A lo largo de su vida transitó calles, pero también paisajes y sobre todo personas. Se movió por imágenes, que es una manera muy linda de asociar ideas. Dicen que tenía memoria larga, que pocas cosas de las que le sucedieron no las recordaba para lo bueno o lo malo.
Habitó casas, pero sobre todo fue habitado por muchos que se acercaron a él y que se quedaron o marcharon a su conveniencia. Insistió poco, pero fue vehemente cuando creyó en algo aunque nunca le levantó la voz ni la mano a nadie, que se sepa.
Leyó más que escribió, aunque escribió mucho. Y también fue leído. No tanto como debiera haberlo sido, pero eso les sucede a muchos otros y no guardaba rencor a nadie por ello. Ni por nada.
Aprendió a ser hombre antes de dejar de ser niño. Bueno, nunca dejó del todo de ser niño, a pesar de que lo intentó muchas veces, siempre en vano. Trabajó el doble de horas que durmió, pero nunca dejó de soñar ni siquiera cuando estaba despierto. Fumaba mucho, eso sí. Y bebía, no demasiado y nunca solo.
Como era del comercio, vendió y compró mucho, pero nunca vendió nada que hubiera comprado antes para sí porque para él eso no tenía precio. Si acaso lo regalaba. Casi todo. Excepto lo que alguien tenía la desfachatez de pedirle. Eso lo negaba.
Viudo. Se casó dos veces, pero sólo hubo una mujer en su vida ¿podéis creerlo? Y amantes, ni se sabe cuántas tuvo. Algunos dicen que muchas, otros que ninguna. Puede ser cierta cualquiera de las dos cosas. Quién sabe y a quién le importa.
Hijos también tuvo. Tres. Y ahijados. Tres también. Y recogidos. Uno, al que más amó, porque no estaba obligado a ello. Sus nietos fueron una debilidad para él, pero en cuanto crecieron fueron desapareciendo de la casa y de las comidas de los jueves a la una en punto. Quien no estaba a esa hora no podía sentarse a la mesa hasta el segundo plato. Si alguno no llegaba a tiempo del segundo plato, no hacía falta que se presentara a los postres ni al café. Sin excepciones, porque el abuelo gustaba de preguntar a cada nieto lo que quisiera y esperaba satisfacción en las respuestas y eso, claro está, llevaba su tiempo. Así se explica que la mesa del comedor fuera menguando en número de láminas extensoras a cada año que pasaba hasta que al final le bastó con una del tipo camilla que usaba para todo. Para trabajar, para comer, para hacer los crucigramas y para apoyar los codos mientras leía el periódico. Sólo para eso se ponía las gafas de cerca. Y se las quitaba presuroso cuando oía pasos que se acercaban.
Hacía tiempo que no veía la televisión, aunque escuchaba la radio a diario. A todas horas. Discutía con los locutores de los noticiarios cuando leían noticias que no le gustaban. Y a los políticos, ni se sabe la de veces que les interpelaba con preguntas rebuscadas. Pero parece que nunca le escuchaban. Ni siquiera cuando redactaba esas cartas tan bien razonadas que periódicamente enviaba a su diputado a Cortes a quien nunca tuvo el gusto de conocer ni de que le contestara.
Se deleitaba con el vuelo de una mosca tanto como despotricaba por lo bajo con el zumbido de los reactores que sobrevolaban a baja altura la azotea de su casa a la que subía a tomar el sol en las mañanas de invierno y la fresca a última hora de las tardes de verano. Siempre con la camiseta imperio puesta sobre sus velludos hombros y teniendo a mano una cuerda que desplegaba o recogía a voluntad un toldillo de lona blanca que se accionaba mediante una polea. Esa polea nunca fue engrasada. O por mejor decir, nunca la engrasó él en persona aunque protestaba si rechinaba. Decía que para eso había que saber y no era el caso. Hubo cosas que nunca quiso aprender. O no pudo. O las dos cosas. Siempre respetó los oficios de los demás tanto como exigió respeto por el suyo. Ambas cosas nunca fueron debidamente apreciadas, en su opinión.
Cada año, por las fiestas del santo, iba a misa y daba una generosa limosna para contribuir al sostenimiento de la Iglesia. Más que por vivir la fe, lo hacía para que le vieran. Y para que el mosén no le fuera a molestar a casa durante el resto del año. Era anticlerical, pero creía. Ya lo creo que creía. Cuando iba a misa nunca regresaba directamente a casa. Nadie lo sabía, pero a la salida se escabullía entre la gente y aprovechaba para ir a visitar a la primera novia que se echó cuando sólo tenía ocho años. No era esa a la que amó toda la vida, pero siempre sintió debilidad por ella. Tanta, que antes prefería confesarse con esa novia que a lo mejor ya no se acordaba de que en la infancia fueron novios que con el cura. Y a fe que lo hacía. Cada año. Y hasta que no le absolvía no levantaba el culo de la silla de enea ni paraba de beber el moscatel que le ofrecía. Ella misma.
