El general llegó al campo de batalla para observar el avance de sus tropas y lo que vio le puso los pelos de punta. Un destacamento se había declarado en rebeldía y había decidido no volver a luchar. De inmediato convocó a su estado mayor para expresarle su ira. Cómo pueden haber permitido semejante indisciplina, bramó el general a sus oficiales. Les mandaré fusilar a todos. Los oficiales permanecieron en silencio, pero cuanto más callados permanecían más se enfadaba el general que seguía bramando, ahora paseándose entre ellos con cara de perro.
Uno de los oficiales de más rango se adelantó y cuadrándose marcialmente se atrevió a hablar. Es a causa del sargento Murray, dijo por fin. Atacamos una posición enemiga y hubo una masacre de civiles. Murray rescató a un niño y lo trajo consigo.
El general no salía de su asombro porque no veía relación alguna. Está bien, dijo, tráiganme a ese Murray, ordenó el general. Le condecoraré con una medalla y tema zanjado. Señores, tenemos una guerra que ganar. De nuevo se impuso el silencio. Me temo que eso no pueda ser, señor. Murray está muerto. Murió ayer noche en una escaramuza. Pues podían haberlo matado antes de traer a ese maldito pequeño, al menos esto que veo nunca hubiera sucedido, remachó el general, rojo de ira.
El oficial buscó con la mirada el apoyo de sus compañeros. Por fin, otro oficial más joven se atrevió a hablar. Señor, Murray estaba en mi pelotón. Horas después murió por fuego amigo. Le matamos nosotros mismos, señor.
El general se quedó pensando un momento antes de proseguir. Las bajas producidas por fuego amigo tenían mala prensa, eso ya lo sabía, como también sabía que bajaban la moral de la tropa, pero de eso a que todo un destacamento con una brillante hoja de servicios se rebelara había un abismo que no estaba dispuesto a tolerar. Bien, en ese caso espero que al menos el niño esté a salvo, dijo en tono de sarcasmo.
No, señor. También murió a causa de las heridas y eso ya fue demasiado para la tropa. Nos replegamos en silencio y desde ese momento depusieron sus armas. Como puede ver, ni todas las amenazas del mundo han servido para hacerles cambiar de opinión. No se puede fusilar a un ejército entero, señor. Pero como responsable de la compañía de Murray asumo toda la responsabilidad y si quiere, puede mandar fusilarme ahora mismo. Y a mí, se oyó desde el fondo de la sala. Y a mí, y a mí…
El general se quedó desconcertado y sin habla. Nunca antes había visto nada igual, no le habían entrenado para eso, pero como no podía consentir aquella rebeldía mandó a su guardia personal que detuviera a todos los oficiales y así se hizo. La noticia corrió como la pólvora por el campamento pero en nada inmutó a los soldados que, por el contrario, reforzaron su actitud. El polvorín quedó sin vigilancia, las puertas del campamento eran fácilmente vulnerables y si el enemigo hubiera querido, habrían sido barridos en un probable ataque porque nadie estaba dispuesto a empuñar un arma. Todo eso sucedía en un momento en que las fuerzas enemigas habían cobrado ventaja, y en realidad, lo prudente hubiera sido replegarse.
A la mañana siguiente, muy temprano, divisaron una columna de polvo que iba avanzando hacia ellos. No hacía falta preguntar de quién se trataba. El general fue despertado y puesto en aviso, así que dispuso que un vehículo le acompañara para parlamentar con las fuerzas enemigas que se iban acercando. Tuvo que emplear el mismo en el que había llegado porque nadie movió un dedo para llevarle.
Cuál no sería su sorpresa cuando observó que los atacantes orillaban el campamento y pasaban de largo sin disparar un solo tiro. Aquello desafiaba toda lógica, incluso la no militar y se vio a sí mismo gritando para que alguien se parara a parlamentar con él. Un jeep se separó de la columna y se detuvo a pocos metros de donde él se encontraba. Bajó un joven oficial al que en otras condiciones hubiera despreciado por su bajo rango y se sorprendió aún más cuando éste le tendió la mano de forma amistosa.
Tienen todo nuestro reconocimiento. No les vamos a atacar sino que pueden considerarse nuestros huéspedes, dijo en un tono de invitación entre amigos. No crea que no sabemos lo sucedido y quiero decirle que les admiramos por la decisión tomada. Sólo quisiéramos pedirles que nos devolvieran el cuerpo del niño para poder enterrarlo en su aldea, sólo eso.
El general, que no tenía previsto rendirse sino combatir con lo que tuviera a mano hasta la muerte se quedó paralizado por la actitud del enemigo que seguía avanzando por los flancos del campamento sólo para dejarlo atrás. Pero aún se quedó más impresionado cuando vio que un grupo de soldados de su ejército se acercaba llevando con ellos el cuerpo del niño cubierto por un lienzo blanco y se lo entregaban al oficial con todos los honores.
¿Quiere usted también que le entreguemos a Murray? Vociferó el general en tono de chanza.
¿Sería usted tan amable? repuso el oficial. Para mí sería un honor enterrarlo junto a mi hijo porque aún a riesgo de su propia vida se expuso para salvarle.
A eso el general no supo qué responder puesto que contravenía todas las normas y el cuerpo de Murray debía viajar hacia su patria como estaba establecido, pero en vista de que no tenía autoridad sobre su propia tropa se apartó a un lado para que otros decidieran. Después de un tenso silencio nadie hizo nada. Lo comprendo, su familia querrá tenerlo con ellos como quería yo tener a mi hijo, contestó el oficial. Y después montó en su vehículo y siguió su camino.
