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19 de abril de 2011

Perseguir un sueño


Ayer vi por televisión una película que se me pasó cuando la estrenaron y que iba sobre la vida de Amelia Earhart, la aviadora estadounidense que pasó a los anales de la historia como la primera mujer que hizo un vuelo transoceánico y que pereció en su intento de dar la vuelta al mundo siguiendo la línea del Ecuador.

Amelia fue una mujer especial en todos los sentidos. Primero porque en los años 20 era impensable que una mujer tuviera un papel protagonista y menos de ese nivel, por lo que tuvo que aceptar que haría ese primer viaje transoceánico técnicamente como responsable del vuelo pero en realidad sin llegar tocar los mandos del avión, a pesar de que disponía de la máxima titulación como piloto. Esa primera experiencia le sirvió para hacerse enormemente popular y optar de nuevo, esa vez sí, a emular la hazaña de Lindbergh cruzando el Atlántico en solitario unos cuantos años más tarde y en menos tiempo.

Lo que me llama la atención de Amelia Earhart no son sus hazañas en sí, sino su determinación a perseguir sus sueños y por supeditar lo que fuera necesario para poder cumplirlos. Es decir, admitir que todo tiene un precio pero que cuando se trata de cumplir un sueño siempre es soportable. En su caso, un marido al principio reacio pero influyente, estar en peligro varias veces de caer en la ruina económica y sacrificar una vida apacible para la que parecía predestinada.

Hija de un abogado fracasado y alcohólico al que a pesar de todo amaba con locura, hizo mucho por las mujeres y lo hizo desde una posición en que todo el mundo la podía ver. Eleanor Rossevelt fue una de sus más acérrimas seguidoras y de su influencia obtuvo el reconocimiento de la aviación como arma comercial de primer orden. Earhart no puso límites a sus sueños e intentaba que el resto de las mujeres hicieran lo mismo. En una sociedad como la americana de esa época eso sólo se podía hacer a base de visibilidad y de mucha incomprensión.

De la película que vi ayer me quedo con unas secuencias en las que se ve a su Electra volando sobre la sabana africana a poca altura y en toda la magnificencia de esas vistas. El espectador sabe que nunca regresará de ese último viaje; ella no y me pregunto si deberíamos aprender a saborear lo que tenemos porque nunca sabemos si volveremos a repetir esas experiencias.

Los sueños tienen esas cosas, que a veces se convierten en ciertos. Se viven y se disfrutan y luego permanecen en nuestras retinas como películas en las que fuimos protagonistas. Por unos momentos, unas horas o unos días somos los reyes del mundo y es bueno que así sea. Sabiendo que hemos tenido que pagar un alto precio o no sabiendo que es lo último que haremos.

Los sueños realizados son regalos de los dioses. Amelia Earhart tuvo los suyos y los cumplió pero muchos tuvieron que ponerse a su servicio para hacerlos realidad. Hay dos tipos cosas que podemos poner en práctica al servicio de los sueños de los demás: comprometernos con la consecución del sueño o con el compromiso de quien lo persigue. No siempre es fácil escoger lo qué está en nuestra mano pero ambas son igualmente útiles.

22 de marzo de 2011

Homenaje al viajante


Acabo de leer un post en un blog amigo que ha logrado despertar en mí un cúmulo de sensaciones, lo que no es una novedad pero conviene señalar en este caso. Lo que queda de la lectura es la intrahistoria, que como bien me enseñó una amiga hace ya un montón de años, es lo verdaderamente esencial de todo lo que se cuenta.

La intrahistoria precisa de un conocimiento suplementario ya sea de lo que se cuenta o de quién lo cuenta y mejor si se dan ambas circunstancias. En este caso, se daban. La historia en sí ya era suficientemente jugosa porque hablaba de cómo un día torcido puede enmendarse de forma inesperada con un suceso no previsible en el contexto en que uno se encuentra inmerso. Era como si en un día para olvidar uno acabara encontrando un buen motivo para creer en la vida.

Lo que esta tarde me lleva a hablar de sucesos inopinados tiene que ver con haber vivido mucho, con haber viajado mucho y con haberse sentido muchas veces colocado en un lugar al que uno no pertenece, cosa que les sucede a los viajeros pero no a los turistas. Los viajeros son gente que pasa por los sitios pero sobre todo son gente que logra no sin esfuerzo y práctica que los sitios pasen por ellos. Cuando eso sucede, se puede hablar de intrahistorias que sobrepasan la categoría de anécdotas derivando a menudo en metáforas.

