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Volvía a casa de una cena con amigos cuando al llegar a una bocacalle me crucé con un hombre de mi edad. Nuestros pasos discurrieron paralelos por distintas aceras el tiempo suficiente para darme cuenta de que andaba perdido. Lo avanzado de la hora, la práctica ausencia de farolas y la humedad del piso conferían un clima de desconfianza mutua. Yo me fijaba en él y él no sé si se fijaba en nada. Nuestros pasos andaban conjuntados, cuando él apoyaba su tacón izquierdo yo hacía lo propio y así sucesivamente. Al fondo de la calle se adivinaba una gran avenida, grande pero desierta. A aquellas horas ya hacía tiempo que se había recogido todo el mundo y los pocos coches que la transitaban iban camino de hacerlo. Solos los dos, yo iba camino a casa y él a no se sabe qué parte. Encendí un cigarrillo sin ganas, sólo por tener algo que hacer con las manos. El ruido del mechero llamó su atención e hizo que se girara un instante. No era a mí a quien miraba sino hacia atrás, como para asegurarse de que estábamos solos y si habría alguien que acudiera en su auxilio si a mí me daba por atacarle. Qué tontería pensé, pero seguimos andando a paso sincronizado. En la siguiente bocacalle doblé hacia la izquierda después de asegurarme de que él seguía recto hacia la avenida desierta. Mi maniobra era del todo innecesaria, me alejaba del camino más corto, hubiera tenido que seguir andando en su misma dirección para no desviarme, pero torcí a la izquierda por otra calle igual de vacía. A las dos de la mañana sólo permanecía abierta una farmacia de guardia. El luminoso de su banderola lanzaba sus ráfagas de luz verde y roja como un semáforo averiado. Reparé en que alguien me seguía. Disminuí y aceleré el paso a ver qué pasaba pero quien fuera hizo lo propio. Cambié de acera y me acerqué a la puerta disimulando que ese era mi objetivo y pulsé el timbre repetidamente. Los pasos que oía tras de mí se acercaron y se detuvieron a mi lado. Era el hombre de antes. ¿Sabe usted dónde cae la calle del Convento? Sí, está aquí cerca. Siga por esta calle hasta llegar a una plaza. Es la que está junto a la iglesia, no tiene pérdida. La farmacéutica que acudió a atenderme por la mirilla de la puerta tenía cara de sueño. Le pedí un antibiótico para el que sabía que necesitaba receta y me lo negó. Se disculpó, cerró la mirilla y seguí mi camino. Para asegurarme, desanduve el último tramo y me dirigí hacia la avenida. Sin ser necesario por la distancia que quedaba tomé un autobús hacia mi casa de la que sólo me separaban dos cortas paradas. Al descender, me sentí a salvo. Y más cuando vi que el mismo hombre de antes subía a él y el conductor cerraba sus puertas y arrancaba. Me miró de soslayo por la ventanilla mientras se sentaba y me saludaba levemente con un movimiento de manos.
Que te pase volviendo de una cena no es de extrañar Josep, je-je. Esto creo que nos ha pasado a todos y el que no lo reconozca puchi que decían en mi barrio.
ResponderEliminarCuidate amigo
Un cuento muy bien narrado, Josep. El caso es que somos desconfiados y generamos esas situaciones tan... como diría, surrealistas quizás.
ResponderEliminarMe gustó lo que escribiste. Besos de finde
En el país del "piensa mal y acertarás", hiciste lo propio, si no nos fiamos ni de nuestra sombra, como para hacerlo de la de un extraño.
ResponderEliminarUn abrazo
Real como la vida misma. Me ha encantado. Las dos partes, de alguna manera, estaban viviendo la misma situación de desconfianza, de si , pero no.... La percepción, quizá les había engañando. Cosa, que no ocurre, por cierto, con los animales que se suponen que no piensan.
ResponderEliminarUn abrazo y como dice José Luis, al que no le haya pasado...
He vivido la situación de forma real..Has conseguido,que la hagamos propia y...¡qué miedo! En esos momentos sentimos nuestros límites y el tiempo se hace eterno..!
ResponderEliminarCreo,que aparece el niñ@ interior perdido entre la oscuridad de las calles,hasta que aparece la luz..
Qué descanso después..¿verdad..?
Mi felicitación Josep.
M.Jesús
Hola Josep Julián he sentido muy de cerca "el suspense" de este cuento proque de alguna manera me he sentido identificado con algo que me ocurrió a horas nocturnas en calles desiertas y frías.
ResponderEliminarTe felicito por la narración y tu buen hacer para los seguidores. Un arbazo.
Qué tensión, y lo sé por propia experiencia. Son situaciones en las que te sientes completamente "vendido" y sudas hielo. No soy de natural desconfiado, pero se oyen tantas cosas que uno no puede evitar pensar en truculencias. Afortunadamente, es más lo que uno llega a imaginar que lo que realmente sucede. Magnífico relato, amigo Josep. Te sigo. ;)
ResponderEliminarCreo que todos hemos tenido algún que otro momento de ese tipo Josep. Como se nota el clima de desconfianza que las circuntancias de la vida nos han hecho desarrollar, ya dudamos hasta de nuestra sombra. Se te da muy bien eso de escribir cuentos. Sigue haciéndolo. Un abrazo y feliz resto de fin de semana
ResponderEliminarJajaja, vaya cagui, me pregunto si pusiste en marcha todas esas teorías que conoces, mucho me temo, que hiciste una excepción. Como en casa en ninguna parte.
