22 de junio de 2010

La Belle


La mañana del 1 de octubre de 1963 llegó al teatro para ensayar como tantas otras veces. Fuera, llovía intensamente. Dentro, una vez atravesadas las puertas batientes por las que accedía el personal, unos cubos recogían mal que bien las gotas de agua que se filtraban desde el tejado del vetusto teatro en el que nunca alcanzaba el presupuesto para reparar las goteras ni para muchas otras obras que eran igualmente imprescindibles. Y por experiencia sabía que más valía no cerrar el paraguas porque a cada pocos pasos más gotas traicioneras caerían sobre su cabeza y sus gafas. Eran gotas tan gordas que a Fritz le recordaban las bombas que cayeron sobre Dresde. No es que él viviera allí y las sufriera, pero no podía apartar esa imagen cada vez que una nova gota traidora caía sobre su cabeza imaginando que, de haberlo sido una de esas mortíferas bombas, le habría abierto en canal como a una sandía.

Se dirigió malhumorado al encuentro de su jefa, la señora Yubakova, una rusa a la que le gustaba imaginar que estaba emparentada con la familia imperial y que, a todos los efectos, actuaba como tal en lo que refería a sus subordinados, que eran menos de los que ella creía, aunque nunca se diera por aludida.

La señora Yubakova siempre estaba de mal humor, ese era su estado natural, y para ella todo era motivo de censura, igual daba que una tramoya no estuviera bien tensada que a uno de los candelabros se le hubiera fundido una bombilla amarilla. Fritz era foquista, un oficio para el que era precisaba mucha maña, al margen de tener que soportar el calor que desprendía aquel artefacto del demonio en las dobles sesiones diarias, además de los ensayos, como aquella mañana. Su trabajo consistía en apuntar su haz de luz blanca sobre quien hiciera falta, a veces, las menos, sobre la diva, y las más sobre patéticos actores y actrices de vodevil y varietés que desfilaban por aquel monumento a la decadencia en el que se había convertido el teatro en el que trabajaba desde hacía ya tantos años.

La Yabukova impartía sus órdenes desde el proscenio y esperaba una sumisión absoluta de su plebe. Fritz la conocía lo suficiente como para saber que lo mejor que podía hacer con ella era no prestarle demasiada atención y adularla de vez en cuando. Fritz había sido su amante ocasional, aunque cada vez estaba más seguro de que, en realidad, sus encuentros no podían considerarse más que una prolongación de sus ya de por sí limitadas responsabilidades profesionales y una forma de garantizarse la plaza, pero de todas formas ya había pasado mucho tiempo de aquello. Una vez en su presencia, la rusa no consideró extravagante que aquel hombre mantuviera el paraguas abierto y sólo le recriminó que, en su opinión, fuera demasiado grande y de colores apagados. Fritz tuvo la suficiente lucidez para percatarse de que la jefa había pensado que aquel era el paraguas que utilizaría la funambulista del nuevo espectáculo y se limitó a cerrarlo y a esperar nuevas indicaciones.

Se había dispuesto un cable de acero que, desde el tercer anfiteatro hasta la boca del escenario, partía la sala en dos mitades idénticas y por el que diversos artistas evolucionarían en un ejercicio sumamente arriesgado, cuya apoteosis consistiría en la actuación de una joven equilibrista que descendería por él con los ojos tapados y guiada únicamente por el haz de luz del foco que Fritz debía manejar con precisión dado que la actuación se realizaría sin otra iluminación que esa.

En cuanto supo las intenciones de Yabukova, Fritz se negó en redondo a asumir tamaño riesgo, pero bastó con que sintiera la lacerante mirada de aquellos ojos azules como el hielo que competían con el carmín rubicundo de las mejillas de su jefa para doblegarse una vez más y la única salida de tono que fue capaz de escenificar fue cerrar su paraguas de golpe y con estruendo lanzándolo con furia hacia un punto indeterminado del patio de butacas de platea donde fue a estrellarse su mástil partiéndose en dos, lo que no pareció causar la menor impresión en nadie de los presentes y menos en la rusa, acostumbrada a las histéricas rabietas tanto de artistas como de tramoyistas, categoría en la que incluía a todo aquel que estuviera bajo sus órdenes.

Fritz exigió como única condición hablar con la funambulista acerca de algunos detalles y en evitación de errores que pudieran acabar en desgracia, petición a la que accedió el director de la compañía de variedades aunque no lo considerara del todo necesario. Al fin y al cabo, de lo único que se trataba era de acompañarla en sus equilibrios recreando un ambiente dramático que sería remarcado por el redoble de tambores y platillos, nada más.