Las metáforas son regalos que se nos brindan y que nos permiten entender lo que hay detrás de conceptos abstractos o difusos. Una metáfora perfecta de viajero es viajante, que se distingue del primero porque el motivo de sus desplazamientos es buscarse la vida y de esa forma superar el concepto de dandy vividor que se esconde tras la romántica y falsa idea del chollo que supone viajar que no es otra que hospedarse en hoteles sin personalidad, aprender cuanto antes que conviene ocupar el lado de la cama contrario al que se encuentra el teléfono por estar menos usado, acostumbrase a cenar las más de las veces en completa soledad escogiendo entre platos que no aportan ningún placer y llamando a casa como paso previo a encender la tele mientras se repasa la agenda de la mañana siguiente.

Hoy apenas quedan viajantes aunque conozco a algunos de esos pocos. Les veo haciendo cosas heroicas como ayudando a sus hijos con los deberes escolares a cientos de kilómetros de distancia, preocuparse por los resultados de una cita médica de algún familiar, dando ánimos a sus próximos por cosas aparentemente sin importancia pero que saben que agradecerán y sobre todas las cosas, sintiéndose muy solos que es otro rasgo fundamental del viajante, la soledad, aunque cuando se les pregunta ellos lo nieguen.

La historia de mi amigo era la de un viajante que después de un día de perros decide perderse por la ciudad que, sin ser suya, ha logrado que forme parte de su vida. Bien porque hizo allí el servicio militar, bien porque se le metió entre los poros de la piel, bien porque conoce además del paisaje el paisanaje… o porque sabe distinguir lo que pasa con el tiempo de lo que el tiempo ancla del paso de los años. Y en una sala de cine conocida desde siempre a la que no pensaba entrar un minuto antes pero donde se mete porque llueve, sucede algo, lo que menos podía imaginar, y ese suceso cambia su vida o su visión de la vida o las dos cosas, porque todavía es temprano para saberlo con certeza.

Larga vida a los viajantes que no son viajeros y mucho menos turistas.

16 de diciembre de 2010

Y se armó el belén

Este año quería poner el belén en mi casa y como estoy en crisis, antes de hacerlo decidí llamar a un colega consultor para que me asesorara sobre cómo rentabilizar al máximo el tradicional nacimiento. El resultado ha sido sorprendente, y por eso os lo quiero comentar. Las decisiones que me propone tomar son las siguientes:

Pastores. Para nadie es un secreto que en todos los belenes hay más pastores que ovejas, parece absurdo, pero siempre ha sido así. Por supuesto me veo obligado a deshacerme de todos menos uno. Instalaremos pastores eléctricos (cercas electrificadas) con el fin de controlar a las ovejas, y una vez instalado, se plantea la posibilidad de sustituir en breve al pastor por un perro con experiencia.

Personajes gremiales. Es sorprendente la cantidad de artesanos que puede haber en un belén: el herrero, el panadero, el de la leña, el carpintero (haciendo una desleal competencia a San José que se ha cogido baja paternal), el tendero,... y sin embargo es también sorprendente ver los pocos clientes que hay. La decisión que hemos tomado es despedir a todos los artesanos. Es duro, pero no ha quedado otro remedio. En su lugar hemos contratado a un chino que en un pequeño comercio fabricará y venderá todos los objetos que vendían los artesanos. (Si el chino decide subcontratar a menores para sacar el trabajo es un tema en el que no nos debemos meter).

Posadero. El chino se hará cargo también de la posada. Además, últimamente habían llegado quejas de atención al cliente por parte de José y María. La posada podría funcionar con el sistema de cama caliente.

Lavanderas. Qué manía tienen en los belenes con lavar la ropa, con lo fría que debe estar el agua, con tanta nieve. Se suprimen los trabajos de lavanderas, que además eran ocupados siempre por mujeres. Cada uno se lavará su ropa en los ratos libres, potenciando así la equiparación de sexos en cuestión de tareas domésticas.

Ángel anunciador. Suprimidos casi todos los pastores, no tiene sentido la figura de un ángel anunciador. Se sustituye por un letrero luminoso en donde además podremos anunciar las ofertas del chino.

Castillo de Herodes. A Herodes le mantengo en su puesto. No es que haga mucho, pero manda y no es cuestión de ponerse a despedir directivos. Soldados, me quedo con dos por razones de seguridad, (que bastante calentita está la zona) pero los externalizo. Los contrataré por medio de Prosegur para que me presten servicio como guardas de seguridad. Ahorro en costes fijos y gano en flexibilidad.

Paseantes varios. Es sorprendente ver la cantidad de personajes que abundan en un belén sin hacer nada, absolutamente nada. Todos despedidos. Esto lo teníamos que haber hecho hace tiempo.

