La semana pasada leí un artículo (¿Gestión o liderazgo? Àngel Castiñeira y Josep M. Lozano, La Vanguardia 01/09/2010) en el que, a mi juicio, se establecía dos de las “verdades del barquero” más sonadas en esto del management: que el liderazgo es una actitud antes que una habilidad y que la formación sobre liderazgo entendida como una transacción en la que las empresas envían
gestores y esperan recibir de vuelta
líderes, es una falacia. Nada nuevo, desde luego, pero merecedor de una reflexión profunda para acabar de entender de qué hablamos.
En estos tiempos de crisis sistémica en los que todo está cabeza abajo, las empresas empiezan a intuir que parte de la
salvación -además de la innovación siempre postergada en la agenda estratégica y de las novenas a San Pancracio- oh sorpresa, vuelve a estar en lo clásico, esto es, en convertir gestores en líderes. Pero al mismo tiempo vuelve a obviarse lo de siempre, que un líder, por definición, tiene que inspirar siendo necesario para ello que
cambie cosas y para que pueda hacer eso, no sólo debe tener iniciativa sino también y sobre todo, autoridad aunque sólo sea moral. Algo a lo que las empresas por línea general no están dispuestas en absoluto.
Es muy parecido a lo que sucede con la famosa gestión del cambio. Hay que cambiar, sí, pero que cambien
ellos. Y por supuesto, que ese
cambio no suponga otra cosa que un perfecto y sumiso alineamiento con las ¿nuevas? tesis corporativas, lo que lo convierte en una renovada versión de la ley del embudo para la que no cabe alternativa posible. Más de lo mismo.
En esto del liderazgo y del cambio hay múltiples proyecciones mentales, casi todas ellas limitativas. Pocos se dan cuenta de que si liderar es una actitud que cabe esperar que se active (no que se genere, como a menudo se pretende como por arte de magia) ese hecho trascendental implicará necesariamente una transformación de los mapas mentales lo que, sin ninguna duda, producirá cambios (algunos dirían que mutaciones) en la forma de percibir, analizar y por supuesto, digerir la forma de ver el mundo antes de ponerse a actuar. Sin embargo las empresas, muchas de las cuales todavía están organizadas en estructuras súper rígidas y formales, no están dispuestas a aceptar ese tipo de
daños colaterales por muchas, variadas y sobre todo, viejas razones.
Sucede lo mismo con la creatividad y la innovación, otro conjunto de iconos totémicos que muchas empresas desearían ver instalados en sus procesos clave. En versión reducida, naturalmente, casi como bonsáis para que no supongan
demasiada creatividad (con las cosas de comer no se juega) ni
demasiada innovación (los experimentos, con gaseosa). Y así tenemos lo que tenemos, un tejido empresarial a menudo desconcertado, desnortado y casi siempre acomplejado que se empeña en perpetuar sus errores olvidando que los éxitos de antes no garantizan los de hoy ni mucho menos los de mañana y sobre todo, olvidando que haciendo lo mismo no se puede obtener resultados distintos como dijo Einstein, además del sentido común.
Parecería que se espera que la simple invocación a crear e innovar bastara para que la creatividad y la innovación se encarnen, de la misma forma que los chamanes invocan a la lluvia dando por supuesto no sólo que lloverá sino que el agua caerá exclusivamente en sus campos y que en ningún caso provocará molestos charcos ni mucho menos inundaciones. Algunos, en su delirio de avispados, incluso se ocuparán de acercar depósitos para contener el agua sobrante con el fin de poder venderla a sus vecinos menos agraciados o menos iluminados “a precio de mercado” que no de saldo, que es lo que esperan que les cueste a ellos.
Es curioso observar (bendita capacidad tan poco explotada) lo que sucede en muchas escuelas de negocios en las que se aplica el método del caso. Casos sospechosamente perfectos en los que, una vez identificada una situación concreta y analizadas sus causas, se aplican soluciones mágicas que producen irremediablemente resultados espectaculares, casualmente coincidentes con los preceptos enseñados en esas escuelas.
