En cierta ocasión Mario Vargas Llosa se presentó a las elecciones presidenciales de Perú. A la mañana siguiente al escrutinio, el principal periódico limeño titulaba: La nación ha votado masivamente a favor de que Vargas Llosa siga siendo escritor”. Es decir, zapatero a tus zapatos. Estos últimos días he estado visitando un salón profesional relacionado con los Recursos Humanos en que, además de los stands, a cada hora se producía presentaciones con ponentes. En bastantes de ellas (y me ha sorprendido), los que presentaban llevaban de la mano a clientes satisfechos para que contaran a la audiencia las excelencias de la soluciones que les habían implantado. No creo que ninguno de los oyentes haya sido seducido por las loas de esos clientes porque, entiendo yo, ese no es su papel y además se les nota a la legua. Lo suyo es gestionar, no cantar alabanzas a mayor gloria de su proveedor y tratar de convencer (ni siquiera veladamente) a otros para que se animen a probar. No hay que confundir el ejemplo con el reclamo. Pongo estos dos ejemplos para ilustrar en distintos planos lo que suele suceder cuando, por diversos motivos, nos ponemos a hacer algo que no nos es propio. Lo hacemos mal y no sólo eso, a menudo obtenemos el resultado contrario al pretendido. Una de las reflexiones a extraer es que las competencias funcionales camuflan mucho más de lo que parece nuestro perfil personal. Hemos hablado otras veces sobre las máscaras sociales que nos ponemos y las dificultades que tenemos para prescindir de ellas. Nos condicionan hasta tal punto que incluso cuando nos sacan de nuestro hábitat natural seguimos “enmascarados” en busca de su protección. Por el contrario, cuando nos vemos empujados a tener que modificar drásticamente nuestro modo de vida, por ejemplo, por un cambio forzado o buscado de trabajo, rápidamente prescindimos de esos “abalorios” con los que nos ataviábamos a diario y a los que estábamos tan acostumbrados para buscar otros que sean acordes a nuestra nueva ocupación. No pasará mucho tiempo antes de que nos refugiemos en esos nuevos hábitos o pautas de comportamiento por mucho que nunca los hubiéramos adoptado de forma voluntaria. Es como si, en contra de la opinión generalizada, creyéramos que el hábito sí hace al monje. En mi época de seleccionador de personal para entidades financieras hacía algunas preguntas cuyas respuestas eran muy reveladoras. Una de ellas consistía en preguntar a los candidatos qué cosas que se hacían en su organización actual les parecían mal o estaban en desacuerdo. La retahíla pero sobre todo, la rapidez de las respuestas es fácilmente imaginable. A continuación les hacía la pregunta contraria, con cuáles estaban de acuerdo o consideraban positivas. Ahí tenían mucha más dificultad en responder y además solían hacerlo con generalidades o vaguedades. Cuando mostraba mi extrañeza por ello se quedaban algo pensativos y finalmente los más avispados respondían “bueno, por eso quiero cambiarme de trabajo”. Lo que no sabían era con cuáles se encontrarían en su nueva organización ni parecía importarles demasiado. Les movía más una mejora de salario o de posición y la presunción, bastante infundada por cierto, de que en su nueva empresa “todo sería mejor” y que, por tanto “no tendrían ninguna dificultad de adaptación”. Esa parte era la que me inquietaba más. La adaptación de una persona a una organización y a un puesto es lo que más debería preocupar a un candidato y, sin embargo, suele darlo por hecho. Justo lo contrario de quien selecciona que, en el fondo, lo que trata de determinar no sólo es si eres zapatero sino si te gustan esos zapatos.