El encuentro se demoró por horas. Entre tanto, él había estado calculando la posición correcta en que debía situarse el proyector para seguir todas las evoluciones de la equilibrista, cosa que no era nada fácil porque para ello sería necesario instalar una plataforma en el foso de la ya de por sí apretada orquesta, además de realizar otros ajustes en los que anduvo enfrascado durante un buen rato. Cuando ya desesperaba se le acercó una niña de no más de quince años que se presentó como La Belle que era su nombre artístico. A Fritz le pareció del todo inapropiado porque aquella niña poco tenía de bella y menos de agraciada. Incluso bajo su albornoz de seda podía adivinarse que no era más que un saco de huesos y le pareció que al menor soplo de viento perdería el equilibrio y caería al vacío. Pero pasó por alto sus impresiones e interrogó durante unos minutos a La Belle para cerciorarse de lo que esperaba de él.

La niña se encogió de hombros porque tampoco entendía cuál era la dificultad del trabajo de Fritz aunque finalmente acordaron que ella haría una demostración de su actuación para que el foquista viera sus evoluciones sobre el cable. A un tercio de camino aparentaré una pérdida de equilibrio y dejaré caer la sombrilla, le anunció. Eso hace que el público se estremezca, aseguró la niña con un toque de maldad y de experiencia en sus palabras. Y eso hicieron. La Belle se perdió por una de las puertas laterales de platea y apareció en el gallinero del teatro en un abrir y cerrar de ojos. Ayudada por otro miembro de la troupe fue alzada sobre el cable, abrió una sombrilla liviana del color de la purpurina e hizo una señal para indicar que empezaba su demostración.

Al llegar al punto convenido fingió tropezar y que perdía el equilibrio, al tiempo que su sombrilla caía haciendo graciosos tirabuzones en el aire. Pero si es de papel, se dijo Fritz. Menudo contrapeso. Repitieron el ejercicio un par de veces pero ya con el proyector enfocándola y sí, no parecía excesivamente complicado, al menos no tanto como él había imaginado, así que ya más tranquilo se fue a tomar su almuerzo.

La noche del estreno, el sábado 5 de octubre, la afluencia del público fue mayor que otras noches de debut. La Belle estaba radiante con su vestido azul y blanco almidonado y unas gráciles alas de algodón que llevaba adosadas a la espalda y que recubrían una estructura de alambre. Tras las bambalinas se acercó a Fritz y tirándole del faldón de su chaqueta le dijo no tengas miedo. Volveré luego, pero enseguida recibieron las recriminaciones de Yabukova que exigía la máxima concentración y las mínimas palabras de aliento. No obstante, La Belle todavía tuvo tiempo de hacerle entrega de una larga cinta de terciopelo azul que le pidió que le guardara y que Fritz metió descuidadamente en uno de los bolsillos de sus pantalones de sarga.

Cuando todo estuvo dispuesto y arrancó el espectáculo, los nervios habían quedado atrás. Las actuaciones se iban sucediendo según lo previsto, nada especial, se decía Fritz habituado a verlas de todos los colores, pero en cuanto se anunció el número de los funambulistas todo cambió. Estaba tan expectante con la próxima aparición de La Belle en escena que el pulso pareció detenérsele. Primero descendieron por el tenso cable unos cuantos artistas acrobáticos que despertaron la admiración del público al verles suspendidos sobre sus cabezas sin protección aparente aunque muchos creyeran que la llevaban y luego, por fin, se anunció la traca final: la niña La Belle iba a iniciar su espectáculo con el riesgo añadido de llevar los ojos vendados. ¡Máxima expectación cuando las luces se apagaron y el foco de Fritz apuntó certero al tercer anfiteatro en el que ella apareció sonriente mientras su ayudante le vendaba los ojos con un pañuelo de terciopelo rojo y la ayudaba a ponerse en posición!

El redoble de tambores resonó en la sala remarcando la dificultad del ejercicio aunque ello no pareció hacer mella en la artista que seguía sonriendo desde su mundo de sombras. Los primeros metros de avance no plantearon dificultad, todo iba bien y el extremo del cable parecía estar fuertemente sujeto al extremo que quedaba cerca de Fritz que no parecía tener mayores dificultades en seguir su trayectoria con el proyector. La farsa del tropiezo y caída de la sombrilla también salieron a pedir de boca y un alarido recorrió el patio de butacas temiendo lo peor. Lo malo fue que, unos instantes más tarde, Yabukova tropezó con el cable que daba luz al foco de Fritz y este se apagó dejando el teatro completamente a oscuras durante unos angustiosos segundos.

