sociedad de un modo omnipresente. Hablamos de bio-diversidad, de socio-diversidad, de multi-culturalidad, etc. Claro que a veces el subconsciente juega malas pasadas a los que eso de la diversidad les pilla instalados en la posición dominante, ahora amenazada. Pienso en la reciente sentencia que obliga a retirar los crucifijos de las escuelas en Italia, en las batallas por el velo de las niñas musulmanas en las escuelas, etc. Se diría que sí queremos la diversidad siempre que ésta respete nuestro estatus y no amenace nuestra consolidada forma de vida resolviendo los conflictos que surgen por ello a cada instante invocando el respeto a la cultura residente y si eso no basta, las leyes. Y si las leyes no bastan pues a palos.
Ciudades que antes se enorgullecían de su particular idiosincrasia hoy ven como cada vez más se parecen a pequeñas sucursales de la ONU en cuyas calles se habla un sinfín de lenguas y cuyos habitantes son de todos los colores. Incluso en algunas de ellas hay colonias nacionales tan extensas y cada vez más organizadas que ya están a punto de ocupar barrios enteros en los que su posición es dominante. Nada nuevo bajo el sol, por otra parte, que bien que nos gusta visitar las pintorescas Litte Italy o Chinatown cuando viajamos a Nueva York, por ejemplo. Pero ojo, que no es lo mismo, dirán algunos.
Hasta que se jubiló, una tía mía regentaba un comercio de comestibles que abría en domingo, lo cual le originó unas cuantas multas gubernativas y amenazas de boicot de otros tenderos. Hoy en día ese mismo comercio está regentado por pakistaníes que abren casi veinticuatro horas al día siete días a la semana y no pasa nada. No sólo no hay multa sino que el día que no abren nos preguntamos si se habrán puesto enfermos o si han echado el cierre definitivo porque son nuestra tabla de salvación para las compras de conveniencia si se nos ha olvidado algo del super.

Ni que decir tiene la cantidad de cosas que sólo compramos en las tiendas de “los chinos” en detrimento del comercio tradicional. Veis, a ese tipo de cosas no ponemos ningún reparo, al contrario. ¡Que espabilen! ¡que aprendan! ¡que se diversifiquen! decimos a voz en grito. Pero de ahí a que vivan todos en el mismo barrio hay un abismo, nos están colonizando, me decía una vecina de mi madre el otro día y clienta habitual de los todo-a-cien.
El esfuerzo mental, emocional y cultural que supone la aceptación de lo diverso es considerable porque, al mismo tiempo que supone la introducción más o menos a calzador de costumbres que no nos son propias, no está garantizada la reciprocidad por parte de quien llega aunque se la pidamos como condición sine qua non para la aceptación de “su” diversidad. Algunos irían más lejos y en lugar de “pidiendo” dirían “exigiendo”.
Por otra parte, los puntos de vista discordantes (otra forma de diversidad al fin y al cabo) tampoco es que estén muy valorados dentro de las empresas. Diversos estudios realizados en nuestro país demuestran que la tendencia al pensamiento único prevalece respecto a la aceptación de enfoques distintos y ya no digamos si se manifiestan a través de corrientes de opinión. Así vemos que cuando se produce fusiones empresariales, una cultura -casi siempre la compradora excepto muy raras excepciones- acaba fagocitando irremisiblemente a la otra cultura. ¿Diversidad? Para nada. Ahí lo que prima es el criterio de “unificación en aras a la eficacia” aunque todo el mundo se llene la boca hablando de sinergia, bonita y hasta romántica palabra que, en esos casos, se transforma en una burda falsificación de su significado original, lo cual no impide que la cultura vencida (da igual el ámbito del que hablemos) desaparezca sino que perviva aunque sea en la clandestinidad, en las catacumbas si es necesario, igual que los primeros cristianos, los armenios masacrados por los turcos, los kurdos iraquíes o… (poned cada uno vuestros ejemplos). Si os quedáis sin ideas, propongo que vayáis a ver Ágora porque este tema la refleja muy bien.
Así que hablamos todo el tiempo de diversidad y la valoramos sí, pero no en el mundo de los socio-guetos a los que me he referido no sé si ya en demasiadas ocasiones y a los que sentimos más apego que a nada en este mundo.
Hace pocos días me sorprendí a mí mismo diciéndole a alguien “no estoy de acuerdo contigo pero me gusta como piensas” e inmediatamente anoté la frase para cuando llegara el momento de escribir este artículo. Hala, misión cumplida. Para que veáis cómo soy de diverso.

