Mostrando entradas con la etiqueta creatividad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta creatividad. Mostrar todas las entradas

18 de marzo de 2011

Imagine

Este viernes incierto por la crisis nuclear de Japón quiero dejaros esta pequeña joya colaborativa con la esperanza de que, a pesar de todo, no olvidemos que nos tenemos unos a otros. Feliz fin de semana.

Y recordad: Todo está para ser notado.

28 de enero de 2011

Minoría absoluta


Este es el nombre de una productora catalana de televisión que se distingue por sus ácidos programas de humor. El nombre siempre me ha sonado a contracultural y me ha hecho gracia. Desde hace un tiempo, me interesan aquellos que mantienen posturas que se quedan en minoría y hasta me enternecen porque, en este planeta de lo políticamente correcto, hace falta tener muchas narices para ir contracorriente en términos absolutos.

Viene esto a cuento porque desde hace unos días me he puesto a observar este tipo de posturas y lo primero que he constatado es que no son tan pocas como me imaginaba. Hay mucha gente dispuesta a quedarse en minoría absoluta. Una ventaja de quedarse en minoría es que casi siempre se acaba cumpliendo aquello de que tener razón demasiado pronto es como perderla (cita de mi adorado jefe al que hacía referencia en el post anterior). Esta aparente contradicción me interesa especialmente porque si tienes razón pero no es el momento de que tu visión prospere será rechazada, aunque puede que el tiempo ponga las cosas en su sitio.

En el ámbito empresarial esto muy es frecuente. Alguien decide hacer algo y de repente otro se acuerda de que eso ya se le ocurrió a Martínez. ¿Martínez? Sí, ese que se fue a la competencia y ahora es director general. ¿Y por qué no se hizo? No sé, igual no era el momento… y además estaba medio loco. En otros ámbitos tampoco es infrecuente, por ejemplo cuando alguien tiene una visión ¡he tenido una idea! ¿pero funcionará? Eso no lo sabremos hasta que la ponga en práctica. No sé, los experimentos mejor con gaseosa. En efecto, ser minoritario absoluto no es tan infrecuente. Ni tan malo.

Los procesos creativos basados en las tormentas de ideas, también conocidos como brainstorming, consisten en lanzar el mayor número de propuestas en un corto espacio de tiempo para analizarlas después y escoger las más “viables” para su desarrollo. Echando un vistazo hacia atrás se puede hacer un hall de la fama de ideas que, en su día, quedaron en minoría absoluta: la bombilla eléctrica, los ordenadores personales, el Apple Newton (léase PDA), la microelectrónica. Hay miles. Y eso sólo por citar algunas que luego han prosperado y que forman parte de nuestra vida diaria. ¡Cuántos Martínez hay por el mundo que han tenido que cambiar de aires para desarrollar su sueño!

En la época dorada de las punto.com, cuando lo que sobraba era dinero para financiar casi cualquier idea, prosperaron los Tuesday parties que eran verdaderas orgías de ideas alocadas en su mayor parte pero que solían encontrar mecenas. Si no eran lo suficientemente disparatadas se quedaban en minoría absoluta. Veamos alguna: twitter, facebook, cloud computing. Todas ellas tuvieron que esperar el batacazo de las más descabelladas y además, casi ninguna necesitó una inversión millonaria para salir adelante.

La minoría absoluta me pone. ¿Y a ti?

7 de diciembre de 2010

Y en eso llegó la innovación


Se entiende como “modelo estable” un conjunto de convenciones que se dan por ciertas, que funcionan y que se aceptan como inamovibles. Si funciona, no hay que hacerse más preguntas.

Se define la innovación como aquello que cuestiona un modelo estable de suerte que pretende modificarlo en parte (mejora) o atacarlo en su esencia para proponer algo completamente nuevo. A esto último lo conocemos como innovación disruptiva.

Son dos formas completamente distintas de ver el mundo. Una se basa en la conservación (si algo funciona bien, para qué cambiarlo) mientras que la otra parte del supuesto contrario (si funciona, cámbialo porque lo que es seguro es que en algún momento dejará de funcionar).

Los modelos estables usan lo que se llama la inteligencia vertical (basado en silogismos), mientras que en la innovación interviene la inteligencia creativa. En ambas concepciones aplica con intensidad la inteligencia emocional.