A mediados de diciembre asistí a unas jornadas sobre social media. El tema es lo de menos, lo de más es que me quedó claro que, con independencia del medio que utilicemos para el desempeño de nuestra actividad, la excelencia es un valor al que no se puede renunciar. En eso insistieron mucho todos los ponentes ilustrándolo con multitud de ejemplos. Estos días de descanso, cuando no estaba sujeto a la disciplina de unas obligaciones concretas y mientras paseaba reflexioné un poco sobre esto. La excelencia, concluí, es algo a lo que no se puede renunciar, pero que tiene un sobrecoste, claro. Me dieron ganas de volver al despacho y escribir un prontuario que tratara de medir su precio y trasladarlo a las tarifas, pero me encontraba a unos cientos de kilómetros y no pude hacerlo en ese momento. Ayer, primer día de trabajo me puse a ello, pero con escaso éxito, la verdad sea dicha. Quizá eso se haya debido a un choque con la realidad. Si mi trabajo no fuera excelente no me contratarían ¿o sí? ¿Esperan mis clientes que seamos excelentes o simplemente se conforman con quedar satisfechos? ¿Saben ellos cuándo se alcanzan cotas de excelencia en nuestro trabajo? ¿Lo aprecian? ¿Es un valor medible? Y en ese caso, la pregunta subsiguiente ¿Están dispuestos a pagar por ello? Todas estas disquisiciones se han ido compaginando con las tareas que comporta toda vuelta a la normalidad. He recibido unos cuantos christmas navideños enviados con posterioridad a tan señaladas fechas. Precisamente, todos los que he recibido hoy corresponden a personas a las que yo se los mandé en fecha hábil, por lo que deduzco que de no haber tenido esa iniciativa con ellos no lo hubieran hecho conmigo. ¿Casualidad, olvido? Poca excelencia en cualquier caso. Además de eso, mandé un primer artículo para una colaboración que me han pedido. Era necesario ajustarse a un manual de estilo de nueve páginas que recoge los principios de excelencia requeridos. Escribirlo me llevó una hora, ajustarme a sus exigencias más de dos y todavía debo esperar a que un comité de admisión lo de por bueno. Trato de hacer las cosas bien, pero no sé si es debido a una disciplina o a la búsqueda de la excelencia. Hoy mismo, un cliente me ha llamado por teléfono para hacerme una consulta sobre un tema que no domino y al final de la charla me ha contestado ¡excelente, me ha sido de gran ayuda! No entiendo nada. Nuestro asesor fiscal solicita que le facilitemos cuanto antes la información sobre el último trimestre. Nunca se cansa de repetir que nos ajustemos a unos criterios determinados que le faciliten el trabajo. Luego, siempre nos dice que ojalá el resto de sus clientes prepararan los documentos con el mismo cuidado que nosotros. Me pregunto si deberíamos hablar sobre una reducción de sus honorarios por el trabajo que le ahorramos. Mi socia anda dándole vueltas a que nos certifiquemos en la norma ISO de calidad pero siempre acaba concluyendo que nos falta mucho para que nos la den. Claro que viendo que tenemos proveedores institucionales que nos mandan recibos al cobro antes de mandarnos la factura correspondiente, empiezo a tener mis dudas respecto a la excelencia que demuestran. La excelencia es un bien que se agradece y en algún caso se exige pero que nunca se paga. Esa es la conclusión a la que llego. A ver qué es lo que dicen los de calidad.
Una vez me contrataron para que diera unas sesiones de coaching a un mando intermedio en aras a prepararlo para un ascenso. Advertí a mi cliente que para que las sesiones fueran útiles debería ser el propio interesado quien mostrara interés en someterse a ese proceso tan exigente. A los pocos días me respondieron que la persona en cuestión estaba entusiasmada con la idea y que podíamos empezar en cuanto nuestras agendas nos lo permitieran. La primera sesión fue decepcionante. Lo primero que me dijo esa persona es que le habían advertido que si el coaching no daba resultado jamás lograría el ansiado ascenso y que, en consecuencia, él estaba en la mejor disposición para aprovechar el tiempo y que estudiaría todo lo que fuera necesario y yo le indicara. Estaba pensando en un curso de capacitación y no en un proceso de coaching lo que me obligó a tener que explicarle en qué consistía exactamente eso. Jorge Bucay cuenta la metáfora del elefante estacado que seguramente muchos conoceréis. Un niño que va al circo con su padre ve que un enorme elefante permanece impávidamente estacado sin hacer la más mínima intención de liberarse. Incluso para una mente infantil como la suya, aquello le parece del todo incomprensible dada la desproporción entre el volumen del animal y lo liviano de la estaca. Cuando le pregunta al padre, éste le contesta: seguramente el elefante lleva estacado desde que era apenas un cachorrito. En ese momento, por mucha fuerza que hiciera por liberarse no pudo lograrlo y acabó por conformarse. Ahora que es adulto, ni siquiera lo intenta. Los paradigmas limitativos actúan de forma similar a la estaca del elefante. No hay razón alguna para que nos mantengan aprisionados pero nos hemos acostumbrado tanto a ellos que ni siquiera tratamos de comprobar sus consistencia ni mucho menos tratar de liberarnos. Es producto de un reflejo condicionado. Esta actitud confronta con las dos dimensiones que conviven en nosotros: ser y siendo. ¿Qué soy? vs. ¿Qué estoy siendo? Las respuestas a ambas preguntas suelen ser muy distantes. Puedo ser una persona con fuertes convicciones, por lo tanto sé lo que habría que hacer, pero sin embargo, me conviene más hacer otra cosa y la hago. Como eso va en contra de mis convicciones y lo sé, ya buscaré las necesarias justificaciones. Un ejemplo de esto lo vemos cuando de pequeños seguramente habremos oído de nuestros mayores haz lo que digo y no lo que hago. El coaching pretende lograr que aquello que hago (siendo) se ajuste a lo que sé que debería hacerse (ser). Dicho de otro modo, pretende modificar mis paradigmas limitativos o mis comportamientos disonantes. No podemos pretender ser atletas olímpicos, pero eso no impide que hagamos un poco de footing todos los días para ganar un poco de fondo. Aquel hombre se me quedó mirando y comprendió que lo que se le exigía era un esfuerzo que no sabía si estaba dispuesto a hacer. Me pidió algo de tiempo antes de volver a vernos y cuando lo hicimos dijo que lo había pensado bien y que estaba animado porque sino, me dijo, ¿qué les contestaremos a nuestros hijos la próxima vez que les llevemos al circo y nos pregunten por el elefante estacado?