3 de noviembre de 2009

La dirección por excepción


Si nos preguntan qué tan ecuánimes somos a la hora de juzgar a los demás, seguramente respondemos que lo somos y mucho, faltaría más. Cómo se puede dudar de eso ¿verdad? Pues seguramente no lo somos tanto como creemos, mira tú por donde.
En realidad, ser justos es sumamente difícil porque nuestros juicios se ven condicionados por múltiples factores subjetivos entre los que podríamos señalar la mucha o poca empatía o simpatía (recordad que no es lo mismo) que nos despierta el sujeto en cuestión, así como la proximidad/lejanía, la amistad/enemistad, la confianza/desconfianza que nos genera y así podríamos añadir un sinfín de factores “higiénicos” que condicionan y mucho, la valoración que hacemos de un tercero.
Podríamos hacer un ejercicio sencillo. Imaginemos que dos personas que nos conocen bien son invitadas a hacer una descripción de nosotros. Con una nos llevamos muy bien y con la otra muy mal, pero las dos nos conocen por igual.
Lo que esperamos de la primera es que diga cosas buenas sobre nosotros, si acaso con algún ligero matiz del tipo, aunque a veces…, si no fuera porque…, etc. En fin, que esperamos un juicio netamente positivo en el que los matices no pasan de tener el valor de "segundos decimales".
Por el contrario, de la segunda, lo que esperaríamos es justo lo contrario y en este caso incluso sin matices. Otra cosa nos sorprendería ¿no es así?
Fijaos en lo que ha pasado. Se ha pedido a dos personas que describan a una tercera y el resultado es completamente distinto. Si se cruzaran las descripciones seguramente habría discusión entre ellas para rato.
Bien, pues en ambos casos los juicios no serían ecuánimes y por la misma razón: la evidente falta de objetividad.
En el ámbito empresarial sucede lo mismo pero con consecuencias funestas. Imaginemos a dos personas que dependen de nosotros, una de ellas es “muy buena” y otra “muy mala”. Cuando me cuentan que “la buena” ha hecho una cosa mal, por mucho que me lo demuestren, mi reacción es “no puede ser”, “a saber quién le ha puesto la zancadilla” o sencillamente “no me lo creo”.
Pero si me cuentan que “la mala” ha hecho una cosa bien mis comentarios irán en la línea de “a saber a quién le ha robado la idea”, “pues no hay para tanto, eso lo hace cualquiera” o si la evidencia es apabullante utilizaré el socorrido “sonó la flauta por casualidad”.
A la hora de dar el premio anual, ¿alguien tiene dudas respecto a cuál de las dos se lo llevará?
En eso consiste el síndrome de la dirección por excepción que viene a demostrar que incluso los mismos hechos son juzgados con distinta vara de medir en función de algo que llamamos prejuicios y que, por defecto, asociamos con algo negativo.
Pero ¿qué hacemos con los prejuicios positivos que también los hay y que no dejan de ser prejuicios igual que los otros?
Jolines, qué dilema ¿no?

25 de septiembre de 2009

Alta tensión

El comportamiento ante situaciones de alta tensión no es igual en todas las personas. Si atendemos a la clasificación de estilos sociales, podemos definir cuatro tipos de respuestas. Cada persona tiende a alinearse con uno de esos perfiles sociales, sobre los que ahora no me extenderé, de forma que seguramente os veáis reflejados en uno de los comportamientos arquetípicos que describo.

Tipo A
Tienen poca tolerancia bajo presión. Ante situaciones de tensión explotan con facilidad aunque por contra no son rencorosos y se les olvida con mucha facilidad por qué reaccionaron visceralmente y hasta con quién lo hicieron. Pero cuando veáis a alguien de este tipo esconderos en las trincheras porque si os pilla en el momento de máxima agitación puede pasar cualquier cosa.