Este artículo se basa en la relación existente entre innovación e inteligencia emocional. Hablar más de lo expuesto sobre innovación sería un atrevimiento estando ahí José Luis Montero quien de eso sabe un montón. Sin embargo, la inteligencia emocional, una vez más, demuestra su completa transversalidad de materias, lo cual no debería extrañarnos lo más mínimo por cuanto ocupa buena parte de nuestro cerebro e interactúa en casi todas las decisiones que tomamos.

En términos de innovación, gestionar los problemas exige equilibrio emocional puesto que un problema planteado induce a un cambio, lo que equivale a aceptar una determinada porción de incertidumbre, algo que suele darnos miedo. Pero el miedo es la emoción por antonomasia porque dispara en nosotros la defensa de la supervivencia, nuestro valor más preciado.

El miedo puede definirse de muchas formas pero, en esencia, es la aversión a la pérdida. Perder lo que tenemos es una emoción tan intensa que nos invita a no movernos de los modelos estables. Ante la disyuntiva de ganar o el miedo a perder no hay color. Elegimos no perder, aunque ello suponga aceptar un cierto grado de obsolescencia cuyos daños a medio plazo no podemos limitar sencillamente porque no depende de nosotros. Pero como es “a medio plazo” pues no hay que preocuparse demasiado. Dios proveerá.

En la actual crisis, vemos que muchas empresas persisten en sus modelos estables que se traducen en hacer más de lo mismo. Paralizadas por el miedo se rigidizan, se instalan en una espiral endogámica, bajan su perfil y esperan a que la tormenta amaine. Craso error, aunque humano, lo cual me lleva a la reflexión de que las empresas, en contra de lo que mantienen algunos teóricos, también funcionan por emociones pues no dejan de ser la suma de individuos, un microcosmos como aquí las hemos definido otras veces.

Ahora bien, siguiendo en lo de la inteligencia emocional, cualquiera que quiera innovar tiene por delante un difícil camino porque ha de poner en cuestión los supuestos previos (aquello que nos reconduce automáticamente a hacer más de lo mismo), ha de plantearse alternativas múltiples lo que supone no darse por satisfecho con opciones únicas o que aparentemente parezcan útiles y ha de estar dispuesto a aplazar el juicio, es decir, no precipitarse en llegar a conclusiones que puedan explicarse a través de realidades conocidas (casi nada).

Como vemos, estas condiciones para innovar tienen mucho de lucha contra lo que creemos, pensamos o nos es conocido pero estaremos de acuerdo en que son necesarias para ponernos en una actitud creativa. Todas ellas son cuestiones emocionales y como puede observarse juegan a favor de mantenernos anclados en realidades conocidas. Las emociones pues, juegan a favor de nuestra supervivencia aparente y en contra de los cambios de paradigma.

Por lo general las emociones no nos predisponen al cambio sino a todo lo contrario. Los grandes inventos de la humanidad fueron obra de quienes rompieron esos bloqueos mentales y combatidos en su origen por una mayoría aplastante que los vieron como inventos del diablo. ¿Quién deseaba el alumbrado eléctrico cuando existía el queroseno, quién pensaba en la oportunidad de acortar distancias que supuso la aviación comercial, quién veía la utilidad de los ordenadores electrónicos cuando se sumaba a mano? ¿Éramos todos tontos? No, es que estábamos anclados por los modelos estables imperantes, eso es todo.

La gestión de las emociones presupone mucho de aprender a desanclar, ya sea de un modo u otro. Y cuando lo logramos innovamos, quizá no de una forma disruptiva sino de modo evolutivo, pero desanclamos, lo que supone aceptar una cierta incertidumbre y combatir grandes o pequeños miedos, normalmente para darnos cuenta de que merecía la pena.

Vuelvo a la innovación en este punto para señalar que todos tenemos la oportunidad de ser pioneros, de construir nuevos escenarios utilizando capacidades transversales como pensar, definir, formular, desarrollar y comunicar. Todas esas capacidades no son privativas de unos pocos iluminados ni patrimonio de una raza superior sino que están en todos y cada uno de nosotros.

La invitación es a revisar nuestros miedos, a otorgarnos una mínima autoconfianza, a creer en nosotros y a pensar en el grado de obsolescencia que nos mantiene más o menos oxidados. Ya seamos individuos o empresas ¿qué diferencia hay?

