Marcos Sanjuán aprendió desde pequeño que las delicias de la vida siempre tenían precio. Si le llevaban al médico éste le regalaba caramelos pero a cambio de un pinchazo previo, si su madre le dejaba montar en el tiovivo de la plaza los días de fiesta mayor era porque se había portado bien, si los reyes magos eran generosos era porque había tenido una conducta intachable durante el año. Todo tenía un precio.
No tenía memoria de haber hecho nada reprobable en toda su vida, así que no sabía lo que era el castigo solo que las cosas buenas tenían precio, no eran gratis. Conforme fue creciendo se reafirmó en esa idea. Sus primeros discos de vinilo los compró de su paga, así como las sesiones dobles en el cine de barrio, las golosinas y los cromos de su colección de fútbol, todo. No era de extrañar que su primera relación sexual fuera de pago con una señora a la que no conocía de nada y le doblaba en edad.
Aún y así Marcos Sanjuán entendía que aquello tenía su lógica y la aplicaba. Nunca hizo un favor que no cobrara, desde vender sus canicas de colores hasta pasar fotocopias de apuntes en la facultad. Según su esquema eso era lo normal. Su personalidad se conformó en esas creencias porque no había conocido otras. No tenía muchos amigos, eso era cierto, pero quién los necesitaba.
Cuando acabó su carrera de Derecho orientó su vida profesional como abogado y empezó a trabajar con su padre. Nunca aceptó casos que no le reportaran beneficio y discutía las minutas con ferocidad, de forma que el bufete prosperó. Las cosas iban bien pero sentía que no estaba en deuda con nadie porque pagaba por todo lo que usaba, necesitaba o quería. Se casó con una señorita de buena posición pero aún y así insistió en correr con todos los gastos de la boda, ajuar incluido.
Con el paso de los años tuvo tres hijos con los que repitió el esquema en el que había sido educado, haciendo que pagaran por las cosas buenas de la vida. Cada regalo que les hacía estaba ajustado a los méritos del comportamiento de los niños, de forma que más de un año alguno de ellos no tuvo regalo de cumpleaños o se quedó sin veraneo por haber sacado malas notas. Su mujer sufría por ello pero Marcos se mostraba inflexible, de forma que, sin traicionar sus principios, más que como padre se comportaba como un censor de cuentas que hacía un frío balance de lo que merecían.
Pasados los años, el abogado Sanjuán se convirtió en un tipo al que nadie agradaba. Un día que salió de paseo vio una escena inverosímil. Un grupo de mozalbetes cercaron a un hombre y le propinaron una paliza para robarle cuanto llevaba encima echándole luego a un estanque con tan mala fortuna que aquel hombre no sabía nadar por lo que empezó a pedir socorro con las escasas fuerzas que le quedaban. Viendo que no había nadie más cerca, se acercó a la orilla y como pudo alargó su brazo para que el otro se asiera y con esfuerzo logró sacarle del agua.
Cuando el peligro hubo pasado, el abogado sacó una libreta y empezó a anotar cifras que luego sumó. Me debe usted esta cantidad, dijo enseñándole al otro las anotaciones que había hecho. Son los gastos por haberle salvado la vida. El hombre se quedó mirando aquella cuenta y accedió a pagarle. Vaya, un tipo sensato que piensa como yo, se dijo Sanjuán. Como no llevaba dinero encima acordaron que se pasaría por el bufete para satisfacer su deuda y se intercambiaron tarjetas de visita con sus señas. El hombre salvado resultó ser un eminente doctor.
Al cabo de los días recibió la visita del hombre al que había salvado la vida. Viéndole en mucho mejor estado que cuando le conoció apreció en él un porte digno de un caballero. Le hizo pasar a su despacho y sin más le recordó la cantidad adeudada. El otro hizo ademán de pagarle pero cuando sacó los billetes dobló la suma, lo que lógicamente le extrañó. ¿Por qué me paga usted más de lo que me debe?
Muy sencillo, respondió el otro. El día del incidente me dirigía a atender a una muchacha sin recursos que estaba aquejada de una enfermedad muy grave. Si no me llega a salvar la vida ella y yo habríamos muerto. Más tarde recibí la visita de un viejo camarada al que hacía muchísimos años que no veía y pasé con él una agradable tarde. A saber cuándo volveré a verle. Luego, mi hija me llamó para anunciarme que estaba embarazada y que voy a tener un nieto. Ya por la noche mi mujer me dio un beso y entre lágrimas me recordó cuánto me quería y lo angustiada que había quedado al ver que casi me matan, así que saqué cuentas de lo que me habría perdido si usted no me hubiera socorrido y su precio me pareció muy barato.