Tipo B
A estos las situaciones de tensión les llevan a tratar de aplacar a quien las provoca. Su línea de defensa consiste en retroceder ordenadamente viendo si la cosa se calma un poco. Una vez rebasadas sus últimas defensas lo que hacen es plegarse a las exigencias de quien provocó la situación de tensión.

Tipo C
Estos son seres que aparentemente toleran bien la presión y la tensión. Desde luego, no demuestran que les afecte aunque no sea así. Su reacción tiende a la racionalidad, a no perder la compostura y a dar respuestas lógicas.

Tipo D
Los tipo D sufren con las situaciones tensas. No les gusta ni siquiera cuando la cosa no va con ellos. Su reacción preferida es camuflarse con el paisaje y a poder ser, salir por piernas, aunque hayan sido ellos los provocadores del desaguisado.

Todas las personas tendemos a ser complejas en la manifestación de nuestros estados emocionales pero eso no sucede cuando hay que enfrentarse a la tensión o a actuar bajo presión extrema. Ahí somos de una sola e inequívoca forma de ser que, en definitiva, muestra nuestro estilo social. La inteligencia emocional mide dos cosas: cuál es nuestro estilo social y cuánto somos capaces de adaptarnos al resto de los estilos.
Ahora imaginemos que estábamos embarcados en el Titanic. Cada una de las personas que estaban a bordo pertenecían a distintos estilos sociales. Más o menos, seguro que había el 25% de cada uno de ellos. Sin embargo, su reacción ante la situación de emergencia fue distinta. Unos corrieron hacia los botes con premura incluso saltando por encima de los demás, otros entraron en pánico y no sabían que hacer, otros trataron de ordenar las filas de embarque siguiendo criterios racionale, otros calcularon qué probabilidades había de que les tocara bote de salvamento y otros terminaron por quedarse junto a la orquesta que seguía tocando mientras el buque se hundía.
En tu caso, cuál crees que hubiera sido tu reacción. En definitiva, ¿cual crees que es tu estilo social? Y esta vez no vale decir "depende", que ya nos conocemos.
Si el tema gusta, seguiremos con ello.

1 de julio de 2009

Menos texto y más contexto

Uno de los principios en los que se sustenta la inteligencia emocional es el análisis del contexto en el que producen los hechos sosteniendo que todo lo que percibimos está condicionado por él. Una reedición de aquello que ya conocíamos: “nada es verdad ni mentira, sino que depende del color del cristal con que se mira”.
Eso es tan cierto que podríamos definir el contexto como aquello que fija o modifica una postura, opinión o reacción. Veamos un ejemplo:

Crónica de los hechos (texto)
Ayer a las 9,30 de la mañana de ayer se produjo un luctuoso suceso. El joven J.B.L. de 18 años de edad y que huía de una tienda de comestibles tras perpetrar un robo a mano armada con una pistola que resultó ser de juguete fue arrollado por un automóvil causándole la muerte instantánea. El botín no llegaba a los cien euros.

Reacción: ¿…?

Contexto 1:
El atracador era un toxicómano con síndrome de abstinencia que precisaba el dinero para comprar droga.

Reacción: ¿…?

Contexto 2:
El atracador era un huérfano con dos hermanos pequeños a su cargo a los que tenía que alimentar.

Reacción: ¿…?

Contexto 3:
El atracador era el hijo pequeño de una acaudalada familia que siempre lo había tenido todo muy fácil y que, al parecer, necesitaba sentir nuevas emociones.

Reacción: ¿…?

En efecto, las distintas reacciones dependen del color del cristal… pero precisamente aprender a utilizar adecuadamente el “depende” es lo que nos hace más hábiles a la hora de entender los hechos porque introduce el elemento de las motivaciones.