19 de enero de 2010

Sorpresas te da la vida

El pasado sábado asistí temprano a la sesión de GobCamp siguiendo la invitación de dos colegas y amigos de Cloud Consulting. A priori, este evento tenía algunas características a las que no estoy acostumbrado. La primera, que no hay un orden del día establecido y son los mismos asistentes los que pueden actuar como oyentes o ponentes alternativamente y a su elección. La segunda, que el nivel de los asistentes era desconocido, sin que haya que anotar ninguna reserva en ello. Al fin y al cabo, lo desconocido es un valor a descubrir, no una carencia. Conforme avanzaba la sesión fui sacando algunas conclusiones (ajenas al objeto específico de la jornada) que quisiera compartir con vosotros, adelantando de entrada que mi papel fue el de mero espectador y observador.
Lo más importante fue, desde mi punto de vista, ver la pasión con que los ponentes (en realidad, los líderes de proyecto) exponían sus experiencias. Ni uno solo utilizó el “yo” sino el “nosotros” incluso cuando su papel resultaba obvio que había sido determinante para el impulso del proyecto en cuestión. Buen dato.
Otra cosa que me llamó la atención fue que allí había mucho conocimiento y ninguna prevención por compartirlo. Mejor dato.
Una cosa más. Todos veníamos de una historia en la que las cosas se habían hecho tradicionalmente de forma completamente distinta y habíamos evolucionado con naturalidad. Extraordinario dato.
Y por último, que el último ponente de la sesión de la mañana, un verdadero experto internacional en la Gestión del Cambio (así, con mayúsculas), pedía colaboración abierta para adaptar su entorno de negocio a las nuevas tecnologías de las que él era un neófito. Toda una lección de humildad que levantó los aplausos de la audiencia.
De vuelta, reflexioné un poco sobre la experiencia. ¿Qué me había aportado la sesión, qué había aprendido? Respecto a la primera cuestión, mucho, respecto a la segunda, menos y en todo caso, cosas inesperadas. No me extrañó llegar a esta conclusión y eso que no soy un experto en la materia tratada, pero la conjunción de inteligencia emocional estaba servida y aquí os la presento en forma de preguntas.
¿Cuántos de nosotros necesitamos tener el estímulo de saber con certeza a quién vamos a escuchar y de qué tema va a tratarse para decidirnos a sacrificar una sacrosanta mañana de sábado y levantarse a las siete de la mañana para llegar puntual a la cita? Si a mí me lo hubieran propuesto hace un tiempo ni siquiera hubiera considerado mi presencia.
¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a exponer ante otros que desconocemos por completo algo que nos interesa mucho pero que no sabemos cuánto puede interesar a terceros hasta el punto de aceptar ser sometido a un juicio que podría implicar silencio o indiferencia como toda respuesta? Yo no, por supuesto.
En el caso de que sí hubiera interesado ¿Cuántos habríamos hinchado el pecho para que no pasara desapercibida nuestra mano detrás de lo que estamos contando dando a entender que somos los padres de la criatura? No estoy seguro de la respuesta.
¿Cuántos habríamos tenido la humildad de reconocer que, a pesar de ser unos expertos en nuestra materia, no sabemos apenas nada de cosas mucho menos complejas y pedir ayuda con verdaderas ganas de ser ayudados? ¿?
Y por último ¿cuántos de nosotros habríamos hecho todo eso que ahí se hizo de forma natural? Ese es el aprendizaje que obtuve, que hay que ser de una pasta muy especial para contestar correctamente a las cuestiones planteadas en esta entrada y que todas ellas tienen que ver con la gestión de nuestra emocionalidad, no con nuestro talento.
No pude quedarme por la tarde y, según me cuentan, la audiencia declinó en esa parte, pero a mi modo de ver se habían cumplido todos los objetivos y me fui a casa satisfecho porque, de una u otra forma, se había demostrado que cuando se lo propone, el hombre es capaz de hacer cosas maravillosas.

Y dejo para el final un apunte para romper esquemas: los ponentes procedían o estaban relacionados con la Administración Pública, ojo al dato.

12 de enero de 2010

¿Dónde está Wally?