Pero ahora que ya he saldado mi deuda, permítame que le haga una pregunta. La próxima vez que salve la vida a alguien pregúntese qué ocurriría si fuese a la inversa y quien pudiera socorrerle no estuviera dispuesto a cobrarle por ello. ¿Qué precio estaría usted dispuesto a pagarle por su vida?
¡Amigo Josep!
ResponderEliminarNuevamente nos sorprendes con tu visión generosa de la vida, invitándonos a reflexionar sobre uno de los paradigmas más arraigados en nuestra sociedad, "todo y todos tenemos un precio".
Cuando esta mañana me he despertado me he sentido agradecido por que la vida me ha regalado un nuevo día, y he apreciado ese instante, y los siguientes. ¿A quién le debo este despertar? Me vienen al corazón mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos...y si sigo hacia atrás no podría parar nunca. Pero también se lo debo a mis hijos y a sus hijos... pues me inspiran a ser generoso y vivir plenamente, al servicio de la vida, para que algún día alguien se despierte y sienta la gratitud por la vida.
¡Un fuerte abrazo!
Gracias por tu generosidad.
Liberto
Hola Josep:
ResponderEliminarAunque, alguna veces, nos cueste aceptarlo: hay cosas que no tienen precio.
Este post me ha recordado un cuento que había en mi libro de Lenguaje de 2º EGB, allá por 1975. Trataba sobre un niño que le reclamaba una "deuda" a su madre, por sus quehaceres diarios, y ésta le recordaba todas las cosas que, como madre, hacía sin cargo alguno. Yo aún no había cumplido los 7 años y tampoco creo que pensara que mi madre me debía algo, pero al leer ese cuento lloré y lloré.
Aún hoy cada vez que mis padres me dan las "gracias" o me dicen "¿cómo te pagaré ésto?", se me encoje el corazón, porque si hiciésemos "números" estaría muy claro "quién debe a quién".
¿Cómo se paga una vida?, desde luego con la Master Card, no.
Un beso, Josep..feliz semana
Desgraciadamente hay demasiada gente así por el mundo, que por cada favor que hace te lo tiene que cobrar, y con intereses. Ojalá esta crisis sirva para que nos demos cuenta de que las cosas más importantes de la vida no cuestan dinero, y pobre del que crea que se pueden comprar. No se puede vivir del aire, pero tampoco se puede cobrar por él.
ResponderEliminarUn abrazo, Josep
Me gustó muchísimo tu cuento, Josep y deja una gran enseñanza.
ResponderEliminarBesos
Hola Liberto:
ResponderEliminarEsa es la cuestión, que los paradigmas -cualquiera de ellos- están tan fuertemente instalados que no entenderíamos la vida si no pudiéramos agarrarnos a ellos.
Sanjuán no era una mala persona, sino que simplemente reproducía lo que había aprendido. Eso le convertía en inocente. Por eso es tan importante construir nuestros propios juicios y creencias y no dar nada por supuesto.
Que todo tenga precio es algo tan extendido como incierto.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Hola María:
ResponderEliminarYo también tuve una lectura escolar similar a la que mencionas. No recuerdo haber llorado entonces pero sí haber reflexionado. Ayer mi madre me dio las gracias por haberle contado una verdad dolorosa y también me hizo pensar. Quizá ahí estuvo el germen del cuento de hoy.
Un beso.
Hola Fernando Solera:
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu comentario. No se puede vivir del aire pero no se puede cobrar por él, en efecto. Por desgracia, cada vez hay menos cosas que no tengan derecho de pago por su uso desde playas privadas hasta la sanidad, pero ese es otro tema.
Un abrazo.
Hola Myriam:
ResponderEliminarGracias por comentar.
Un abrazo.
No sé, no sé, pero me pregunto cuánto nos queda para llegar a ser como Marcos. Y es que nos hemos acostumbrado a poner a todo precio de tal manera que estamos perdiendo cualquier referencia de lo que nos carazteriza como humanos.
ResponderEliminarUn abrazo.
!!Que bonitooooo¡¡¡, me ha encantado. No tengo palabras, todas para la historia y para el autor.
ResponderEliminarMagnífico Josep.
ResponderEliminarLo malo de los que lo ven la vida con el debe y con el haber es que al final no viven, sólo contabilizan y lo malo es que las cuentas de la vida asi no salen.
un abrazo
El don de la gratuidad, es lo más hermoso que se les puede enseñar a los hijos. El compartir, el dar y también saber recibir que tal vez es más difícil aún.
ResponderEliminarDesde niña mis padres me enseñaron también los valores no materiales.. Eso mismo he intentado transmitir a mis hijos y me da mucha alegría comprobar que ellos siguen la cadena con los suyos. Muy buen relato y la última pregunta genial.