Los hechos fácticos son enjuiciables, por supuesto, pero considerando el contexto en el que se producen las lecturas son distintas y a eso tenemos que ir acostumbrándonos. Los hechos y sus consecuencias son los narrados y no se pueden cambiar: un tendero fue robado, un automovilista que no tenía la culpa de nada pasó por allí en el momento más inoportuno y el joven murió, pero el grado de empatía con cada uno de los actores puede ser modificado por el contexto en el que los sucesos se produjeron ¿verdad?.
La interpretación más o menos correcta de lo que está sucediendo delante de nuestos ojos tiene múltiples aplicaciones prácticas. Imaginemos entornos de negociación, de ventas, de orientación al cliente, de gestión de situaciones difíciles, etc. en las que debemos entender las motivaciones de los otros para obtener los fines que perseguimos. La clave en todos esos casos está en interpretar adecuadamente las necesidades del otro.
Pues eso, menos texto y más contexto.

15 de junio de 2009

La familia y la gestión emocional


Aunque no suelo escribir mis post por encargo, hace algunos días una de mis lectoras me sugirió que escribiera algo relacionado con la inteligencia emocional aplicado al ámbito de la familia. La idea no ha parado de dar vueltas en mi cabeza, así que me he decidido a hacerlo.
Desde luego la familia es un magnifico campo para la experimentación de la gestión emocional. En primer lugar, porque es el único ámbito social en el que a uno le quieren por ser quien es y no por cómo es. Una amiga mía define eso como el ámbito del amor debido. Y en segundo lugar porque se puede observar con minuciosidad el efecto de los paradigmas (positivos o negativos) que tanto condicionan la aplicación inteligente de las emociones.
Mientras que en el núcleo familiar básico (padres, hijos, hermanos) la personalidad de cada uno de sus miembros se asume por defecto, no sucede lo mismo cuando empiezan a aparecer unidades sobrevenidas como pueden ser los yernos o las nueras, los suegros, primos, cuñados, etc. A esos se les tolera por quiénes son pero se les valora por cómo son, generando una dinámica de tensión emocional en la que se ven arrastrados unos y otros. De esa forma, el microuniverso que se crea tiene mucho que ver con los socio-guettos a los que ya me he referido en otros post y en ese caldo de cultivo es donde puede vivenciarse las consecuencias de una buena o mala gestión emocional.
La persona que me animaba a escribir sobre esto lo hacía porque dentro de su familia se había producido una situación de extrema tensión, a su juicio fruto de un malentendido, cuyas consecuencias resultaron funestas porque hizo que el hijo se alineara con su esposa y en contra de sus padres privándoles de ver a sus nietas. No pretendo tomar partido ni aconsejar a nadie pero a mi juicio la situación tiene mucho que ver con las claves que relato aquí.
Lo más pernicioso en la gestión emocional es el flujo permanente de paradigmas sobreprotectores con los que tendemos a armar (cuando no a reamar) las defensas de nuestros cachorros o protegidos y que en algunos casos nos hacen perder la visión de la realidad. Cualquiera que forme parte de la familia (casi siempre en calidad de “añadido”) tiene una visión más crítica y en muchos casos mucho más objetiva cuya expresión pública, normalmente por hartazgo, suele provocar conflictos. Cuando estos se producen, aparece la polarización de los miembros en bandos y a partir de ahí ya la tenemos liada.
Por poner un ejemplo muy alejado de lo que sucedía en esta familia, relato la historia de un amigo mío. Cuando va a comer a casa de su madre, ella todavía le monda los melocotones porque en caso contrario no los come. Claro, cuando esto lo ve su esposa de forma reiterada, lo normal es que surja el conflicto en todas sus dimensiones posibles: suegra-nuera, esposa-esposo pero ¿madre-hijo? No, y ahí está el ejemplo visible de cuanto relato. El sentido crítico de la madre no es que no exista (seguramente haría comentarios similares a los de su nuera respecto de cualquiera que no fuera su hijo) sino que los inhibe en el paradigma extremadamente protector de una madre que, no importa la edad del hijo, le sigue viendo como a su pequeño y a lo que no debe ser fácil sustraerse. Las consecuencias son más o menos catastróficas y todos conocemos ejemplos similares que, empezando por esos polvos, acaban convirtiéndose en auténticos barrizales.
La cuestión entonces es que, conociendo bien el terreno que se pisa en esta fina diplomacia en la que se basa las relaciones familiares en su versión extendida, debería ser relativamente sencillo gestionar las emociones propias y las ajenas… hasta que aparece una nueva piel de plátano con la que resbalamos. Inevitablemente.