Los que tienen más o menos mi edad recordarán los tebeos (actualmente llamados cómics) de la famosa editorial Novaro que se publicaban bajo el título genérico de “Vidas Ejemplares” y a través de los cuales nos pusimos al día de la vida y milagros de un montón de santos y beatos. Recuerdo ahora el que trataba sobre el Padre Damián, famoso por su labor en las leproserías (quién no recuerda la famosa Molokay). En una de las viñetas se veía a un anciano paria aquejado de la enfermedad al que nuestro héroe le preguntaba por su edad. Dos años, decía el viejo. ¿Cómo puede ser, respondía el beato? Porque esos son los que he vivido en la excelencia después de haber conocido la existencia de Dios, remachaba el leproso. Toma ya. Hace muy pocas semanas, un maestro alfombrero turco me decía que sólo cuando se conoce la excelencia se puede calibrar el valor de las cosas (obviamente se refería a las alfombras pero la sentencia es sustituible a otros muchos ámbitos). Reconozco que aquello me dejó pensativo porque el argumento era tan lógico que caía por su propio peso. Hoy leyendo las páginas de economía resulta que una de las empresas más excelentes del país (me refiero a El Corte Inglés) está tratando de llegar a pactos con los sindicatos para ajustar con un año de antelación la presencia de cada uno de sus empleados en sus tiendas al objeto de que coincida con los días y horas de mayor afluencia previsible de público y que de esa forma los trabajadores puedan planificar mejor sus periodos de descanso adecuándolos a las necesidades de la empresa (y no al revés). Por si alguien cree que esa medida está orientada a la conciliación familiar de sus colaboradores, aclaro inmediatamente que la empresa aduce que, de esta forma, no será necesario realizar ajustes de plantilla (léase despidos). ¡¡Despidos en El Corte Inglés!! Me pregunto qué hubiera sucedido en muchas de las empresas de este país si hace sólo un año hubieran hecho un planteamiento similar a sus trabajadores tratando de ajustar sus horarios a los de mayor demanda en prevención de catástrofes mayores y creo que es mejor que no diga a qué conclusión he llegado. Cómo me hubiera gustado que El Corte Inglés hubiera publicado esta medida un año antes, cuando a la vuelta de vacaciones muchos todavía se las prometían tan felices. Tal vez las empresas ejemplares deberían publicar su estrategia en los cómics que alguna nueva editorial Novaro publicara, porque al final lo que mejor entendemos es lo que se nos cuenta como a los niños. Por mi parte, confieso que ya me he lanzado a la búsqueda y captura de algunos viejos números para ver si aprendo algo sobre estrategias de éxito contadas como vidas ejemplares.No desespero de dar con algún hallazgo de provecho.
Conforme vivimos aprendemos que sabemos más de los demás que de nosotros mismos. No solemos dar demasiada importancia a las emociones porque forman parte de nosotros desde siempre, antes que todo. Pero las emociones son inteligentes y nos hablan aunque no siempre estemos dispuestos a escucharlas. Y eso que nos perdemos. Sed bienvenid@s
Soy Coach y consultor pero antes de eso trabajé muchos años en el sector financiero donde he ocupado puestos ejecutivos en las áreas de Organización y Recursos Humanos.
En 1999 inicié mi actividad como consultor y he sido director del área de RR.HH. de reputadas consultoras internacionales.
En 2005 creé junto a otros socios interclaves global services desde donde asesoramos a empresas de middle market.
Durante los últimos ocho años me he especializado en las claves para la generación de confianza y el Coaching.
Como curioso que soy, me declaro aprendiz.