Paseantes con obsequios. He observado que otro grupo de paseantes, algo menos ociosos pero no mucho más productivos, se dirige hacia el portal con la más variada cantidad de objetos. Uno con una gallina, otro con una oveja, otro con una cesta, otro con un hatillo (¿qué llevará el misterioso personaje del hatillo?)... Puesto que todos tienen el mismo destino, organizaremos un servicio de logística para rentabilizar el proceso. Despediremos a todos los paseantes, uno de ellos se quedará con nosotros por medio de ETT y con ayuda de un animal de carga recogerá las viandas cada tres días y las acercará al portal.

Reyes Magos. Por supuesto con un solo rey es más que suficiente para llevar el oro, el incienso y la mirra. Eliminamos dos reyes, dos camellos y los pajes. Posiblemente nos quedemos con el rey negro para no ser acusados de racistas. Además es posible que quiera trabajar sin que le demos de alta. Tengo que estudiar la posibilidad de dejar tan solo el incienso y vender el oro y la mirra a otra compañía ya que debemos de reducir al máximo la inversión en regalos de empresa.
Mula y Buey. La única función de estos animales es dar calor. Esta función será desempeñada por una hoguera, que gasta menos combustible. Realizaremos un assessment center con los dos animales y el que lo supere trabajará como animal de carga en el servicio de logística antes citado.

San José y la Virgen María. Está más que demostrado que el trabajo que hacen ambos en el portal puede ser desempeñado por una sola persona y evitamos dos bajas de maternidad/paternidad. Por razones de paridad nos quedamos con la Virgen María y, lamentablemente, tenemos que despedir a San José (con lo que había tragado el hombre en esta empresa).

El niño Jesús. A pesar de su juventud tiene mucho potencial, y además parece ser que su padre es un pez gordo. Le mantenemos como becario con un sueldo de mierda hasta que demuestre su valía.

El Belén queda pues de la siguiente forma: Un pastor con ovejas en un cercado, un chino con un comercio/posada de 24 horas, Herodes y dos guardas subcontratados, un paseante contratado por ETT, con la mula (o el buey) haciendo repartos, el rey negro (ilegal), la virgen y el niño.

Hala, y el año que viene ya veremos en qué queda todo esto porque de seguir la crisis, igual hay que cambiarse a una religión con menos imaginario.

11 de junio de 2010

El cumpleaños de C.


Hoy es el cumpleaños de C. aquella que un día por mi cumpleaños, hace de eso más de veinte años, me regaló dos palabras: hermenéutica (Arte de interpretar textos y especialmente el de interpretar los textos sagrados) e isagoge (Introducción, preámbulo).
Pasaron los años y a cada nuevo aniversario esas dos palabras de C. se han hecho presentes en mi memoria. Me he preguntado siempre por qué me había hecho ese regalo tan peculiar e inesperado y ha tenido que pasar todo este tiempo para encontrar alguna explicación.
C. siempre ha pensado en mí en términos de clarividente. Cada vez que me presentaba a alguna de sus amistades lo hacía añadiendo este adjetivo que sonaba a ampuloso y con el que no me sentía demasiado a gusto, pero invariablemente lo repetía y hasta llegué a acostumbrarme.
Los años pusieron distancia entre nosotros. Ella se fue a vivir a Londres y yo a La Coruña. Nos distanciamos más que físicamente a consecuencia de algunos malentendidos con los sentimientos que nos profesábamos. Yo creía haberla amado y ella no quería renunciar a que la siguiera amando pero a distancia. Se produjo un distanciamiento que duró mucho tiempo.
El último cumpleaños antes de ese choque de trenes le regalé una pequeña cajita de plata en la que hice grabar “sigo enamorado de la idea del amor” y ella me regaló a su vez un libro delicioso, un ensayo de Ramón J. Sender (Tres ejemplos de amor y una teoría (1969) publicado por Alianza Editorial) que recomendaría a todo el mundo que quiera conocer cómo amaron Tolstoi, Balzac, Goethe y el propio Sender quien reproduce en la última parte del libro una larga carta que le escribe a una antigua novia del pueblo, cuando él ya era un consagrado escritor y pensador; una carta que quizá ella nunca entendió del todo porque estaba a años luz de su capacidad intelectual y su formación. Ese regalo es uno de los que más he valorado y ella lo sabe. Su dedicatoria, que no reproduzco aquí, explicaba mejor que nada cuál era su posición ante el amor en esa época. Una postura racional, ella que es toda pasión y sentimiento. Probablemente sea uno de los libros que más he subrayado y que menos he regalado porque se descatalogó, pero que me sigue acompañando en todas y cada una de las mudanzas que he hecho y también lo hará en las que me queden.
C. siempre me escribía usando pluma estilográfica y tinta de color negro. Su letra airosa e inteligente era y es una delicia verla reproducida en los soportes más inverosímiles (tarjetones, servilletas, pedacitos de papel) que he conservado todos estos años dentro de mis bienes más preciados. Esa letra primorosa hace mucho que no la he vuelto a ver porque ahora nos escribimos e-mails muy de tarde en tarde.
La considero culpable de haberme inoculado a Marguerite Yourcenar y toda su obra, culpable asimismo de haberme embarcado en la lectura de El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell donde en el primer libro (Justine) alguien le pregunta a Scooby, un viejo marino, si ya no se embarca y él contesta “cada noche, en sueños”. Culpable también de haberme entusiasmado por la música barroca que me hacía llegar en unas cassettes con piezas seleccionadas y más recientemente, de haberme llevado de las orejas al cine a ver Las Horas en una ocasión en que vino a visitarme porque adivinó que me hacía falta su presencia.
C. ha sufrido lo suyo y sufre todavía mucho porque la vida le ha lanzado algunas bolas envenenadas que ha sabido encajar aunque le hayan dejado una huella profunda en el alma como sólo sucede con las mujeres, al menos las que yo conozco. Por fuera, su sonrisa sigue siendo franca, amplia, sonora; pero por dentro ya no sé si sonríe. Se reinventó, se mudó, se transformó, se volvió a enamorar aunque nunca lo hizo de mí.
Hoy es su cumpleaños y os cuento este pequeño secreto para que sepa que la sigo queriendo muchísimo.