Casos seguramente tan ciertos como inaplicables en otros ámbitos. Buscamos ávidamente soluciones, recetas, pero nos olvidamos de que lo esencial es la capacidad para provocar cambios, que al final es la moraleja que encierra todo aprendizaje y a lo que nos resistimos con todas nuestras fuerzas a aplicar más allá de lo formal. Nos embelesamos cuando nos cuentan el caso de Google, pero nadie nos cuenta que no somos ni seremos nunca Google por mucho que nos empeñemos en cambiar nuestras mesas de trabajo por columpios, toboganes o colchonetas de colores tiradas por el suelo. Si el liderazgo reclamado condujera a ideas tan sugestivas como esas, a muchos de nuestros directivos seguramente les parecería una excentricidad y mandarían a hacer puñetas a sus reciclados y visionarios líderes.
Digámoslo de una vez. El liderazgo, por definición, es a la vez situacional, inspiracional, transformacional y sobre todo persigue la autenticidad por parte de quien lo ejerce. Si no, no hay liderazgo posible. E insisto en que todos esos calificativos deben darse al mismo tiempo. Es ridículo suponer que todo ello se puede alcanzar sólo desde el concepto, la receta o la pócima mágica inoculada en sesiones formativas de reciclaje.
Para que eso funcione (o tenga unas mínimas probabilidades de que lo haga), es necesario que se opere lo que ya se ha dicho no pocas veces: un cambio de modelo mental y de visión del mundo. Y eso sólo se consigue, además de obtener unas adecuadas nociones que sí puede dar la formación, aplicando una perspectiva emocional y de estado de ánimo, que es tanto como decir convocar todo lo necesario para que se provoque un espacio propicio para el cambio, pero es que además necesitamos un medio ambiente que permita que eso se produzca. No sé si habrá que explicar a quién le corresponde hacerse cargo de cada parte de esta ecuación y en qué orden.
Estoy leyendo estos días un libro recientemente editado “El Líder que no tenía cargo” (Robin Sharma, Grijalbo) que habla de los aspectos emocionales que están implícitos en todo liderazgo y que transita por la idea de que no es una característica demandable únicamente a los que ejercen la autoridad que da el poder (los que cobran por ello) sino que implica a los que tienen autoridad aunque no tengan poder, que es lo mismo que decir a todos. El liderazgo, pues, es inclusivo y no exclusivo tal y como “íntimamente” suponíamos. Igual sucede con la creatividad, la innovación y con la capacidad y la necesidad de cambiar, que nos concierne a todos por igual pero a lo que no nos sentimos convocados si no es acompañado del quantum.
En eso consiste el emprendimiento y me hace mucha gracia el tic que tenemos de etiquetar las cosas. Por ejemplo, cuando nos referimos a los emprendedores dando por supuesto que sólo pueden ser considerados como tales aquellos que arriesgan su dinero para
emprender un proyecto empresarial, mejor si tiene supuestos innovadores. Y se me ponen los pelos como escarpias cuando se apropian de este concepto las autoridades gubernamentales que cada vez con menos sutileza parecen susurrarnos al oído hala, todo aquel que se encuentre en el paro que se dedique a ser emprendedor, es decir, autoempleado, que la cosa está muy malita. Que se busque las habichuelas como pueda, vamos. Y ya no te digo nada si además tu carnet de identidad dice que tienes más de 45 años. Entonces es que ya no te queda otra.
Emprendedor sería en todo caso aquel que un día vino a verme con un proyecto empresarial que tenía como una de sus premisas fundamentales que todos los trabajadores que contratara deberían tener más de 45 años de edad. Ese sí que era un emprendedor, aunque no un innovador porque mi padre hace ya muchos años consideró esta posibilidad y le tomaron por chiflado. Para mí el emprendedor es alguien más parecido a quien tiene las cualidades de un líder inspirador que las de un empresario visionario con un business plan en la mano que lo soporta todo; más emprendedor es aquel que innove en el sentido de que sea capaz de reinventarse, refundarse o decidirse a salir de la espiral viciada de hacer, producir u obtener más de lo mismo. Pero, por desgracia, nuestras empresas no quieren eso y me temo que muchos de nosotros tampoco.
Claro que siempre nos queda el recurso de matricularnos en una escuela de negocios o si no nos alcanza o ya es demasiado tarde, recurrir a los libros de autoayuda. Por eso digo que, a veces, lo menos es más y viceversa, pero parece que es como predicar en el desierto.
Hola Josep:
ResponderEliminarNos dejas muchos e interesantísimos temas que se pueden discutir de forma conjunta o por separado. Depende del tiempo disponible.