21 de mayo de 2009

Los socio-guettos




Noemí Rubio jugadora del RCD Espanyol ha sido separada del equipo. Hasta aquí la noticia. Y ahora el comentario subsiguiente:
Hace unas semanas publiqué una entrada en la que bajo el título
Galgos contra Podencos describía el fenómeno de los socio-guettos. Y tan sólo en este corto espacio de tiempo aparece esta noticia que ilustra a la perfección los argumentos que allí se presentaban. Resulta que lo de los Montesco y los Capuleto sigue plenamente vigente y si no, ahí va como muestra este botón.
La pertenencia a los clanes tiene esas cosas: o estás conmigo o contra mí pero con una particularidad: "el grupo es quien decide de qué lado estás" y por supuesto, si eres sentenciado has de pagar las consecuencias: eres expulsado y además, te conminan a que les devuelvas el rosario de su madre.
El sentimiento gregario de los humanos no nos aleja tanto como creemos de nuestros primos los simios pero lo negamos remarcando las diferencias. Ya se sabe que "nosotros" somos racionales y "ellos" no, pero ante un hecho como el de la noticia comentada de poco vale ser un buen profesional, entregarse a los colores que defiendes, sacrificarse por el éxito colectivo todos los domingos del año. No importa que el equipo en el que trabajas no compita ni se juegue nada, sino que, por lo visto, hay que ser como la mujer del César, además de ser honrada ha de parecerlo.
Me pregunto qué hubiera pasado si en lugar de ser seguidora del equipo eterno-rival Noemí hubiera ido pintada con los colores del otro equipo en liza. ¿La hubieran sancionado o bien se hubiera exaltado que el fair-play admite cosas como éstas y hasta la hubieran ensalzado los mismos que ahora la excluyen del equipo?
Nada ha cambiado. Romeo y Julieta siguen estando condenados a morir. Y luego dicen que vivimos en la sociedad del conocimiento, la diversidad y la tolerancia. Con qué ansias espero que mi admirado Miguel Ángel Aguilar le saque punta a esto.

24 de abril de 2009

Las cien caras

Confieso que la aceptación de la diversidad es algo que me ha interesado desde siempre. En mi experiencia personal, es imposible acordarme de todas las personas a las he dirigido o servido, he formado o me han formado o con las que he interactuado, pero siempre he creído que todas ellas tenían un mensaje escrito en su cara que tenía en mí a su único destinatario.
La cuestión es saber cuántas de las respuestas que he tratado de dar a esos mensajes habrán sido percibidos como efectivamente atendidos o ignorados. Por ejemplo, cuando estoy dirigiéndome a una audiencia trato de concentrarme en unas pocas personas a las que trato de mirar a los ojos para percibir en ellas el grado de aceptación respecto a lo que estoy diciendo y para que me sirvan de termómetro, pero siempre me pregunto si lograré cumplir las expectativas del resto.
Para tratar de solucionar esto suelo recrear imágenes de la diversidad de las personas a través de patrones de comportamiento predecibles en función de la audiencia; es decir, trato de dar satisfacción a cosas que creo que interesan a cada uno de esos patrones que imagino que están ahí representados y, si es posible, trato de hacerlo prescindiendo del tipo de público al que me dirijo (médicos, ejecutivos, empleados o lo que sea).
Para mi sorpresa, esta metodología suele ser muy efectiva hasta el punto de que, en ocasiones, alguien se acerca y me dice: “¿nos conocíamos de antes? Lo que has contado a mí también me pasó”. Pero casi siempre sucede que esa persona en concreto no era una de las que me había fijado previamente. Por eso pienso que pensar en la diversidad es una buena forma de acertar a la hora de formular nuestros puntos de vista.