22 de julio de 2009

"Nunca" es demasiado tiempo

Al tiempo que conectaba mi primitivo gestor de correo y veía aparecer el número de e-mails que iba a descargarse a través de mi exigua línea analógica aproveché para revisar la lista de llamadas recibidas en mi ausencia entre las que un aviso me llamó la atención. Era de una persona a la que hacía tiempo que no veía ni sabía nada de ella pero que, por lo visto, había localizado mis coordenadas y tratado de ponerse al habla. En esa época, el móvil apenas existía por lo que los modos de acceso eran mucho más limitados. El texto del aviso decía “quiere que la llames mañana como muy tarde porque si no ya no podrás volver a contactar con ella”. Cuando me dispuse a marcar su teléfono me di cuenta de que faltaba un número.
En el correo electrónico había un mensaje de esa misma persona que decía “Hola hombre de palabra. Salgo mañana para Auckland y antes quería hablar contigo. He dejado un recado en tu oficina con mi número de teléfono pero si lo ves más tarde ya no hace falta que llames”. El hecho de que hubiera utilizado el mail como arma de refuerzo a su petición era igualmente llamativo por exótico pero olvidó repetir el número donde poder localizarla.
Con una curiosidad creciente contesté aquel mail aclarándole que, a pesar de que lo había intentado, no podía ponerme en contacto con ella porque faltaba un número. Pasó el día y no recibí respuesta. Volcado en mis quehaceres, acabé por olvidarme del tema.
Días más tarde recibí una llamada de un amigo.
- ¿Hablaste con Sara? Sé que trataba de localizarte y le dí el número de tu oficina.
- Lo intenté, pero verás lo que sucedió – Y le relaté la historia
- Vaya, cuanto lo siento porque parecía muy interesada. Se marchó a vivir a Nueva Zelanda con su marido.
- ¿Sabes lo que quería de mí?
- Me comentó que os habíais enfadado y que le dijiste que nunca más querías volver a saber nada de ella. Un poco drástico ¿no?
- Pues sí, nos enfadamos mucho pero de eso ya hace un montón de años y no recuerdo haberle dicho semejante cosa.
- Bueno, el caso es que ella me dijo que pensaba que “nunca” era demasiado tiempo.
Pasaron los años. Una tarde alguien me paró en la calle. Era Sara. El tiempo no nos habían cambiado tanto a pesar de todo y me había reconocido.
- Veo que sigues siendo un hombre de palabra. Dijiste que nunca más querías volver a saber nada de mí y lo has cumplido a rajatabla.
- Cuando llamaste hacía mucho tiempo que lo había olvidado.
- Yo no.
Y nos sentamos en una terraza a charlar sobre los viejos tiempos. En perspectiva, llegamos a la conclusión de que el motivo de nuestro enfado tampoco había sido para tanto. Antes de despedirnos nos intercambiamos nuestros números de móvil –ahora sí- y acordamos que volveríamos a vernos para comer juntos. Y desde entonces, nunca más… al menos por el momento.