ResponderEliminarInquietante....
ResponderEliminarMe encantan los cuentos.
ResponderEliminarY este es un ejemplo de algo parecido a la proyección, ese ese mecanismo de defensa humano a través del que nos enfrentamos a las amenazas, atribuyendo incorrectamente a los demás impulsos o pensamientos propios.
Un saludo PP
Yo debo ser una rara avis... nunca he sentido ese miedo que parece que la mayoría ha sentido. ¡Debo ser una inconsciente! También estoy segura de que si un día alguien me estuviese siguiendo un kilometro a medio metro de distancia tampoco de daría cuenta, y es que arrastro un despiste... De todas formas, la narración me ha encantado. Al principio de la misma me estaba haciendo a la idea de quien hablaba era la sombra... ¡Otro despiste al fin y al cabo!
ResponderEliminarHola Josep:
ResponderEliminarLo que màs admiro es tu capacidad de lanzar un mensaje de tal calibre en dos folios. Reconozcamos, recordemos o no, esto es un suceso que nos ha pasado a todos. igual no lo hemos visto con el 100% de nuestra atención, pero nos ha pasado a todos.
Sentimientos, miedos... emociones. Todo en uno.
Un abrazo.
Bueno, bueno, querido amigo,te descubro,narrando un cuento.
ResponderEliminarGenial.
Hola JLMON:
ResponderEliminarEn efecto, al que no le haya pasado nunca esto, puchi o como se diga.
Me cuido, haz tú lo mismo.
Hola Ginebra:
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado. La desconfianza anida entre las sombras, ya lo creo.
Besos.
Hola J. Carlos:
ResponderEliminarEl país del piensa mal... y sal por piernas. Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Hola Fernando:
ResponderEliminarEso, a saber quien de los dos estaba más acongojado. Ya sabes, calles oscuras, el asfalto acharolado... De novela negra, vaya y añorando la seguridad de estar metido en tu cama bien arropado.
Un abrazo.
Hola María Jesús:
ResponderEliminarAl menos, no pasa de ser un cuento con un toque neorrealista a la italiana. Me imagino la película de los hechos en blanco y negro, gabardina y sombrero de ala ancha.
Muchas gracias por pasarte. Un abrazo
Hola Diego:
ResponderEliminarEste es un relato de retazos de cosas pasadas en distintas épocas de la vida. Sin duda, lo más realista, la cara de sueño de la farmacéutica a que sí.
Un abrazo.
Hola Domingo:
ResponderEliminarEso de "sudar hielo" queda anotado para la próxima novela. Con tu permiso, claro. Eso de que me sigues también me ha gustado, claro que si fueras tú el que me siguieras por las calles desiertas no sólo estaría muy tranquilo sino que tomaríamos la penúltima en cualquier antro que permaneciera abierto a esas horas hablando de literatura.
Un abrazo.
Hola Belkis:
ResponderEliminarYa ves que de cuando en cuando me gusta sorprender y si lo logro, mucho mejor. Ahora bien, eso de las sombras es un tema que da para mucho y al que, seguramente, volveré en otra ocasión.
Cúidate.
Hola navegante:
ResponderEliminarSí, sí las puse todas en práctica pero al final tuve que optar por el plan B. Ya sabes, cuando todo falla... siempre te queda un par de piernas.
Buen viento y ojo a barlovento que las olas vienen a traspíés.
Hola Mercedes:
ResponderEliminar¿Inquietante? Ya te digo.
;-)
Hola Visi:
ResponderEliminarEn efecto, todo un ejercicio de proyección. Es que el coco nos juega malas pasadas y es en estos momentos cuando hacemos solemne promesa de no volver a pecar... hasta la próxima.
Muxu's.
Hola Bakar:
ResponderEliminar¿Rara avis? ¿Inconsciente? ¡Bendito despiste el tuyo! aunque no hay nada mejor que no ser consciente del peligro para atravesar un campo minado y salir indemne. Que te dure mucho tiempo, ea.
Y muchas gracias por el comentario. Me alegra que te haya gustado.
Hola Javier:
ResponderEliminarEsta es una historia de retazos, de pequeñas historias reales como la vida misma. Y sí, de emociones, que es de lo que va este cuento. A un racional, seguro que le hubiera parecido que no pasaba nada. Jo, qué miedo.
Un abrazo.
Hola África:
ResponderEliminarSi te ha gustado este cuento y vas a la columna de la izquierda verás que en la pestaña "cuento" tienes 11 más esperándote.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
In-quie-tan-te!
ResponderEliminarHola Malvada Bruja del Norte:
ResponderEliminarMu-chas gra-cias.
;-)
http://reflejosysusurros.blogspot.com/2009/09/encuentros-nocturnos.html
ResponderEliminar:D
:-P
Hola Gabi:
ResponderEliminarSí señor, recuerdo perfectamente esta entrada tuya que está genial.
Un abrazo.
La noche nos hace especialmente receptivos a la sensibilidad ajena. Reminiscencias de depredadores supongo...
ResponderEliminarAbrazos.
Hola Cristalook:
ResponderEliminarSí señora. Es nuestra parte de hombres lobo la que nos juega estas malas pasadas, supongo ;-)
Un abrazo.