Nunca perteneció a ningún régimen ni lo siguió. Por eso estaba gordo como un pichón. Pero no toleraba que nadie se lo dijera. Él era muy coqueto. A su manera. El sastre que le vestía era el nieto del primero que tuvo y en medio también lo hizo el padre. Las generaciones de sastres se solapaban a veces. Sus medidas las tenían que estimar a ojo a partir de las que anotaron el día que se hizo el traje con el que se casó por primera vez y la única con levita. Aún así, nunca toleró más de dos pruebas. Tres a lo sumo, así que los sastres tenían que hacer mangas y capirotes para acertarle la hechura que casi siempre crecía y casi nunca menguaba. Bueno, los últimos años algo, pero no mucho. Y eso era porque le habían obligado a comer sin sal a causa de la presión alta, pero está claro que él hacía de más y de menos y seguro que le echaba una pizca si encontraba soso el guiso, que para eso se había provisto de un salero que llevaba siempre oculto en un bolsillo. De la misma forma que otros llevan petaca y nadie lo sabe.
Volviendo a lo del sastre. De hecho, si no hubiera pagado tan bien por el par de trajes de lana inglesa que se hacía todos los años, de qué morena. Por eso hay quien dice que en el lecho de muerte el que iba a finar le pasaba un sobre con las medidas al que iba a heredar el negocio. Seguro que eso es una exageración, que ya se sabe la gente cómo es.
Lo que nunca usó fue bastón. Decía que eso era cosa de viejos y aunque renqueaba de una pierna por el reuma y no le hubiera ido mal el apoyo, prefería descansar a cada poco que andar a tres patas, sobre todo cuando el tiempo cambiaba o estaba a punto de cambiar. Siempre fue un hombre al que esas cosas de tener que ayudarse con prótesis de cualquier tipo le importaron un comino, es decir, poco.
Tuvo autos y los vendió. Pasaron más de veinte años hasta que se decidió a comprar el último y como echó en falta cosas de los de antes y no sabía para qué servían tantos botones del tablero de los de ahora mandó a la mierda al concesionario y se quedó tan pancho. Y eso que falta le hacía porque a menudo se desplazaba lejos para visitar las tumbas de sus esposas, pero nunca el día de los difuntos. Siempre prefirió que morasen con los suyos a que tuvieran que esperar por él. Pero para eso disponía de hijos y de nietos que le llevaran y le trajeran y cuando eso no podía ser, que era a menudo, acordaba precio con un taxista y tema resuelto.
Ayer le enterramos. Y no faltó nadie, creo. Tú también fuiste ¿no?
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Hace 1 año
Todos somos un poco como él
ResponderEliminarUn abrazo
Genial. y como dice José Luis, todos somos, seremos un poco como él.
ResponderEliminarGracias, gracias y gracias.
Genial, genial y genia historia que twitteo.
Un abrazo
Requiebros, idas y venidas, tropiezos y carreras, el aliento que se escapa en cada uno de los capítulos de nuestra existencia.
ResponderEliminarFascinante!
Hola JLMON:
ResponderEliminarMe parecía que después de las dos entradas "con estoque" que he hecho desde primeros de año, igual apetecía algo más llevadero. Y sí, todos somos un poco como don Melchor o al menos unos cuantos.
Un abrazo.
Hola Fernando:
ResponderEliminarMe vas a sacar los colores, aunque lo que no te puedes imaginar es que tú tienes un poco de culpa de que lo haya escrito. Tu post sobre la duda razonable incluía una entradilla de Marguerite Yourcenar, una de mis debilidades, y ella utiliza mucho expresiones como esa de "ser habitado" y otras formas literarias que he incluido.
Aunque hay otro culpable, que si aparece ya se lo haré saber.
Muchas gracias y un abrazo.
Hola Gabi:
ResponderEliminarEl aliento se escapa, cierto, pero hagamos las cosas con propósito, como don Melchor, aunque no necesariamente a su forma ;-)
Muchas gracias.
Caray, Josep:
ResponderEliminarsi como consultor eres tan bueno como literato eres, deberías tener cola en Interclaves. ¡Si casi haces que me alegre de que el pobre don Melchor esté descansando, sólo por leer este relato!
Un abrazo y mi más sincera enhorabuena.
Qué buena historia, yo creo que lo estoy visualizando perfectamente, un tipo un poco cascarrabias, "muy suyo", como se suele decir, algo cabezota, pero que se hace querer por los demás.