La edición dominical del periódico local resaltaba en primera plana que un empleado del teatro había sido detenido por estrangular a la directora de producción sin aparente motivo.

21 comentarios:

  1. La gota que colmó el vaso fue la que ahogó a la directora de producción. Hay gente que hace demasiados equilibrios en el alambre con las paciencias ajenas, y luego acaban compitiendo en las portadas con David Villa.

    Gran relato, Josep.

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  2. Hola Josep:

    me ha gustado especialmente este relato porque he estado muchas veces al lado del foquista, en ensayos etc...y como dice Fernando solera, hay veces que dan ganas de sino de estrangular a alguien si de decirle que no moleste, que no entorpezca. En el directo siempre hay tensión y hay gente que todavía mete más presión.
    En fin...
    El jueves nos vemos
    Un abrazo

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  3. Ha sido sorpresivo.Muy agradable (la sorpresa).Perfecta la historia, su desarrollo y el final.
    me gustará leerte en otros cuentos ¿ lo harás?
    el final también nos deja claro que cada uno encuentra lo que se merece. ¿Merecerá Fritz la cárcel?
    Un beso

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  4. Hola Josep:

    Ayer, después de haber leído este maravilloso cuento, tuve que acercarme a un "Todo a un euro" a la busca y captura de artículo.
    Cuando entré, noté que una mujer se movía con demasiada soltura y velocidad entre estanterías pero que además empezaba a vociferar "¡Loli!, estas flores así no lucen, las tienes que poner así y así. ¡Loli!, aquí falta de todo. Los pedidos se hacen paseando por las estanterías no desde el mostrador. ¡Loli! ¿que son zapatos de invierno? todo lo contrario, son zapatos de salón" y así una y otra vez. No pude evitarlo y la comparé con tu "Yabukova" y a Loli, dependienta desde hace muchos años, con Fritz.
    Ni me atreví a preguntarle a Loli "¿dónde está el pegamento fuerte?" porque como la respuesta fuera "No hay" se podía montar una gorda.
    Seguí paseándome entre las estanterías, disimulando, mientras aquella mujer despavorida, seguía alzando la voz, poniendo en evidencia a su empleada (que ya le gustaría tenerla así en todas sus tiendas) y continuaba con su "Yo sí se hacerlo, tú no", que riéte de los manuales de "inteligencia emocional", liderazgos, incentivos y motivación: "¡basura!, vagos más que vagos".
    A cada vuelta de estantería pensaba: ¡Ay, ay, como a Loli se le vire la tortilla ésta va a acabar como "la Yabukova"!, pero no. Aguantó el temporal, agachó la cabeza, calló sin remedio y dejó que el huracán saliera por la puerta igual que entró: rugiendo.
    Cuando me acerqué a pagar, miré a Loli y le dije "Ufff, vaya jefa, amiga" y la respuesta fue "Ah, pues hoy vino relajada".
    Jooooooo, en ese momento, me dieron ganas a mi de ser Fritz, salir corriendo cable en mano, hacer lazo de vaquero, atraparla y arrastrarla un poquito por el suelo "físico", tal y como le gusta hacer sentir a sus empleados.
    Por suerte, no hay muchos Fritz que terminen igual, pero Yabukovas hay a la patada.

    ¡Que continúe el espectáculo!

    Un cuento maravilloso, Josep...no pierdas la costumbre.
    Besos.

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  5. Josep
    Te describo graficamente mi situación: sonrisa amplia y continuada.
    Gracias

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  6. Lo justo no tiene por qué ser perfecto. Y no solo hablo de crimenes...


    ;)

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  7. Hola Fernando Solera:
    Así es, hay que conocer los límites de los demás más que los propios porque uno nunca sabe la tensión que genera.
    Muchas gracias por tu comentario.
    Un abrazo.

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  8. Hola Fernando López:
    Pues tú que conoces estos entresijos y los has sufrido ya sabrás por qué Fritz estranguló a la Yabukova. Y seguro que no fue por no arreglar las goteras.
    Un abrazo y hasta mañana.

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  9. Hola Camy:
    Muchas gracias por tus palabras. Si te gustan mis cuentos te recuerdo que en la columna de la izquierda del blog hay una lista de temas entre los que podrás encontrar otros 14 cuentos originales (bueno, todos menos el primero).
    "Por lo que leí" parece que Fritz fue el último ajusticiado de su país. Ya ves que triste final para alguien como él.
    Un beso.