Un abrazo y feliz semana
La pena es que don Marcos Sanjuán nunca conociera la gratuidad ni se preguntara por ella hasta encontrarse con el médico. Un buen relato sin duda que quizás pida una segunda parte.
ResponderEliminarHola Javier:
ResponderEliminarParece que todo tiene que tener un precio, es cierto, otra cosa es lo que valen las cosas importantes. Estamos tan desnaturalizados que sólo reaccionamos cuando nos hacemos las grandes preguntas ¿cuánto pagaríamos por nuestra vida?
Un abrazo.
Hola Adolfo:
ResponderEliminarMuchas gracias, pero el placer de la lectura es indelegable.
Un abrazo.
Hola Fernando:
ResponderEliminarO lo que es peor, que de suma cero, eso sí que debe ser para tirarse de los pelos.
Un abrazo.
Hola Katy:
ResponderEliminarLo que demuestra que esto también es educacional. La transmisión de valores es inevitable, que sean buenos o menos buenos es otra cosa. Nuestro protagonista no hizo otra cosa que replicar los valores que recibió, aunque es verdad que no hizo nada para modificar el curso de los acontecimientos. Por esa regla de tres el maltratado será maltratador porque lo verá normal. Qué gran responsabilidad asumimos en la educación de nuestros hijos ¿verdad?
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Hola Miguel de Luis:
ResponderEliminarSé bienvenido. Creo que la cuestión crucial es que tenemos la responsabilidad de preguntarnos por qué creemos lo que hemos creído desde siempre. Los paradigmas se perpetúan hasta que alguien los cuestiona, pero ha de ser consciente que eso nunca es fácil ni gratis y que de entrada, debe contar con la incomprensión generalizada.
Muchas gracias por pasarte.
Un saludo.
Tu magnífico relato me ha recordado la enorme diferencia que hay entre valor y precio. El valor es subjetivo y como tal dificilmente mesurable, de ahí que sea complicado -y muchas veces simplemente desatinado- el querer transformar un intangible en objeto de mercadeo. Y si además es emocional, ya ni te cuento.Por que en el fondo resulta que muchas de las cosas de más valor, no tienen precio.
ResponderEliminarUn abrazo,
Hola Astrid:
ResponderEliminarEse axioma es cierto. Normalmente, lo que tiene precio es lo que no podemos generar o experimentar con nuestros propios recursos o por lo que somos, lo demás debe ser recibido como un regalo.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Sin duda existen personas así, pero también existen personas como el médico...
ResponderEliminar"El malo" no es Marcos Sanjuan, lo peor es la tradición, la costumbre, la educación mal entendida, el padre, el abuelo...el desear que los otros sena lo que somos, o hemos querido ser.
Defiendo fervientemente que todos No tenemos un precio...
Un beso
Cuando era niño, veía cómo, con total naturalidad, la gente se ayudaba y se prestaba lo poco que tenía. Y eran felices a pesar de la escasez material que padecían: les sobraba solidaridad.
ResponderEliminarEn mi opinión, una de las poderosas razones que nos impiden hoy ser más felices, es esa adicción generalizada a la "cultura del tener" (tanto tienes,tanto vales). Hay otra cultura menos extendida, la "cultura del ser", que valora al resto de las personas por lo que son; algo tan importante como PERSONAS.
Un fuerte abrazo.
Hola Camy:
ResponderEliminarLa malla sobre la que está construido el relato es el complejo mundo de los paradigmas según los cuales no está tan claro que actuemos según nuestro propio criterio sino más bien inducidos por "verdades" inoculadas. Ese es el caso de nuestro abogado Sanjuán y el de prácticamente todos. Los rebeldes, en cierta forma, son aquellos que son capaces de cuestionar los paradigmas. Hay muchas formas de saber que alguien lo está haciendo pero una muy clara, que es que a uno le tomen por loco porque va contracorriente.
Yo también defiendo que no todos tenemos un precio, o mejor dicho, que no todo tiene precio.
Muchas gracias por tu comentario.
Un beso.
Hola Armando:
ResponderEliminarTienes toda la razón. No hace tantos años había más solidaridad porque todos teníamos menos cosas. El mundo ha cambiado porque han cambiado un montón de paradigmas y eso sucede a una velocidad creciente. La sociedad, los paradigmas sociales, por primera vez en la historia tienden a caducar más que a perpetuarse y esa es la razón por la que no entendemos o no compartimos el mundo en el que vivimos o buena parte de él.
Eso de la cultura del tanto tienes no es que sea precisamente nuevo, lo que pasa es que ahora lo ocupa todo. En estas condiciones, el valor de las personas, lo que representan per se, tiende a disminuir, es cierto, pero también es nuestra responsabilidad que eso no suceda.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.