Aporto una anécdota que me pasó el otro día cuando atendí a un par de jóvenes emprendedores, que tenían muy claro lo que querían (conocían muy bien el oficio), a los que les dije que su máxima preocupación ahora tenía que ser convertirse en empresarios, que profesionales ya veía yo que lo eran. Se les quedó la cara un poco rara, por lo que les añadí: "vuestro futuro depende de que sepáis gestionar y liderar. Ahora mismo tendríais que estar pensando en el reparto de roles entre vosotros dos y para eso tenéis que conoceros y reconoceros perfectamente. Quizá uno de vosostros tenga que ser el gerente y el otro no. Pues que quede claro desde el principio". Y así un par o cuatro cosillas más.
En definitiva, que el empresario comienza pensando en que "esto está chupao, yo de esto sé un güevo" y un ratillo después está cerrando.
Bueno, no me enrrollo más. Espero haber aportado algo.
Un abrazo.
JOSEP
ResponderEliminarMuchas y buenas reflexiones, algunas de ellas sobre mi campo de trabajo y que suscribo puntualmente.
En este país, el liderazgo se ha entendido como transaccional que es una forma de gerencia cool, pero gerencia al fin y al cabo. Y si empezamos así por arriba, no te cuento lo que se fían los indios del plan de batalla.
Pero, bueno, estamos en ello...
Cuidate
Hola Josep:
ResponderEliminarEste es uno de los post que a uno le gustaría firmar tanto por el fondo como por la forma. El liderazgo es actitud, pero se deben dar una serie de condiciones para ello y generalmente no suelen darse en la forma adecuada (el cambio de modelo mental, como apuntas no es ya una barrera, sino en ocasiones un obstáculo insalvable). El cambio, la innovación y otras palabras tan de moda muchas veces quedan en palbaras porque son enemigas del riesgo. Hablas de Google ¿pero cuantas empresas se atreven a hacer lo que hace Google?
No he podido dejar de sonreirme con lo del método del caso porque como apuntas muchos parecen casos de gestión de salón y la vida ni es tan perfecta ni ofrece, por ,lo general,soluciones tan brillantes (y menos cuando los recursos son escasos)
Pd buen consejo el que ha dado Javier y que bueno lo de liderazgo = gerencia cool de José Luis.
Este post, ya digo, da para mucho.
un abrazo
Hola Javier:
ResponderEliminarTu comentario no sólo aporta sino que me parece sumamente revelador de por dónde van los tiros. Saber mucho de algo no te hace necesariamente emprendedor. Como dices, gestionar y liderar siempre es algo que se da por descontado hasta que uno tiene que enfrentarse a ello.
Un abrazo.
Hola JLMON:
ResponderEliminarEl caso es que a veces algunas cosas que lees te resuenan espectacularmente como ha sido el caso. Tenemos tanto que aprender todavía que me sorprende que en algún momento hayamos llegado a la novena potencia mundial. Y como dice mi asesor, la faena es que geográficamente estamos a medio camino entre el norte desarrollado y el sur yermo y siempre nos estamos preguntando hacia dónde tiraremos.
Un abrazo.
Hola Fernando:
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras y también por tus aportaciones. Partiendo de mi experiencia, que en esto ni es mucha ni poca, tengo muchas reservas sobre la capacidad de nuestra clase empresarial por atreverse a hacer lo necesario en cuanto a la modificación de sus mapas mentales. Por ello, cada vez que me hablan de hacer algo relacionado con gestión del cambio pongo más condiciones y según la respuesta actúo.
Un abrazo.
"Hay que cambiar, sí, pero que cambien ellos".
ResponderEliminarEsto es un credo para muchos, una penitencia para casi todos.
Un abrazo
Ya de regreso de mis vacaciones abuelísticas vengo a darte un abrazo.
ResponderEliminarUn buen liderazgo, como dices, es muy dificil de conseguir. Muchos creen que se trata de soplar y hacer botellas...
Hola Gabi:
ResponderEliminarEso, que cambien ellos, de la misma forma que antes se llevó mucho eso de que inventen ellos.
Un abrazo.
Hola Myriam:
ResponderEliminarMuchas gracias por el detalle. Yo también te mando uno muy grande.
El liderazgo no es fácil si tratamos de encorsetar la parte más potente, que es el fluir. Es lo mismo que pretendían los chinos impidiendo que los pies de las mujeres crecieran. Eso se veía porque era físico, mientras que lo otro no se ve y parece que no importa tanto.
Un beso, abuela.