Dice mi admirado John Whitmore www.performanceconsultants.com/ que todos somos como "una bellota que contiene en su interior una encina". Esta imagen que describe el enorme potencial de desarrollo de las personas encierra otra verdad: que todos poseemos talentos (innatos o adquiridos) que sólo necesitan el terreno adecuado para poder fructificar.
Los distintos tipos de liderazgo que se ejerce sobre nosotros son cruciales para poder desarrollar ese potencial. Y lo son porque a veces actúan como terreno abonado y otras en sentido contrario, impidiendo el normal desarrollo de nuestra encina. Quisiera referirme a estos últimos y para ello utilizaré la metáfora del bonsái.
Uno de los estilos de liderazgo más nocivos que conozco consiste en una práctica bastante común: se identifica nuestro talento y se utiliza, pero se impide su normal desarrollo para que no hagamos demasiada sombra y nos convirtamos en un peligro potencial. Sucede lo mismo con los bonsáis, que no se deja desarrollar el árbol a base de cercenar parcialmente sus raíces o sus ramas hasta convertirlos en miniatura. Oímos demasiado a menudo: todavía no estás maduro; sé paciente; ya te diré cuando ha llegado tu momento; por ahora haz las cosas como te digo; consúltame antes de tomar decisiones, etcétera.
Cuando estos mensajes los recibimos sistemáticamente en nuestra fase de floración tienen un efecto castrante. Sabemos que tenemos las capacidades pero no nos dejan asumir responsabilidades ni siquiera parciales y aparece la frustración. Algunos, los que tienen suerte, cambian de aires pero otros muchos acaban admitiendo que esa es una realidad inmutable y se acomodan de forma que, aún teniendo las capacidades, asumen definitivamente su rol “de adorno” a costa de sumirse en una desmotivación que con el tiempo tiende a convertirse en irreversible.
Todos conocemos organizaciones en las que pueden observarse este tipo de comportamientos, con muchas tijeras de poda en manos de irresponsables. Pero un jardín de bonsáis no es más que la expresión de proyectos frustrados de encina y es una lástima. Y lo que es peor, ese tipo de empresas son las que más suelen quejarse de la falta de talento o de la desmotivación de sus empleados, como si en buena parte no fuera culpa suya.
Los distintos tipos de liderazgo que se ejerce sobre nosotros son cruciales para poder desarrollar ese potencial. Y lo son porque a veces actúan como terreno abonado y otras en sentido contrario, impidiendo el normal desarrollo de nuestra encina. Quisiera referirme a estos últimos y para ello utilizaré la metáfora del bonsái.
Uno de los estilos de liderazgo más nocivos que conozco consiste en una práctica bastante común: se identifica nuestro talento y se utiliza, pero se impide su normal desarrollo para que no hagamos demasiada sombra y nos convirtamos en un peligro potencial. Sucede lo mismo con los bonsáis, que no se deja desarrollar el árbol a base de cercenar parcialmente sus raíces o sus ramas hasta convertirlos en miniatura. Oímos demasiado a menudo: todavía no estás maduro; sé paciente; ya te diré cuando ha llegado tu momento; por ahora haz las cosas como te digo; consúltame antes de tomar decisiones, etcétera.
Cuando estos mensajes los recibimos sistemáticamente en nuestra fase de floración tienen un efecto castrante. Sabemos que tenemos las capacidades pero no nos dejan asumir responsabilidades ni siquiera parciales y aparece la frustración. Algunos, los que tienen suerte, cambian de aires pero otros muchos acaban admitiendo que esa es una realidad inmutable y se acomodan de forma que, aún teniendo las capacidades, asumen definitivamente su rol “de adorno” a costa de sumirse en una desmotivación que con el tiempo tiende a convertirse en irreversible.
Todos conocemos organizaciones en las que pueden observarse este tipo de comportamientos, con muchas tijeras de poda en manos de irresponsables. Pero un jardín de bonsáis no es más que la expresión de proyectos frustrados de encina y es una lástima. Y lo que es peor, ese tipo de empresas son las que más suelen quejarse de la falta de talento o de la desmotivación de sus empleados, como si en buena parte no fuera culpa suya.
Conozco bastantes empresas, sobre todo empresas pequeñas en las que sus propietarios son gente hecha a sí misma, sin más másters ni carreras que la propia experiencia en la vida. Es curioso ver cómo el talante de cada empresa (en este tipo de empresas) es el mismo que el que "respira" el propietario. Si el propietario está muy comprometido con los resultados y muy orientado a la acción, todos sus trabajadores también (siempre hay alguna excepción, claro) Si el propietario es más bien conciliador y pide opiniones antes de decidir, el estilo de la empresa es así para todo y nadie impone nada (ni siquiera unos mínimos razonables de disciplina y convivencia)
ResponderEliminarY ¿esto es bueno? Yo creo que el puro comportamiento mimético no enriquece a las organizaciones. Está claro que a corto plazo evita confictos pero a largo no permite avanzar, innovar, cambiar, abrirse a nuevas ideas.
Lo que plantea Itziar tiene mucho sentido. Es precisamente por eso que hay que dejar espacio a las personas para que aporten y se sientan protagonistas de su propia historia dentro de las empresas. Al fin y al cabo, es ahí donde pasan una parte muy significativa de su vida y el lugar donde pueden desarrollarse con más facilidad, siempre que se les de oportunidad para ello.
ResponderEliminarSi bien mi experiencia no es muy extensa, hay ciertas cosas que saltan a la vista en el mundo laboral.
ResponderEliminarEs cierto que todos somos un poco bonsáis en nuestro trabajo, especialmente aquellas personas que tienen talento. No obstante, muchas veces es el propio ambiente laboral el que se encarga de "podar" a aquellos que quizás serían un líder mejor, lo que genera una situación estancada para el desarrollo personal de todos los trabajadores.
En general, he detectado un cierto pánico a escuchar ideas por el simple hecho de ser algo nuevo, algo distinto.
El plantear que un trabajador pueda ser más que un androide, que pueda tener ciertas libertades y expresar una opinión, y que esto repercute a favor de la empresa a su vez es una idea que no cala muy bien entre los árboles milenarios de las empresas, cuyas raices son tan profundas que no dejan crecer plantas nuevas a su alrededor.
La experiencia es sabia, pero sentarse a escuchar lo que la sabia nueva puede aportar es algo que, desgraciadamente, está muy lejos de ser habitual. Al fin y al cabo, en un bosque debería haber cabida para todo tipo de plantas.