Seguramente muchos recordaréis un programa de televisión llamado ¿Quién sabe dónde? que, básicamente, consistía en la búsqueda intensiva de personas desaparecidas que, las más de las veces, no tenían ningún interés en ser encontradas. La fórmula empleada para esta especie de búsqueda por rastreo se basaba en un antepasado de las redes sociales. Alguien conocía a alguien que a su vez… y así hasta que daban con el desaparecido, estuviera éste vivo o muerto.
El funcionamiento de las redes sociales que hoy conocemos sigue un esquema similar, con la única salvedad de que el “desaparecido” ha de haber dejado rastro digital, lo cual cada vez es más probable porque entre los que ya usan medios digitales o lo harán en corto plazo estamos hablando del 70% de la población. Vivir en lo digital es lo que tiene, que dejas rastro y tarde o temprano acaban dando contigo, lo quieras o no, aunque por lo general, todo el mundo quiere, por no decir que aspira o desea.
Las redes sociales acortan el camino y, sobre todo, eliminan pasos intermedios. Si en cualquier momento de la Historia una persona ha estado a sólo seis pasos de alguien a quien por supuesto ni conocía y daba igual que estuviera en las antípodas, hoy en día esa búsqueda se ha convertido prácticamente en instantánea. Los hábitos sociales caminan en esa dirección y si lo hacen, arrastran tras de sí modelos completos de entender y vivir la vida. Ahora mismo hasta ya empiezan a arrastrar la forma en que se hacen los negocios afectando a los costes, los márgenes y cualquier otro elemento que pueda cuantificarse económicamente, actuando en esto como un fiel aliado del fenómeno de la globalización. Y más que lo harán en el futuro inmediato.

Hoy en día ya hay suficientes ejemplos de ello. Por citar estrategias de marketing de una sola agencia sabemos que el fenómeno Susan Boyle, el patito feo que cantaba como los ángeles y que ahora ya vende discos como rosquillas, es el resultado de una acción de marketing viral que arranca como consecuencia de que Andrew Lloyd Weber, el famoso compositor y productor de musicales estaba preocupado por el descenso de público en sus espectáculos a causa de la crisis. La aparición de Susan interpretando la canción emblemática de Los Miserables por tanto, no fue una feliz casualidad, como tampoco lo fue que se convirtiera en uno de los videos más visitados en You Tube.
O la preocupación de la productora de Gran Hermano ante el escaso éxito de su último casting, resuelto a base del lanzamiento de una campaña específica a través de Facebook, por citar sólo dos ejemplos. Aquí el medio utilizado fue el de las redes sociales y el éxito en ambos casos se debió a su enorme poder de convocatoria, impensable hasta hace muy poco. El único requisito es que un solo emisor haga lo necesario para acceder a un (potencialmente hablando) infinito número de receptores y que una porción de estos se sientan interesados.
Conecto en esto con el post que ha escrito mi amigo Agustí Brañas en el que establece la relación matemática que se produce entre emisores y receptores de mensajes. A mi modo de ver, el problema no es la cantidad, sino la calidad de los mensajes (lo que a cada cual le interesa) y para eso hace falta utilizar criterios de segmentación para separar el grano de la paja. Creo que en eso es realmente necesario mejorar ya mismo y que lo será mucho más en el futuro.
Las empresas se están empezando a dar cuenta de la potencia de los social media. La semana pasada aparecía uno de los primeros artículos en la prensa genérica que hablaba del significativo ahorro de costes de este tipo de campañas y su cuantificación en términos de ROI (retorno de la inversión). En consecuencia, está claro: es momento de ponerse a ello y de hacerlo en serio aunque sólo sea para enterarse sin intermediarios de lo que piensan los consumidores de un determinado producto o cuál es nuestra reputación social.
La social media (conjunto de herramientas al efecto) crea un fantástico impacto emocional, siquiera potencialmente. Esto que escribo será visible no sólo para mis seguidores habituales u ocasionales sino por todo el mundo que haga una simple consulta sobre mí en Google y estoy seguro de que cuando analice mis estadísticas veré que será leído por personas de al menos tres continentes y no menos de quince países. Y ya no te digo nada si doy el aviso a través de Twitter o Facebook.
El poder de estas herramientas es considerable. Hace un par de meses un amigo mío que busca cambiar de trabajo me pedía que le aconsejara sobre cómo hacerlo. Date de alta en Xing y Linkedin y apúntate a comunidades profesionales, le aconsejé. No digas que buscas trabajo, no es necesario. Hoy me ha mandado un correo diciéndome que la semana que viene tiene dos entrevistas. Asusta un poco, pero es así.
Cristalook dejaba un comentario en mi post anterior en el que, entre otras cosas, decía que “aunque defiendo al 100% la inocencia de la ciencia y de cualquier tecnología que represente un avance social, faltará determinar los usos maliciosos que generará este, quizás, exceso de información”. No le falta razón y es también una de mis preocupaciones. Aunque el principal uso malicioso que adivino es la manipulación de voluntades, porque ya digo que esto de la social media tiene una fortísima carga emocional y en eso, somos frágiles y desde luego, muy pero que muy vulnerables.