De vuelta al campamento, el general mandó formar a su tropa. A eso no podían negarse y así se hizo. Estuvo un rato meditando cuáles serían sus palabras y al final adoptó un tono neutro para decir que, por lo que a él se refería, aquello no había sucedido nunca y que se marchaba por donde había venido. Si estaban dispuestos a dejarse matar, él no podía evitarlo.
Dos días más tarde, el general recibió la noticia de que su propio hijo había caído en combate en otra guerra lejana. Había muerto por intentar proteger a una familia de civiles y de inmediato se acordó del sargento Murray para el que se dispuso a escribir una recomendación de medalla al mérito militar. Nunca cursó esa petición. Al mes, pidió la baja en el ejército.
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Hace 1 año
Hola Josep:
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Pienso que la vida da muchas vueltas. Lo que creemos inmutable hoy puede que cambie radicalmente mañana y se caigan por los suelos todas nuestras convicciones. El lugar ideal para que esto suceda es el ejército. ¿O no?
Un abrazo.
Hola Josep.
ResponderEliminarComo dice Javier, la vida da muchas vueltas, aunque en este caso no creo que fuese un tema de convicciones sino de actitudes. Muchas vecs no se quiere rectificar por convicción sino por obcecación con lo cual se pierde un tiempo fantástico. Luego, como siempre, suele ser demasiado tarde.
Un abrazo
buen viernes Josep,
ResponderEliminaryo...leo que hay que cuestionarse los porqués, para cambiar los cómos.
Mágnifico post.
un abrazo, M.
Hola Josep!
ResponderEliminarGracias por tu nueva aportación y por el espacio de reflexión y consciencia que abres, y que seguro ayuda (en alguna medida) a que superemos la ilusión de la separación.
Lo que damos es lo que recibimos, nuestra "generosidad" es immediatamente recompensada. Si damos odio, recibimo odio. Si damos dolor, reicbimos dolor, si damos amor, recibimos amor.
Un fuerte abrazo.
Hola Josep, humana historia esta de Murray, y ejemplarizante aunque esfuerzo baldío no te parece?, lo cierto es que la guerra, la misma policía, o la justicia con sus leyes de lo desigual, es lo que nos hace entrar en razón lamentablemente. No sabemos vivir en libertad y respeto, y en ese fuego cruzado siempre son los débiles, los civiles o los indefensos los que pagan el pato. En realidad las guerras solo sirven para marcar espacios de paz, pero difícilmente resuelven ningún conflicto, solo lo aplazan o se terminan ellos mismos extinguiendo devorados por otros asuntos que ocupan su lugar. Saludos.
ResponderEliminarHola Javier:
ResponderEliminarTienes razón en eso de que en ejército se suelen producir estas contradicciones emocionales y que cuando se cruzan los cables las reacciones pueden ser inesperadas.
Un abrazo.
Hola Fernando:
ResponderEliminarSolemos movernos por modelos mentales estables de forma que a cada acción corresponde aplicar una reacción. La disciplina militar está basada exacatamente en eso y por eso cuando la respuesta es distinta las reacciones en cadena también. Las contradicciones entre lo que debería suceder y lo que sucede hacen que entremos en crisis. ¿Quién sabe cómo habría reaccionado cualquiera de nosotros en el papel del general?
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Hola MaS:
ResponderEliminarCoincido con tu lectura. Los porqués condicionan los cómo y añadiré más, los cuánto, los dónde, los qué...
Muchas gracias por tus palabras.
Un abrazo.
Hola Liberto:
ResponderEliminarProbablemente no sepamos que sucede eso que dices, que recibimos lo que damos y que además, lo recibimos en mayor medida de lo que damos.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Hola Adolfo:
ResponderEliminarEl valor de las guerras no se mide por sus causas tanto como por sus consecuencias. La historia que cuento podría reflejarse en otras muchas situaciones extremas en las que nos podemos encontrar y en las que se supone que deberíamos hacer una cosa predecible cuando acabamos haciendo otra inesperada incluso para uno mismo. Es lo que decía antes de los modelos estables que cuando alguien los rompe, puede que otros se alineen con la nueva forma de respuesta y eso crea contradicciones insalvables, pienso que afortunadamente.
Por lo demás y en cuanto a las guerras, claro que estoy de acuerdo contigo.
Gracias por pasar. Y buen viento, navegante.
Hola Joseph detesto las guerras pero se de muchas historias reales entre ellas la mía que no voy a contar ahora. Lo cierto es que hay un dicho que reza así “No escupas al cielo que te cae en la cara” Hay muchas situaciones en la vida que nos demuestran que cuando se toman decisiones únicamente para respetar códigos y normas sin pensar en el ser humano o seres humanos que hay detrás terminan pasando factura.
ResponderEliminarEs una gran lección de vida la que has expuesto.
Un abrazo y feliz semana.
¡GRANDE!
ResponderEliminarHola Katy:
ResponderEliminarSin duda, tú que has pasado por una guerra podrías contar mucho pero respeto tu prudencia que, además, me parece una decisión muy sabia. He puesto mi historia en un contexto de guerra pero habría otras muchas situaciones de la vida en que esto mismo tendría aplicación como seguro que has adivinado.
Muchísimas gracias por tu aporte. Un abrazo.
Josep,tu historia se la he dado a leer a mi marido,es militar en reserva.Cuando la ha leido se ha quedado muy serio y me ha dicho:Está muy bien,dale al autor mi enhorabuena...
ResponderEliminarAsi que te felicito doblemente Josep.A mi también me ha gustado.La humanidad debe primar por encima de todo...!!
Mi abrazo inmenso amigo.
M.Jesús
Hola Majecarmu:
ResponderEliminarRealmente me honra que tu marido, militar en la reserva, haya opinado así de mi artículo. Eso habla muy bien de él, así que también le puedes felicitar de mi parte. Y a los dos, muchas gracias por este regalo.
Un abrazo.