ResponderEliminarUn abrazo
Pablo
SI que fuí y te tiré de la oreja, hehehhe.
ResponderEliminarBesos funebreros
Así es la vida, intensa, interesante, llena de vivencias, llena de gente, de trabajo, de trajines, y después con los años todo mengua, pero el D. Melchor de tu historia, mantiene su dignidad. Muy buena la historia, no te conocía esa faceta. Yo si te digo la verdad no fuí al entierro de D. Melchor, pero he ido a unos cuantos en lo que va del año. Y todos de personas mayores. Es penoso, pero la muerte es parte de la vida y debemos aceptarla.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte Josep y disculpa mi retraso en visitarte, pero he estado muy liada, ya lo sabes.
Hola Germán:
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. De momento no hay cola en la puerta de Interclaves pero sí mucho más movimiento que el año pasado, cosa de la que sólo cabe esperar cosas buenas. Eso, que somos mucho mejores como consultores que como literatos, jeje.
Un abrazo muy grande.
Hola Pablo:
ResponderEliminarAsí era don Melchor, pero me quedo con que tenía buen corazón.
Un abrazo.
Hola Myr:
ResponderEliminarAsí que fuiste tú. Pues con el tumulto no pude saludsrte y eso que me hubiera gustado.
Un beso.
Hola Belkis:
ResponderEliminarTengo la sensación de que los personajes literarios son más tiernos que los de carne y hueso aunque surgen porque habitan en nuestro interior y piden paso. Me alegra que te haya sorprendido esta faceta porque así ves que todos tenemos golpes escondidos y capacidad de sorpresa.
No te preocupes por pasarte sólo de vez en cuando, lo comprendo perfectamente porque a mí me pasa un poco lo mismo, que a todas partes no se llega.
Un beso muy fuerte.
Esperemos q no matemos demasiado al d.melchor q llevamos dentro. Grande. Es una lección y así hay q tomarlo. Un saludo
ResponderEliminar¡Guau! Me has dejado sin palabras...No sabía que escribieras ficción, y además que lo hicieras tan bien.
ResponderEliminarFelicidades...y yo quiero más, que con tus otros posts, aprendo pero con tus cuentos disfruto!
Hola Josep Julian:
ResponderEliminarYo no estuve en el entierro. Fue porque por norma no leo las necrológicas, claro que a veces eso tiene un precio.
Salvando este detalle, sólo te puedo decir, que segun leía tu entrada (podríamos decir cuento, sin ningún reparo) me ha venido a la mente una canción de Serrat, un poco antigua, eso sí, que seguro que te suena. El final de la misma es el siguiente:
...
Si usted es un hombre como cualquiera:
Ignorado,
desorientado,
contaminado como cualquiera;
aburrido,
desconocido,
poco atrevido donde lo hubiera.
no vaya usted a crecer de tal modo
que llegue a alcanzar las estrellas,
que se sonría con razón
como lo hacen los bobos si ella.
Que uno de mi calle me ha dicho
que tiene un amigo que dice
conocer un tipo
que un día fue feliz.
Y por supuesto, del entierro de este tipo de gente no se enteran demasiadas personas (esto último es mío).
Un abrazo.
Hola Josep
ResponderEliminarEl cuento me ha impactado quiza debido al entierro de un compañero de trabajo, que ya ves cosas del destino, no ha podido llegar a esa edad de don Melchor.
A mi tambien me gusta como escribes.
Un abrazo
Hola David:
ResponderEliminarEsperemos que así sea y que lo que cada cual tenemos de don Melchor no lo matemos antes de morirnos. En eso estamos ¿no?
Un saludo.
Hola Javier:
ResponderEliminarEsto de los microrrelatos es lo que tiene, que en poco espacio hay que poner muchas cosas. La canción de Serrat viene al pelo porque explica que siempre nos enteramos de personas que podrían haber sido personalidades porque otros los conocen.
No pasa nada con que no fueras al entierro ni porque no leas las necrológicas, lo que importa es que a veces se muere gente que a uno le hubiera gustado conocer pero que casi nunca ha conocido. Bueno, me lío un poco, pero ya está dicho.
Un abrazo.
Hola Malvada Bruja del Norte:
ResponderEliminarPerdona que me haya saltado el orden de respuesta, cosa absolutamente involuntaria.
Me alegra que te haya gustado el relato y si tienes ganas de leer alguno más, en la columna de la izquierda puedes localizar el fichero de cuentos o microrrelatos. De momento hay 10, así que es cuestión de disponer de algo de tiempo. Espero que alguno te guste.
Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo.
Hola Maite:
ResponderEliminarLamento la muerte de ese compañero porque si toda muerte es lamentable, la de una persona joven lo es mucho más.
Me gusta que te guste y que estés ahí para leerme.
Un beso.