Pero a lo que íbamos ¿Que dónde está Wally? Chupado. Ahora mismo te contesto.

16 de octubre de 2009

Imágenes disonantes y creatividad

En mi anterior entrada os hablaba sobre comportamientos disonantes. Hoy lo hago sobre las imágenes disonantes que son aquellas que nuestro cerebro elabora interrelacionando conceptos aparentemente absurdos. Por ejemplo, un Papá Noël vestido como tal con gafas de sol bronceándose en una playa caribeña. Seguro que si viéramos alguno de esa guisa nos llamaría poderosamente la atención por lo absurdo de la situación. Lo que la convierte en absurda no es que alguien se ponga gafas de sol cuando va a la playa, sino que Papá Noël hiciera algo así vestido con su uniforme de gala.
Estaríamos contemplando una imagen disonante, algo que nos llamaría poderosamente la atención porque en ella los elementos no encajan. Por supuesto, todos sabemos que Papá Noël vive en el Polo Norte donde hace un frío que pela y que se pasa todo el año fabricando afanosamente juguetes para la navidad con la ayuda de su legión de elfos verdes.
Sin embargo, esa imagen -que también es bastante absurda si tenemos más de ocho años de edad- la asumimos con naturalidad y en ningún caso nos parecería una imagen disonante mientras que si le viéramos en la playa sí. Vaya, vaya.
Bien, ahora te pido que analices la foto del encabezamiento en la que se ve a unos bomberos observando tranquilamente cómo arde una casa sin hacer absolutamente nada por apagar el fuego. Imagen disonante donde las haya y respecto a la cual quisiera formularte cinco preguntas.

Primera pregunta:
¿Sobran bomberos o faltan mangueras y por qué?

Segunda pregunta:
¿Hasta cuándo crees que se quedarán ahí pasmados viendo cómo el fuego consume la vivienda y por qué?

Tercera pregunta:
¿De qué color es el casco del jefe de la brigada de bomberos y por qué?

Cuarta pregunta:
¿El botellín de agua que aparece tirado en el suelo, se lo bebieron los bomberos o lo utilizaron para apagar el incendio y por qué?

Antes de contestar la quinta pregunta, asegúrate de haber escrito o de recordar las respuestas que has dado a las cuatro anteriores.


Quinta y última pregunta:
¿Serías capaz de formular una hipótesis plausible sobre lo que sucedió tratando de no crear una imagen disonante y sin desmentirte a ti mism@ respecto a lo que has contestado en las cuatro preguntas anteriores? Cuéntanosla, por favor.


Si eres capaz, puede decirse que eres una persona bastante creativa. La creatividad consiste precisamente en ordenar conceptos independientes de una forma original logrando que tengan sentido. Supongo que todos estaremos de acuerdo en que fue realmente creativa la forma en la que los ingenieros de la NASA decidieron en tierra cómo se podía fabricar un artilugio para respirar en la cápsula del Apolo XIII utilizando elementos disponibles en la nave pero no diseñados específicamente para ello y poniéndolos en relación para que cumplieran un fin concreto y vital.
Os propongo que hagáis este mismo ejercicio con todo aquél que os cuente algo que parece que no tiene sentido porque, o bien no lo tiene u os está mostrando algo que tiene mucho sentido y en lo que no habíais caído. Y si es así, animadle a que corra a patentarlo y a que os acepte como socios.
Buen fin de semana.