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  10. Hola María:
    No te pierdas que es peor. Al fin y al cabo toda Yabukova debería dar con su Fritz, si es que existe la justicia divina, que esa es otra.
    Me ha gustado muchísimo el simil que has relatado y como no podía ser menos, sacado de la vida real, porque ya sabes que eso de los cuentos son fabulaciones que no existen en realidad. Cosas para asustar a los niños ;-)
    Besos.

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  11. Hola JLMON:
    Te imagino en el papel de Fritz aunque tú tal vez hubieras sido más refinado... o no.
    Un abrazo.

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  12. Hola Gabi:
    Exacto, lo justo es justo y lo perfecto es otra cosa.
    Un abrazo.

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  13. Hola Josep:
    No nos acostumbres a tan bueno, porque te vamos a hacer currar un montón.
    Y es que parir una cosa como esta tiene que costar mucho.
    Un abrazo.

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  14. Hola Javier:
    Son cosas del fluir. A veces sale y a veces no. Ya ves, con el brazo fastidiado y me ha salido un rollo de tres folios.
    Un abrazo.

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  15. Ser Fritz o Yabukova depende de un reparto kármico inaccesible para la mayoría. Pero ya que tú eres el dios creador que reparte aquí los roles... dime: ¿qué fue de la equilibrista?
    Oiga, señor consultor, se sale vd. en clave de cuentista.
    Sigo de periplo por aquí. Abrazos.

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  16. Me ha encantado, esto releyendo la triologia sobre metamanagement de Freddy Kofman y hay un par de páginas en el tomo 1 que dedica al humor. Un ejemplo de la insoportable levedad del ser. En un chiste, como en tu cuento, un final sorpresivo, nos mueve la estructura y es una demostración que la realidad y la solidez del mundo son una ilusión.

    Un saludo, JJ

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  17. Jajajajaja muy bueno tu Cuento Josdep. yo si entiendo porqué lo hizo.....

    Besos y muy buena semana.

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  18. Hola Cristalook:
    En mi opinión, ser Fritz o Yabukova es una cuestión de elección con opciones limitadas. Una u otra alternativa es el fruto de un proceso que no se produce en modo alguno por elección libre y espontánea, eso está claro y a pesar de ello todos tenemos un poco de los dos y por tanto, somos los dos en distintas proporciones. Al final, uno tiene que matar al otro y eso es algo que hacemos continuamente aunque no de forma plenamente consciente. Lo hacemos cuando decidimos no ser algo que podríamos haber sido, no cuando elegimos ser, sino cuando escogemos no ser. De esos pequeños asesinatos están llenas nuestras particulares hemerotecas y sólo hace falta que nos leyamos de vez en cuando a nosotros mismos.
    En ese sentido, La Belle es una excusa, un acelerador o un accidente, lo que prefiramos.
    Por eso no se sabe qué fue de ella, porque da igual; una vez cumplida su misión desaparece haciendo mutis por el foro. En cierta forma, también la matamos a ella, como hacemos siempre con los medios que usamos para alcanzar nuestros fines.
    A mí me gustaría pensar que se salvó porque al fin y al cabo el haz de luz poco podia guiarla con los ojos vendados. Cuando me tocó ser Fritz siempre la salvé, pero como sucede con las metáforas, cada cual puede imaginar para ella un final distinto: feliz, infeliz o neutro.
    Dudo mucho que le llevara tabaco a Fritz a prisión porque no se habia generado vínculo entre ellos y sobre todo, porque nunca sabremos si Fritz se cargó a Yabukova por su culpa. Eso es algo que deberíamos preguntarle a él, pero no es posible porque le ajusticiaron. En concreto, fue la última sentencia de muerte que dictaron en su país.
    Muchas gracias por tus palabras. Ya ves que casi me sale un segundo cuento en la respuesta a tu comentario, pero no mereces menos.
    Un beso.

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  19. Hola Visi:
    Veo que te acompañas bien. Como buen profesor, Kofman es capaz de poner buenos ejemplos. Una de las moralejas del cuento es que siempre hay un por qué, cuando no varios.
    Nuchas gracias por tu comentario. Me alegra que te haya gustado.
    Un abrazo.

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  20. Hola Myriam:
    Yo también entiendo por qué lo hizo y las explicaciones las he dejado escritas un poco más arriba. No siempre se puede escogar quiénes somos pero sí quienes no queremos ser y casi siempre eso acaba en asesinato.
    Un abrazo y muchas gracias una vez más por acercarte.

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